Mirella Gregori tenía 15 años cuando desapareció después de salir de su casa en Roma a las tres de la tarde. Fue el 7 de mayo de 1983, un mes antes de la desaparición de Emanuela Orlandi. Los dos casos siempre se han relacionado, incluso si no hay indicios de que la conexión esté probada.
Ahora esta teoría vuelve a cobrar relevancia. Es que el forense que realizó el examen preliminar de los restos encontrados debajo del piso en el sótano de la Nunciatura Apostólica en Roma afirmó que pertenecen a una mujer. Tal vez, dos. Porque además de un esqueleto -que fue hallado casi intacto- se encontraron otros restos, en un punto diferente . Esto sugiere que las personas enterradas en Villa Giorgina, donde se encuentra la sede diplomática del Vaticano en Italia, pueden ser dos.
Al igual que la de Emanuela, la historia de Mirella también está envuelta en intrigas, pistas falsas y encubrimientos.
Eran las 15.30 cuando salió por última vez de su casa en Via Nomentana, donde vivía con su padre, gestor de un bar cerca de la estación Termini, su madre costurera y su hermana Antonietta, dos años mayor.
Era una joven sin problemas. El día de su desaparición, había recién regresado de la escuela cuando la llamó por el citófono un tal Sandro, que ella parecía no conocer.
Una hora más tarde, salió de la casa y le dijo a su madre que tenía una cita con un compañero en Porta Pia, el lugar en el que comenzó el fin del dominio de la Iglesia sobre Roma.
“Mamá, me encuentro con amigos en la estatua de Bersagliere”, le dijo. “¡Tranquila, ciao!“.
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Nunca regresó: el amigo con el que supuestamente debía encontrarse fue interrogado y se confirmó que ese día estaba en otro lado.
El enigma de Mirella y su vinculación con el caso Orlandi gira en torno a una circunstancia inexplicable: dos meses después, los secuestradores de Emanuela comenzaron a hablar de ella en los comunicados de reclamo y solicitud de intercambio con Alí Agca, el autor del atentado contra Juan Pablo II.
Muchos años después, el propio Agca dijo que las desapariciones de las dos quinceañeras estaban relacionadas, aunque las dos chicas ni siquiera se conocían ni había ningún punto de contacto entre ellas.
Los investigadores barajaron la hipótesis de un plan de chantaje contra la Santa Sede. Pero algo no cerraba del todo. Emanuela era ciudadana del Vaticano, mientras en el caso de Mirella el vínculo era más débil: un funcionario de la Gendarmería del Vaticano que la adolescente conocía al ser un vecino suyo. El hombre fue investigado y sobreseído.
También, una frase que Mirella le dijo a la madre (“Voy a tener mucho dinero”) y las circunstancias de su desaparición llevaron a especular que Mirella que confió en la persona equivocada y cayó en una trampa.
Otra pista fue la que brindó el fotógrafo Marco Accetti en 2013. Éste se auto denunció como el autor del crimen y reveló que Mirella vivió durante un tiempo en un edificio a una cuadras del lugar de la desaparición junto con un joven suizo del que se había enamorado, conocido durante las vacaciones el verano anterior. Accetti, con un historial de detenciones y militancia en formaciones extremistas, no fue considerado un testigo creíble por los investigadores.
La madre recordó en muchas entrevistas, antes de morir: “Mirella me dio un pequeño beso y se fue volando. Todavía te estoy esperando”.
Por su parte, la hermana Antonietta dijo este miércoles: “Espero que esos huesos sean suyos: así finalmente tendré un lugar en donde poder llorar y llevarle una flor”.
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Source: Infobae