01 de Abril de 2016
“Nosotros los mexicanos, con nuestras tantas ambivalencias. Las ideológicas y las semánticas (o sea, del lenguaje) para disfrazar muy bien las otras: las sexuales. Nuestra esquizofrenia que nace, crece, se desarrolla y se expande en nuestra naturaleza tan juarista como guadalupana. Por eso se entiende (y hasta se perdona) ese famoso ‘puto’ en el estadio. ¿Y qué, no es el ‘¡puto!’ una palabra tan idiosincrática (y multisentido) como la famosa, tan odiada y adorada, repelida y añorada ‘chingada’? El español y las riquezas que los mexicanos le hemos aportado (desde nuestra pobreza para reconocernos en un lugar y lenguaje de mayor precisión autoanalítica, autodiagnóstica y autocrítica). No, pues, ¿pa’ qué?: si llamamos a las cosas por su nombre, entonces no vaya siendo que uno que no quiera reconocerse como lo que verdaderamente es termine por caer en la categoría de ‘puto’. Mejor que ‘puto’ signifique todo lo que pueda significar y no que termine por poner a un parroquiano de buenas costumbres frente al más enorme e inescapable de todos los espejos: la realidad…”, así escribí hace un par de años, era el Mundial y los mexicanos éramos noticia internacional por la reacción de la FIFA ante ese grito en las gradas con el que creemos aliviar —aunque sea de forma momentánea— el coraje ante las injusticias del árbitro y el juego sucio del equipo contrario. Y “puto” es, siempre lo ha sido, la palabra más recurrente para endilgarle al otro todos los significados que otorgamos a este sustantivo (totalmente adjetivizado). Y “puto”, dicen hoy los gritones que quieren ser políticamente correctos, nos es —en realidad— sinónimo de cobardía, a la “falta de huevos”, porque éstos nos hacen “valientes”. Entonces, vale la pena preguntarnos el porqué de la sexación de ambos conceptos. La virtud (la valentía) como un concepto asociado al principio de lo masculino. El defecto (la cobardía) como reflejo de lo femenino o su asociación (del “pareces vieja” al famoso “puuuto”).
Es la idea del “macho calado” la que nos refiere, siempre, que todo aquello que tiene que ver con el sexo femenino o con la homosexualidad es sinónimo de debilidad: “Si no haces ‘x’ cosa, eres puto…”, “hasta pareces niña…”, etcétera. Siempre que hablamos de “valor” o “valentía” lo hacemos pensando en que quien carece de él merece cualquier cantidad de adjetivos, pero todos al sexo femenino, porque es “débil”, porque a la mujer “le falta fuerza”, porque el “puto” es aquel hombre que reniega de su sexo… porque hemos crecido con la idea de que sólo los “verdaderos” hombres son valientes… —y cómo no, si los hombres no lloran, lloran los homosexuales. Así de pobre es nuestra comprensión de la complejidad emocional del ser humano, directamente reflejada en la pobreza de nuestro lenguaje. Así de enorme es la sobresimplificación de nuestra realidad y la extensión (a la cancha y fuera de ella) de nuestros prejuicios e ignorancia. Nos alarmamos de los discursos y las acciones de personajes como Donald Trump o el Estado Islámico, sin percatarnos que, así sea sólo con un aparentemente inofensivo canto futbolero, estamos actuando bajo el mismo principio.
Ahora que de nuevo éste fue un tema en la opinión pública, gracias a que se anunció que la Selección Nacional de futbol podría ser sancionada si la porra grita, de nuevo y con el mismo entusiasmo que en 2014, “¡eh, puto!” desde las gradas, bien vale pensar qué tan dispuestos están los aficionados a que su cántico con notas de machismo y homofobia le cueste la clasificación a sus machos en la cancha. A ver si “tan machos”, diríamos si incurriéramos en su mismo error.
ADDÉNDUM. En 2015, Grupo Orinla ganó una licitación para ser el encargado de proveer al IMSS (al Centro Médico Siglo XXI) con ventiladores de traslado, tanto pediátricos como de adulto, los cuales fabricaría Drager Medical México, empresa de origen alemán asentada en nuestro país. En diciembre esta importantísima herramienta médica, clasificada como de “soporte de vida”, debía estar en su destino y uso de los servicios médicos. Y llegó, pero no servía. Qué lamentable que en Drager sólo argumentaron que ya estaban de vacaciones de fin de año, que los esperaran unas seis semanas. ¡Como si los pacientes no tuvieran urgencia por recibir la mejor atención! Evidentemente, y justo por la urgencia, el IMSS rescindió el contrato a Grupo Orinla, quien además tuvo que pagar una multa. Ojalá así ocurriera con todo lo que no funciona en el país.
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Otra vez al grito de “¡eeeeh, puto!”
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