Familiares de los reos del penal del turístico puerto mexicano de Acapulco, donde 28 presos murieron en una sangrienta riña, rogaban el viernes por más información sobre lo ocurrido en esa cárcel donde “reinan la mafia, la tortura y la extorsión”.
Una de las allegadas de los reos es Brenda López, una estudiante de psicología de 23 años, quien denuncia con el rostro desencajado que la demora de las autoridades para decirles qué fue lo que pasó en la sangrienta jornada del jueves “daña demasiado”, psicológica y emocionalmente.
El nombre de su tío no apareció en la lista de los muertos ni de los heridos, y las filas para entrar y constatar su situación estaban demorando horas.
La noche del jueves, un trabajador de una funeraria que ingresó al penal reveló a la AFP que cuatro de los muertos estaban decapitados en la entrada y que el resto estaban “apilados como basura” en la lavandería de la zona de máxima seguridad del penal, en una escena que describió como “maníaca” y marcada por el fuerte olor “a sangre”.
Tres custodios y once reos son investigados por su posible participación en la masacre, informó este viernes el gobernador del violento estado de Guerrero (sur) Héctor Astudillo.
Brenda recuerda que su abuela, que tiene 80 años y llegó a la cárcel este viernes con un brilloso vestido azul marino y sandalias, hace años quedó atrapada junto a su hijo durante un día de visita a la prisión cuando otro motín estalló. “Hasta vieron rodar la cabeza de uno de los que mataron”, relata la joven.
Ahora llevan más de 24 horas preguntándose “cómo está, dónde está” su pariente, añade Brenda a punto de romper en llanto. Y es que ella sabe que en esta cárcel, custodiada por policías antimotines, los reos “no tienen leyes, no tienen nada” que los proteja: “Permiten de todo”.
– ¿Riña o ejecución? –
En la cárcel, los familiares son impedidos o encuentran enormes dificultades para ver a sus parientes, mientras que en el Servicio Médico Forense (Semefo) de Acapulco los cadáveres, metidos en bolsas grises, han rebasado la capacidad de refrigeración de la morgue dejando a muchos de ellos a la intemperie y a merced del calor tropical de la zona.
La sangre y fluidos derramados atraen incontables moscas en medio de una fétida pestilencia, mientras una fila de carrozas funerarias espera el despacho de los cuerpos.
“La entrega de los cuerpos acabará, si bien nos va, en la madrugada de mañana, las necropsias están tomando mucho tiempo”, dice un trabajador del Semefo que habló en condición de anonimato.
Lo que sucedió “no fue una riña”, como aseguran las autoridades, “fue una ejecución”, afirma categórico afuera del Semefo un hombre corpulento que dice haber formado parte de la banda criminal Cartel Independiente de Acapulco y que pide no ser identificado por temor a represalias.
Asegura que la masacre la ordenó el reo que controla la zona de máxima seguridad de la cárcel para evitar una rebelión de los prisioneros que estaban “hartos de tanta tortura y extorsiones (…) y por eso los ejecutaron”.
– Drogas, armas y tortura –
Este hombre, que pide que se le llame Señor Avilés, estuvo cinco años preso en esa cárcel, tres de ellos en el área de máxima seguridad. “Yo también fui torturado, todos los guardias están coludidos, el director está coludido” con los reos que son integrantes del Cártel Independiente de Acapulco, sostiene.
“Si fue una riña, que presenten a los muertos del otro grupo”, reta. Entre los asesinados hay dos hermanos que eran amigos suyos y dice que con ánimo de vengarlos quiere dar a conocer las “humillaciones” y “delitos” que se cometen adentro.
“La droga la meten en la despensa que entra cada semana, las armas las entierran en el dormitorio K, la droga la tienen en el módulo de seguridad del psiquiátrico. Todas las extorsiones acá afuera las controlan desde allá adentro”, detalla Avilés.
Afirma además que las extorsiones por permitir la visita íntima y salir del área de máxima seguridad van de 500 a 10.000 pesos (27 a 552 USD), pero lo peor son las torturas que, confiesa, ya no quiere recordar.
“Son criminales, son delincuentes, pero no es forma de pagarlo… estas son injusticias que cometen otros presos”, agrega.
Después de conocer por dentro esta cárcel, el Señor Avilés juzga que el gobierno federal “hace lo que puede”, pero que resulta imposible acabar con el dominio que ejerce el crimen organizado.
“Es una plaga, matan a 10 y nacen 20” y esta cárcel en particular hace tiempo que se había convertido en “una bomba de tiempo”, concluye.