Tienes menos margen de maniobra del que crees.
La semana pasada estuve tres días llorando como una cría, revolcándome por el suelo al ritmo de las baladas de Sam Smith. La ruptura no fue ninguna novedad, y es que, al parecer, mi novio y yo lo dejamos cada vez que alguno de los dos se olvida de comprar leche.
Este rollo de dejarlo y volver continuamente con tu pareja resulta que es un fenómeno común. Según un estudio reciente, la duración media de las relaciones a los veintitantos es de 4,2 años, pero esos años no son siempre consecutivos.
Por lo visto, el 60 por ciento de los jóvenes de 20 a 30 años tienen al menos una relación inestable, de esas en las que lo dejas y vuelves, una y otra vez. Sí, se ve que pasamos los mejores años de nuestras vidas discutiendo con esa mosca de la universidad sobre a quién le toca levantarse de la cama y apagar la luz. ¡Mira que somos masoquistas!
Hablé con la psicóloga Stéphanie Boisvert acerca de su investigación sobre cómo influyen la familia y los amigos en las relaciones sentimentales para saber qué más podía aprender de dichas relaciones a los veintitantos.
Pasamos los mejores años de nuestras vidas discutiendo con esa mosca de la universidad sobre a quién le toca levantarse de la cama y apagar la luz
Según su estudio, nuestro legado sexual está decidido mucho antes de que nos salgan los primeros pelos en la axila. Es decir, si tus relaciones con el resto de adolescentes en el instituto fueron pobres, tienes todas las papeletas para acabar teniendo pocas relaciones, y las que tengas serán más cortas.
“Por lo general, aquellos que tuvieron experiencias negativas como aislamiento social y poca aceptación por parte de los compañeros de clase, empezaron a tener relaciones sentimentales más tarde”, explicaba Stéphanie. “Este es un modelo que vemos repetidamente en la vida adulta. A estas personas les costará encontrar y mantener a sus compañeros sexuales”.
Eso es lo que los estudios afirman, pero ¿se sienten los veinteañeros de hoy en día identificados con estas explicaciones?
“Como fui a un instituto de chicos, me costaba mucho hablar con las mujeres. Nunca interactuaba con ellas, se convirtieron en una especie de criaturas exóticas”, me contaba Daniel, de 25 años. “Además, mi afición a pasar las tardes en tiendas de Warhammer con la frente grasienta no ayudaba demasiado. Solo los jugadores de rugby tenían relaciones con chicas. Afortunadamente, tengo una hermana estupenda que me enseñó a hablar con las mujeres y, finalmente, conseguí tener novia en la facultad”.
“No he estado soltera más de dos semanas desde que iba a la primaria, y han sido relaciones largas, de uno o dos años” — Molly
Aunque Daniel consiguió superar su fobia, las noticias no son tan buenas para esos chavales cuyas relaciones sociales en el colegio fueron escasas. Como era de esperar, son los populares de la clase los que han seguido teniendo relaciones sentimentales exitosas después del instituto. “Los que tuvieron bastantes parejas en sus primeros años de adolescencia, también vivieron mejores experiencias con sus compañeros”, contaba Stéphanie. “Eran niños populares, y esa popularidad la mantienen en la vida adulta”.
Boisvert descubrió que la gente que tuvo bastantes relaciones largas y serias, también se llevaba bien con su familia y amigos. Hablé con Molly, de 23 años, que lleva la vida de un ama de casa de los años cincuenta desde antes de la selectividad. “Ya en primaria, estuve quedando con un niño en todo cuarto y quinto curso. Él era como medio metro más bajo que yo y no teníamos nada en común, excepto que no nos gustaba Educación Física. El otro día lo pensaba y no he estado soltera más de dos semanas desde que estuve con él, y han sido relaciones largas, de uno o dos años”.
La gente que tuvo bastantes relaciones largas y serias también se llevaba bien con su familia y amigos
Más que ser el producto de una relación idílica de críos, Molly atribuye su estabilidad sentimental al miedo a estar sola. “Cuando eres tan joven, te aburres tanto que tu cerebro empieza a confundirse y a paralizarse cuando no se lo estimula. En mi adolescencia, los hombres eran mi salvación. Solo dejaba al chico con el que estaba para irme con otro mejor”.
Si bien en el estudio de Stéphanie no se analizaron las maneras específicas en que las relaciones con padres y amigos pueden influir en las relaciones LGBT, ella comentó los resultados. “Si una familia apoya la orientación sexual del niño, las relaciones queer (aquellas no heterosexuales) reflejarán supuestamente lo que vemos en las relaciones heterosexuales estables. Pero si una relación está dañada por estigmas sociales, ese vínculo podría reflejar el modelo de relaciones tardías mencionado anteriormente, pues los juicios de valor de los demás podrían hacer a la persona más introvertida. Estas personas suelen esperar a encontrar la pareja perfecta con quien tener una relación sentimental”.
Así que, básicamente, todo es culpa de nuestros padres, y nuestra vida es un reflejo de unas relaciones sociales pobres en el recreo. Pero, ¿qué es lo que falla realmente en los vínculos de la gente no querida, no popular? El psicólogo y experto en relaciones inestables Kale Monk dice que el sacrificio mutuo es la clave de las parejas estables.
Eso incluye tanto hacer ver que te encanta el curry asqueroso que hace ella como no irte a estudiar al extranjero cada año. Ese sacrificio hace que una relación sea más seria. “Cada uno de los miembros de una pareja pueden pensar en ellos como un ‘nosotros’ colectivo o como un ‘yo’ individualista”, aclara Kale.
Básicamente, todo es culpa de nuestros padres, y nuestra vida es un reflejo de unas relaciones sociales pobres en el recreo
El problema es que las mujeres se sacrifican más. “En las relaciones heterosexuales, son normalmente las mujeres las más perjudicadas. Las investigaciones demuestran que las mujeres se comprometen mucho más con la relación y con las tareas domésticas”, afirma Kale. “El igualitarismo y la equidad en las relaciones de pareja es normalmente un objetivo que se suele establecer, pero el esfuerzo y dedicación de ambos miembros de la pareja no es siempre el mismo”.
“De más joven me implicaba mucho más en las relaciones con mis novios”, dice Meghan, que ha tenido toda una serie de relaciones estables con bastantes hombres. “Cada vez que salía con un chico nuevo, lo imitaba en todo y copiaba su estilo. Llegué a pasar de ser emo a punk, y luego popular, y después volvía a cambiar a emo, y así iba. Todo lo que le gustaba a él, a mí también. Desperdicié mi juventud por los chicos.
Pero eso no siempre significa que las parejas duren. El sacrificio solo funciona si ambos se implican. “Si eres tú siempre el que se sacrifica, según la teoría de la equidad, estás en desventaja en la relación y podrías acabar resentido”, me explica Kale.
“Al final, me di cuenta de que yo estaba dando mucho más que él en la relación”, añade Meghan. “Lo miraba y me sentía como un objeto que solo servía para satisfacer a los hombres. Ahora tengo veintitantos y las relaciones no me duran mucho porque no tengo ningunas ganas de cambiar mi forma de ser por nadie”.
Pero, a pesar de tanto desamor, 4,2 años es una cifra bastante respetable. Sinceramente, ¿a quién le gustaría tener una relación más larga? Como Ellie sugiere: “Yo he pasado mucho y he roto con muchos chicos, pero cuando veo a mis amigos que están increíblemente bien en sus relaciones, no siento celos. Un odio latente hacia tu pareja parece ser saludable a esta edad. De no ser así, puedes acabar como esas parejas mayores y extrañas que van siempre cogidas de la mano”.
Publicado originalmente en VICE.com.
Source: Infobae