Estas tres historias virales podrían salvar vidas
La última vez que vio el reloj eran aproximadamente las 8:40 a.m., Joss completaba la rutina de todos los días mientras se dirigía al trabajo el martes por la mañana. La joven de 27 años caminaba por los andenes del metro Tasqueña, en la Ciudad de México, cuando de pronto un hombre la abrazó por detrás y la abordó con la naturalidad de un amigo. No se trataba de un rostro familiar, sino de un sujeto desconocido que intentó secuestrarla.
«Puso su brazo sobre mis hombros y me apretó la nuca para que mantuviera la cabeza abajo», «Como pensé que me estaba asaltando le pedí que no me hiriera, que si quería mi celular y mi cartera estaban en mi bolsa».
Pero el hombre no estaba interesado en sus pertenencias y le ordenó que siguiera caminando mientras sujetaba con fuerza su nuca. La dirigió hacia la entrada del tren ligero y la obligó a abordar el vagón sin soltarla. El sujeto comenzó a actuar como si fuera su pareja y a decir en voz alta:
—Ay, es que tú siempre haces berrinche, amor, pero bueno, ya te dije que las cosas van a pasar. Espero que estemos bien. Ya deja de enojarte, siempre estás enojada conmigo.
La gente alrededor no intervenía, pero una mujer que se encontraba en el vagón notó en el rostro pavorido de la muchacha que algo andaba mal.
«Una señora que venía a lado de mí se agachó y se acercó un poco hacia mi cara. Me preguntó si estaba bien. Le dije que no con la cabeza, pues ni siquiera podía hablar, estaba en shock, entonces me jaló hacia ella y dijo: “Ven, hija, te ves muy cansada, como que te estás sintiendo mal”.
Me quería sentar en un lugar que acababa de desocuparse, pero al hacer esto, el hombre me volvió a sujetar con fuerza hacia él».
La posición en la que la sujetaba, le impidió ver los detalles de su rostro. Apenas pudo descifrar su silueta delgada en el reflejo del tren; sus tenis, los pantalones de mezclilla y la playera deportiva de rayas que vestía. Joss calcula que no tenía más de 35 años, su tez era apiñonada y al menos medía metro 75. Un detalle que recuerda claramente era su mal olor.
El agresor se dirigió a la señora que estaba decidida a intervenir:
—Así se pone cuando se enoja, le dan ataques de ansiedad, pero se le pasa pronto.
El tipo le dio las gracias a la mujer y se disculpó con ella por su comportamiento. 5 estaciones del tren ligero habían transcurrido y continuaba paralizada.
«En ningún momento pude decir nada, no pude hacerlo porque tenía miedo. La señora insistió y me jaló para, ahora sí, sentarme. Entonces reaccioné y fue cuando pude hablar. Grité, le dije que no lo conocía, que me quería llevar, que me tomó por la fuerza y comencé a gritar con más fuerzas».
Más personas escucharon lo que estaba ocurriendo en ese momento, sin embargo nadie las auxilió. Al ver que la señora estaba gritando y llamando la atención de los policías, el victimario se salió corriendo apenas el tren abrió sus puertas en la estación Registro Federal.
Joss no interpuso una denuncia ante las autoridades. Algunas veces lo había hecho tras sufrir acoso sexual en el metro, pero sin ningún resultado. Sabía que era difícil obtener justicia en esta ciudad.
Más casos, mismo modus operandi
Mientras el agresor de Joss era desaliñado, el hombre que intentó secuestrar a Karina vestía «bien». Ella también sufrió un intento de secuestro bajo el mismo modus operandi, sólo que ella no estaba dentro del metro, sino afuera de la estación Constitución, sobre la calzada Ermita Iztapalapa, en la capital mexicana.
Eran las 8:15 p.m. y mientras esperaba un taxi para ir a su casa una camioneta negra se paró frente a ella. El conductor bajó el vidrio y le dijo que se subiera, que él la llevaba. Como su publicación de Facebook indica, sólo lo ignoró y miró hacia otro lado.
La camioneta se arrancó, pero se estacionó unos metros más adelante. Entonces se bajó un sujeto de aproximadamente 25 años y 1.75 cm de estatura, complexión delgada, tez morena y “bien vestido”.
Comenzó a caminar hacia ella mientras le hablaba en voz alta “como si fuera su pareja” y le insistía en que se subiera a la camioneta. Karina se dio la vuelta para caminar hacia el paradero, pero el hombre se le puso enfrente y mientras la sujetaba con fuerza del brazo le exigió:
—Ya amor, todos me ven por tu culpa, vamos a arreglarlo en la casa, súbete, no hagas que te suba a la fuerza.
La joven narra que comenzó a llorar y a pedir ayuda, mientras decía que no conocía a ese tipo.
«Toda la gente pasaba y tomaba la situación como algo “normal”, me ignoraba o simplemente miraba con morbo la situación».
Sólo un joven que iba acompañado de una mujer más grande que él se acercó a intentar ayudarla, pero su acompañante se lo impidió. Le dijo que eso no era de su incumbencia y no se iba a meter en problemas por una desconocida y que así eran las relaciones de hoy en día. «Las mujeres nos enojamos y quejamos de todo, quién sabe si ella lo provocó o se lo busco», expresó la mujer mientras se retiraban del lugar y Karina se quedaba sola de nuevo con su agresor.
«Todo el tiempo trate de defenderme de todas las maneras posibles, pero me fue imposible porque me superaba en fuerza. Pude escapar porque un policía se acercó a decirle que el lugar en donde había dejado su camioneta estaba prohibido estacionarse, no para preguntarme si estaba bien o si necesitaba ayuda».
Al ver al policía, su agresor le dijo «haz lo que quieras entonces», se subió a la camioneta y se fue. Cuando ella le dijo al policía que no conocía a ese hombre, él le respondió que «su labor no era resolver problemas de pareja y que cuando había problemas todas desconocíamos a nuestras novios».
Aunque a Joss y a Karina intentaron secuestrarlas en la cercanía del Metro, el caso de Diana ocurrió en el centro comercial Santa Fe el pasado 3 de septiembre. Su agresor también “vestía bien” y al igual que en los otros casos, el hombre se hacía pasar por cualquier esposo lidiando con su mujer enojada.
Diana decidió eliminar la denuncia que hizo a través de su Facebook, pero algunas páginas replicaron su caso:
La indiferencia nos pone en peligro
En los años 70 el feminismo radical postulaba que lo que ocurría dentro de la casa (la violencia doméstica y sexual en el matrimonio) también debía ser un asunto político, y debía legislarse. Cinco décadas después los hombres que quieren raptarnos, acosarnos o agredirnos saben que, fingiendo una pelea de pareja, mantienen a los espectadores al margen.
A pesar de la escasa o nula ayuda que obtuvieron Joss, Karina y Diana, volvieron a sus casas para narrar estas alarmantes historias. Sin embargo, desconocemos cuántas se volvieron parte de las más de 9 mil desaparecidas en México, según cifras del Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas, como consecuencia de que hemos normalizado la violencia en las relaciones de pareja y nos negamos a intervenir.
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