Comparada con la iniciativa para homologar nacionalmente la pensión a adultos mayores con la que se recibe en la Ciudad de México, inspirada correctamente en propuestas de universalidad versus focalización, la del empleo para los jóvenes es una propuesta que incurre por partida doble en el riesgo de selección sesgada y de corrupción, tanto por el lado del gobierno que la ofrece como del de los empresarios que la ejecutan. Independientemente de más detalles para sustentar mi primera impresión, hasta ahí llegaba mi evaluación… hasta que fui a campaña.
En todos los eventos en los que participé en los que había una importante presencia de empresarios, éstos se mostraban extremadamente preocupados de que los próximos becarios funcionaran más tarde como una fuerza de choque a favor de López Obrador. Confieso que me sorprendieron estos temores y la fuerza con la que se expresaban.
No los compartí entonces ni los comparto ahora, pero me obligaron a un ejercicio de empatía, concepto que la Real Academia de la Lengua define como “sentimiento de identificación con algo o alguien”, “capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos”. En pocas palabras de intentar ponerse en el lugar del otro, ver al mundo con su mirada. Lo intentaba y me preguntaba: ¿por qué están tan temerosos?
Recuerdo esto a raíz de las reacciones de mayor polarización social surgida en torno a la decisión del presidente electo de cancelar el proyecto del Nuevo Aeropuerto Internacional de México, #NAIM, basado en una consulta patito que mandó hacer para justificar su decisión. El sentimiento que se trasluce en conversaciones, redes sociales, artículos, medios de comunicación por parte de quienes no participaron en la consulta por considerar que no cumplía ningún elemento de seriedad, es el de impotencia ante el capricho.
La reacción de penosa imitación de Luis XIV por parte del presidente electo, tipo “el Estado soy yo” o de papá regañón: “porque lo mando yo” parecería confirmar el arco de temores que escuché en numerosos eventos de campaña. Y hay razones para ello. Quizá es lo que los sicólogos llaman catexis: una emoción asociada a recuerdos, vivencias.
A diferencia de los jóvenes que se estrenan en la polarización política que, lamentablemente, vivimos, muchos de los empresarios o personas de las clases medias recuerdan decisiones como la nacionalización bancaria de 1982, o esa especie de corralito que conocimos como los Mexdólares, también en 1982, o el “ error de diciembre” en 1994 que hizo que de la noche a la mañana 16 millones de mexicanos pasaran a la pobreza y miles perdieran su patrimonio o multiplicaran sus deudas. O el Fobaproa que seguimos pagando.
Personalmente no creo que haya ese tipo de peligros con el gobierno que tomará posesión el 1 de diciembre, pero decisiones arbitrarias como la de cancelar el NAIM “porque lo mando yo” inevitablemente toca una cuerda sensible, evoca recuerdos de caos y de vulnerabilidad ante el capricho, de ruptura de la ley y de sumisión de las instituciones que pudieran haber defendido el Estado de derecho.
Empatía para comprender esas reacciones. Pero la empatía tiene que comprender también el admirable acto de afirmación que significó para millones de mexicanos humildes votar por quien resultó presidente electo. Ponerse en el lugar de quienes trabajan por poco más de cuatro mil pesos al mes; en el de quienes viajan cuatro horas al día para ganar un salario miserable o sufrir el acoso por vender en la calle; entender el temor de quienes saben que no tienen derecho a enfermarse porque ese día no podrán llevar alimento a su familia; imaginar la desesperación de quien ya no tiene nada más que empeñar y no encuentra empleo. Apropiarse por momentos del inmenso dolor de quienes han perdido a seres queridos en la espiral de violencia que sacude al país.
No fue la campaña en la que participé, la de Por México al Frente, la que logró la confianza mayoritaria de los ciudadanos ofendidos e inconformes. Ello no me impide reconocer que el resultado de la elección puede ser un parteaguas positivo para el país, si empezamos a practicar la empatía hacia el otro, especialmente hacia el que no piensa como nosotros.
Si se insiste en agudizar el enfrentamiento con calificativos despectivos como, lamentablemente, lo hace el presidente electo en forma sistemática y muchos de mi campo, estaremos haciendo permanente la discordia y construyendo un mal final a las desavenencias políticas y no un buen inicio a algo que fue muy positivo: el empoderamiento de millones de mexicanos gracias al voto. Nos vemos en Twitter: @ceciliasotog y fb.com/ceciliasotomx
Source: Excelsior