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El librero y la sombra

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El librero y la sombra

Por Leda Rendón

 

El libro de la casi desconocida Benedikte Naubert de Cuentos populares alemanes estaba calientito como un ser vivo, cuando lo toqué en su envoltura plástica. El librero prácticamente me lo regaló después de decir: “esto fue antes que los Grimm”, me empujó a la calle y cerró la puerta.

Sus ojos insensibles y perezosos me espiaron a través de un buzón metálico. Era 1 de noviembre y los niños vagaban disfrazados por las calles. Llegué a mi casa, me tumbé en la cama y destapé la corteza vibrante del libro anaranjado: una sombra gigantesca brotó de él y me ató de pies y manos. Las páginas del libro giraban al rimo de mi lectura. Cuando terminé el primer relato la sombra dijo llorosa: “cuéntame lo que viste”, y se acurrucó a mi lado.

La primera historia que le relaté se llama El pueblo silencioso y habla de la estirpe Ravensberg, y el pueblo de elfos y gnomos invisibles, para ciertos ojos, que habitaba el castillo de la familia; estos seres se sintieron incómodos con la llegada de doña Beate, esposa del último de la estirpe, Gerhard, ya que hizo grandes cambios en la propiedad. Así, cuando la mujer dio a luz a su primer hijo el rey elfo le quitó la vida. Al pasar este primer pasaje la sombra gritó: “si cuentas tan rápido las historias, nunca más saldrás de este cuarto”; y se volvió a acurrucar. Yo continué el relato con todo detalle; la sombra adquirió una piel vegetal. Expliqué la vida en soledad de la hermosa Elena, la segunda hija del matrimonio Ravensberg, quien tenía su doble diminuta como parte del pueblo silencioso. Terminé el cuento y de la sombra-planta brotaron ramas verdes y espinosas que se extendieron por toda la casa.

En El manto corto aparecen la reina Ginebra, la bruja Morgana y el rey Arturo, aunque no son los protagonistas, la historia central es la de una huérfana, Rosa, que salta a otro mundo por un pozo y se vuelve la protegida de una aparición llamada Hulla o Hulda, quien le concede el don de ser la mejor hilandera del reino. La mujer pasa por muchas vicisitudes hasta que Genelas, expulsada por Ginebra, llega a su casa. La ahora anciana fabrica un manto corto para que Genelas recupere su lugar virginal en la corte. El ser que me vigilaba y me corregía furioso si cambiaba algún detalle de la narración. De sus ramas comenzaron a salir hermosísimas rosas rojas, de esas que emborrachan. Muchos chiquillos tocaron a mi puerta para conseguir dulces, o quizá atraídos por el olor de las flores; y con uno de sus tallos mi carcelero abrió la puerta y los dejó entrar; los nenes hipnotizados escuchaban los cuentos y al dormirse eran decapitados y envueltos en capullos olorosos que la sombra-planta fabricaba, enseguida escuché crujir sus huesos; de uno de sus brotes salió sangre con la que me alimentó.

Al contarle La dama blanca la sombra-planta adquirió un cuerpo bello y fantasmal. La noche avanzó, yo leía, decía historias y los niños seguían entrando a mi casa: una trampa sin salida. Floté junto al fantasma cuando le narraba La hija del rey de los elfos. Al llegar al último relato, Los doce caballeros de Berna o Cuento del tesoro de los Nibelungos, adiviné quién me mantenía presa y supe que mi cuerpo ya no me pertenecería. Grimhilda había regresado a la vida. La bruja me hizo beber, durante una noche más, la sangre de las criaturas. El librero, descubrí, era Fradolfo el primer marido de Grimhilda. Lo reconocí por su mirada. El sábado 3 de noviembre nos vimos en la librería, yo convertida en otra y continuamos nuestro plan para recuperar el tesoro de los Nibelungos.

 

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Source: Excelsior