Si viviéramos en una nación en la que la justicia prevaleciera, no tendríamos que pasar tanto tiempo y esfuerzo luchando por la democracia.
Si nuestro país tuviera justicia en sus gobernantes y en su sistema de gobierno, habría tenido la oportunidad de vivir junto a mis abuelos maternos y sus nueve hijos, quienes tuvieron que emigrar a Estados Unidos.
Si viviéramos en un país donde reinara la justicia, no se subestimaría la inteligencia y el talento. Los aduladores no ocuparían tantos puestos de poder ni ganarían más que aquellos que nos hemos esforzado estudiando y trabajando arduamente.
Si en México existiera una distribución justa de la riqueza, habría menos desigualdad tanto en los niveles más altos como en los más bajos. La existencia de una clase media podría incluso desaparecer debido a la igualdad socioeconómica que prevalecería en el país.
Si viviéramos en un país con justicia, tendríamos un mayor desarrollo y nuestra cultura nacional estaría más pura, con menos intervención e influencia de lo estadounidense.
Si viviéramos en una sociedad más equitativa, tanto la migración como el narcotráfico no serían considerados como opciones válidas.
En un país justo, nuestro derecho a participar en la política sería más atractivo, no sería mal visto y no estaría controlado por unos pocos.
Si viviéramos en un mundo donde la justicia fuera nuestro estilo de vida, no tendríamos que dedicar tanto tiempo y esfuerzo en luchar por la democracia.
No solo se respetarían nuestros derechos laborales, sino que también se les daría más fuerza.
Si nuestras familias estuvieran más cercanas, mejor educadas y tuvieran más oportunidades de crecimiento.
Si en nuestra sociedad existiera un sistema de justicia adecuado, se otorgaría un mayor respeto hacia las mujeres.
Los grupos que son considerados minoritarios tendrían más oportunidades para expresarse y ser escuchados.
La discriminación sería analizada como algo obsoleto y superado.
En una sociedad justa, habría una mayor cantidad de personas que contribuyen activamente y menos personas que dependen de los demás, habría más personas que toman la iniciativa y menos personas que se aprovechan de los demás.
Sería beneficioso para la política que se practicara de manera más noble y se evitara el juego de intereses personales como forma de mantenerse en el poder.
En un México verdaderamente justo, no tendríamos que mencionar cambios constantes: la justicia cotidiana sería la transformación permanente y habitual.
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