Frutillar, Chile (enviada especial) Aislada, remota y atada a un tiempo del que no quiere salir, la ciudad protege la herencia de la inmigración alemana que aún resiste en sus casas de tejuela de madera y jardines perfectos, en su amor a la música y el aroma a Kuchen (*).
Hacía 15 años que no iba a Frutillar. Entré a la zona histórica en bicicleta y con la alegría de llegar a un lugar bello. Me llené los pulmones con su aire puro y helado, mientras me dejaba deslumbrar – una vez más – por las rosas de colores, la prolijidad de la ciudad y la imagen del volcán Osorno duplicado en el espejo de agua del Llanquihue.
Pero algo había cambiado desde mi última visita. Al final de la costanera, una construcción desmesuradamente grande se mimetiza con el entorno sin estridencias. No era un casino, ni un shopping, ni un complejo 5 estrellas; era el Teatro del Lago. Un “señor teatro”, digno – en volumen, belleza y propuesta artística – de estar emplazado en medio de una ciudad como Buenos Aires, Madrid o Nueva York.
¿Qué hace semejante teatro en una localidad de 15 mil habitantes, al sur del mundo? Y lo que hace es en nada menos que tocar la vida de miles de personas, con música y arte. Es unir a la Región de Los Lagos en un orgullo de pertenencia. Es traer más inversión y desarrollo de que lo que haría cualquier shopping, casino o complejo. Pero, sobre todo: ofrecer a una de las zonas más vulnerables y pobres de Chile un camino de inclusión, educación y cultura. La oportunidad, para todos, de experimentar desde el simple goce de la música y la expresión artística, hasta una carrera vinculada al arte – como está sucediendo en algunos casos -.
Es por esto que los habitantes de Frutillar describen a su teatro como “un sueño hecho realidad”. Lo hizo posible el empuje de una familia enamorada de la música y de su nuevo país. Los Shiess – descendientes de inmigrantes alemanes y dueños de Transocéanica – donaron gran parte de los 20 millones de dólares que fueron necesarios para su construcción, y continuaron aportando fondos para sostener una programación anual de lujo.
Uno de los milagros del Teatro del Lago fue su poder para inspirar y contagiar otros proyectos de alto impacto social, más filantropía y revivir el espíritu emprendedor de mucha gente que se animó a sumarse con proyectos personales de calidad: pastelería alemana, artesanías, productos orgánicos, hotelería, excursiones a la naturaleza.
Hacer posible lo imposible
La construcción de los 10 mil metros de este teatro no fue fácil. Se necesitaron 12 años (1998-2010). La crisis asiática redujo, durante un tiempo, la disponibilidad de fondos privados, aunque no su compromiso y ambición. Básicamente, se negoció con el tiempo pero no con la calidad.
El proyecto original pertenece a los arquitectos Gerardo Köster y Gustavo Greene, quienes lo llevaron adelante durante 10 años. En 2008, el arquitecto Bernd Haller lo toma desde la obra gruesa con el desafío de desarrollar el exterior, interior y terminaciones, inspirándose en la arquitectura tradicional alemana predominante en la región. El resultado final es tan asombroso que mereció premios en el exterior por su diseño y soluciones acústicas.
Adelantado a su tiempo, supo combinar el detallismo en su máxima expresión, con el diseño natural en madera y soluciones de eficiencia energética. En un entorno de temperaturas medias bajas e inviernos fríos, se diseñó una calefacción que funciona con un sistema geotérmico que utiliza la masa térmica del lago. A su vez, en el diseño de luminaria también se maximizaron la eficiencia y ahorro energéticos.
Tantas son las historias que giran en torno a este “teatro del milagro” que, al regresar a casa, conversamos con Fernando Ortúzar, director general del Teatro del Lago, quien compartió con Infobae Cultura su visión sobre cómo viven la conversión en realidad de lo que alguna vez fue un sueño
– ¿Cómo describirías al Teatro del Lago para quienes no estuvieron allí?
– Es el sueño de muchas personas que – en una ciudad como Frutillar, que tiene una tradición musical de muchos años – deseaban tener una linda sala de conciertos en donde se pudiera hacer el Festival Semanas Musicales que se desarrolla todos los años.
Ese sueño fue creciendo y terminó en el teatro que tú conociste hace poco, y que la verdad es que trasciende a la música. Hoy, el Teatro del Lago es el detonante de un montón de cosas que pasan en una ciudad. Hay un antes y un después en términos del impacto económico, el impacto social, del turismo, de la visibilidad de Frutillar en el país y en el mundo. El teatro fue más allá de la música y se convirtió en un centro cultural de gran magnitud donde suceden muchas cosas más que la actividad musical.
– ¿Cuál es el impacto social y cultural que generó el teatro?
– El teatro tiene la inspiración en la música pero tiene su misión social a través de la Escuela de las Artes, fundada hace ya 8 años. La misma cuenta con 3 áreas educativas: la instrumental, la coral y la de danza, que tiene ballet y danza contemporánea. Esto ha generado un impacto local gigante porque muchos niños, jóvenes y adultos pueden incorporarse a cualquiera de estas actividades según su realidad socioeconómica: los que pueden pagar, pagan; los que no, son becados o pagan la mitad.
Tenemos una política de acceso amplia para que todo el mundo pueda vivir la experiencia de la música, del arte y la danza. No para tener grandes bailarines ni grandes cantantes, sino simplemente para conseguir que muchas personas puedan vivir la educación a través de las artes como una experiencia para ser mejores personas.
Obviamente, algunos terminan estudiando, perfeccionándose en el extranjero y siendo profesionales de la música o de la danza, lo cual nos llena de orgullo. Pero el principal objetivo es hacerlos vivir esta experiencia. Y eso ha ido generando – tanto en el balneario de Frutillar Bajo como en Frutillar Alto, en Puerto Varas y en todas las ciudades aledañas – un impacto social muy importante porque ellos ven en su vida la oportunidad de vivir esta experiencia a través del arte.
– ¿Y en cuanto al impacto económico y turístico?
– Bueno, ahí fue mucho más claro el impacto: más fácil de cuantificar en números y mucho más inmediato. Antes del teatro, había apenas algunos hoteles muy pequeños en Frutillar que abrían solo durante la temporada primavera/verano. Luego, producto de la programación anual que tiene el teatro – que no tiene estacionalidad – esos hoteles comenzaron a abrir todo el año y son muchos más que antes.
El movimiento que se generó alrededor de esta propuesta atrajo inversión. Comenzaron a abrirse nuevos restaurantes, cafecitos, librerías, tiendas de souvenires y una serie de microemprendimientos – hechos por gente de Frutillar – que van generando un ambiente turístico mucho más interesante.
Antes, la excursión a Frutillar era mucho más corta, duraba un par de horas. La gente venía, se sacaba una foto en el muelle y se iba. Hoy, prácticamente están todo el día o un fin de semana porque tienen más lugares para visitar, más tiendas, restaurantes. Eso ha generado una economía mucho más próspera e integral.
– Este sueño fue posible gracias a la familia Schiess ¿Cuál es tu visión sobre el compromiso de los privados en proyectos de innovación social? Porque muchas veces uno espera que este tipo de propuestas vengan por parte del Estado
– Justamente este teatro es un ejemplo, claro y simple, de cómo la filantropía puede cambiar el destino de comunidades enteras. Se inició gracias a un proyecto privado, que detonó el crecimiento económico y social en una comuna pequeña de 18 mil habitantes, que tenía uno de los índices de vulnerabilidad y pobreza más altos de Chile.
Sin embargo, a través de una iniciativa cultural y artística, en Frutillar se empezó a generar todo este desarrollo. Es el mejor ejemplo de que las inversiones privadas pueden generar tanto o más impacto que la inversión pública. Y es un incentivo a otras familias, fundaciones o instituciones para que puedan encontrar, en este tipo de inversiones, una manera de canalizar su responsabilidad social o su filantropía.
– Seguramente el impacto económico es más fácil de medir ¿Pero tienen algún registro sobre cómo incidió, por ejemplo, en la prevención de la drogadicción, del delito, de la anomia social?, ¿en lograr que los más jóvenes quieran construir una vida en su lugar de origen?
– Exacto. Bueno, ahí hay cosas súper importantes que contar. La primera tiene que ver con que la construcción del teatro también generó el interés de otro tipo de instituciones y de otras fundaciones por realiza cosas en Frutillar. Tenemos un ejemplo muy concreto que es la Fundación Mustakis, que es uno de los socios principales que tiene el teatro en esta labor. Ellos han desarrollado -en base a lo que tú comentabas – una escuela de circo contemporáneo que está justamente orientada a niños y jóvenes en la edad más sensible con respecto al tema de las drogas, la delincuencia o cualquier tipo de trastorno social.
Allí se los inspira, por medio de una actividad que es mucho más cool, a que participen de esta escuela que ha ido creciendo enormemente y que hoy tiene uno de los principales centros, justamente en Frutillar. Porque ellos tienen actividades en otros lugares de Chile pero uno de los principales centros acá, en este lugar pequeño y remoto.
Entonces, al abrir la posibilidad de acceder a este tipo de actividades, se les ofrece a los jóvenes una alternativa ante todas estas amenazas sociales que existen en Chile y en todas partes.
– Lograron además una alta calidad artística en los espectáculos ¿Podrías poner en perspectiva la importancia de este teatro para nuestra región?
– Uno de los principales objetivos de la Fundación, cuando se creó el teatro, era tener espectáculos del más alto nivel internacional con el objetivo de posicionarse internacionalmente, que el teatro fuera muy conocido por el alto nivel de sus espectáculos. Y eso se consiguió en los primeros 5 años. Luego el desafío fue cómo hacer que esta excelencia artística jugara un rol fundamental en la educación y que nuestros alumnos y profesores pudieran interactuar con los grandes artistas en clases magistrales y talleres.
Así que transformamos eso en una tradición: hoy, todos los artistas que vienen al teatro – antes o después del espectáculo – generan algún tipo de interacción profunda con los alumnos y con los profesores de la escuela. Entonces, esa experiencia de “compartir con el mejor del mundo de tal actividad” genera un grado de motivación y de compromiso con la institución que es gigantesco.
Y la verdad que, por las características que tiene el teatro, uno podría pensar que una propuesta de esta envergadura debería estar en Santiago, en Buenos Aires o en San Pablo y sin embargo está en Frutillar. Y esa es un poco una locura de una familia que estuvo dispuesta a que esto sucediera.
Pero eso es, precisamente lo que le da un doble atractivo. Mucha gente viene desde la Argentina, Brasil, Colombia a ver estos grandes espectáculos, pero se queda un fin de semana o una semana completa para recorrer los glaciares, los volcanes, los lagos; interactuar con la naturaleza y con todo este entorno fantástico que nos rodea.
Entonces es un desafío permanente porque las audiencias son mucho más limitadas que las que tendríamos en una capital. Eso nos presenta un desafío comercial permanente pero también es un atractivo que te hace mucho más visible a nivel mundial y te aporta mucho a la viabilidad.
-A nivel de la experiencia de vivir un concierto, ¿qué impacto tiene la ubicación? Esto de que sea tan austral, que esté rodeado por la belleza del Llanquihue o del volcán.
-Pasa a ser parte de la experiencia en sí misma. Y genera un efecto sumamente interesante también en los artistas. Es impactante para los artistas venir a generar un espectáculo a este lugar, quedan tan impresionados con la belleza que se transforman en embajadores nuestros alrededor del mundo. A nadie le ha sido indiferente tocar un concierto aquí, con el lago de fondo, en un atardecer con el volcán, es algo realmente sobrecogedor.
Es muy raro que una persona venga al concierto y se vaya, generalmente son dos, tres días que ellos logran interactuar con el entorno. Por lo tanto, el conjunto de la experiencia es lo que hace que esta gente hable muy bien del teatro, de lo que vivieron acá y que sea algo muy interesante de contar, de compartir, mostrar fotos. Eso nos ayuda mucho en la visibilidad.
El otro desafío permanente es el de hacer participar a las instancias más locales para que haya una buena atención turística, buena información, y para integrarlos en el beneficio y en el compromiso de una experiencia completa.
(*)Kuchen: palabra que significa torta en alemán, pero que usan para referirse a un pastel típico de Hamburgo, ciudad de origen de los primeros colonos que llegaron a Frutillar a fines del siglo XIX.
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Source: Infobae