SAN MIGUEL LOS LOTES, Guatemala, 10 jun (Reuters) – Una semana atrás, Eufemia García observó horrorizada cómo el volcán Fuego, de Guatemala, arrojaba ceniza ardiente y gas sobre su casa, enterrando a su nieto e hijos y a otros de los 50 miembros de su familia. Desde entonces, anda en busca de sus restos.
Al menos 110 personas murieron después de que Fuego estalló el domingo pasado, empujando corrientes de polvo, lava y gas que se desplazaron rápidamente por las laderas del volcán en su mayor erupción en cuatro décadas. Se estima que cerca de 200 personas permanecen enterradas bajo los escombros.
Entre ellos, García cree que están sus nueve hermanos y sus familias, así como su madre, sus hijos adultos y un nieto, probablemente convirtiendo a su familia en la más afectada en un desastre que los funcionarios admiten que empeoró por las demoras en las advertencias oficiales.
La aldea de San Miguel Los Lotes, en el exuberante flanco sur del volcán, fue casi completamente tragada por varios metros de ceniza, y los esfuerzos formales de búsqueda se han suspendido hasta que el volcán en erupción se estabilice.
Cada mañana, desafiando la orden oficial, García, de 48 años, deja el refugio donde ahora duerme, toma un pico o una pala y se dirige a la zona de peligro, donde grupos de voluntarios y otras familias cavan entre la ceniza endurecida por la lluvia y el sol intentando alcanzar sus casas.
“No voy a darme por vencida hasta no tener una parte de mi familia y darle cristiana sepultura”, dijo García con la voz firme pero el rostro marcado por la fatiga y el dolor.
Otro sobreviviente desesperado, Bryan Rivera, está buscando a 13 familiares desaparecidos. Pero, entre el polvo y la desolación, lo único que ha encontrado hasta ahora es una guitarra que a su hermana de 12 años le encantaba tocar.
“QUE SE HAGA LA VOLUNTAD DE DIOS”
García, una vendedora de frutas que vivió durante más de tres décadas con su familia en Los Lotes, recordó que estaba comprando huevos cuando vio el flujo piroclástico llegando a su pueblo por lo que corrió de regreso para alertarles.
Golpeando furiosamente una puerta tras otra, lloró para que sus familiares huyeran, pero pocos escucharon las advertencias. Su madre, de 75 años, decidió que no podía escapar del peligro.
“Que se haga la voluntad de Dios”, le dijo su mamá.
Desesperada, García corrió, saltando cercas junto con vecinos que huían. Desde una distancia segura, ella vio el flujo ardiente subir al techo de su casa, sumergiéndola por completo con su hijo Jaime, de 21 años, adentro.
También observó cómo las cenizas alcanzaron a su hija Vilma, de 23 años, quien huía descalza. Su otra hija, Sheiny, de 28 años, se quedó en casa con su hijo en brazos.
Casi sin familia, García aún ignora dónde vivirá o qué hará para sobrevivir. Por ahora, dice ella, lo único que importa es la búsqueda.
García marca una lista de sus desaparecidos, incluidos sus tres hijos, su madre, su nieto, hermanos, hermanas, sobrinos, hijos de sobrinos y cuñados, generaciones de parientes entre el grupo de familias que se establecieron en Los Lotes en 1970.
Los únicos sobrevivientes de la familia son García y un hermano que no vive en la zona hace mucho tiempo.
“He buscado aquí en la morgue y en la otra morgue y mi familia no aparece”, dijo, de pie, frente a una fila de ataúdes en un improvisado depósito de cadáveres.
“Mi familia está enterrada, los 50”, se lamentó. (Traducido por Diego Oré, Editado en Español por Manuel Farías)