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La Usurpadora, ¿éxito o error?

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La Usurpadora, ¿éxito o error?

Haber estrenado La Usurpadora, el lunes pasado, a las 21:30, en Las Estrellas, fue un error.

¿Por qué?

Porque independientemente de que se trata de un atentado contra lo poco que quedaba del patrimonio, Televisa manda un mensaje político muy peligroso.

¿Puede haber algo más cínico que producir una historia donde la protagonista es la Primera Dama de los Estados Unidos Mexicanos justo cuando el consorcio de Emilio Azcárraga sigue sin superar lo que sucedió con esa figura en el sexenio pasado?

¿Puede haber algo más descarado que lanzar esto inmediatamente después del primer informe de gobierno de Andrés Manuel López Obrador?

No, y se pone peor, ¿puede haber algo más delicado que plantear la posibilidad de que cualquier persona le puede disparar al presidente de México, o a su familia, aprovechando la ceremonia del Grito de Independencia a unos cuantos días de que ésta ocurra?

Todo lo que sucedió nada más en el capítulo uno de esta tercera versión de El hogar que yo robé es demasiado enfermo para ser cierto. No puedo entender que haya sido autorizado por los supervisores de Televisa. A menos, claro, que haya sido intencional.

La usurpadora, una de las telenovelas más memorables de los años 90, inspirada en una radionovela de Inés Rodena, adaptada por Carlos Romero, producida por Salvador Mejía y estelarizada por Gabriela Spanic, era, ante todo, un melodrama.

Cuando hablamos de melodrama, hablamos del bien y del mal. En esta historia de gemelas, la chica pobre era la buena. La rica, la mala. Más allá de que había un poderoso componente cómico por lo descabelladas que eran las situaciones, no había manera de confundirse a la hora de los valores.

Los responsables de la nueva versión de este clásico deben tener serios problemas morales porque ahora resulta que la villana es una mujer valiente y empoderada, víctima de un presidente que no le quiere dar el divorcio.

Podrá hacer barbaridad y media, como las protagonistas de La reina del sur y Rosario Tijeras, pero ya no es mala. Y la heroína, por cierto de origen colombiano, es una maldita manipuladora que atormenta a un novio que muere por tener hijos a sabiendas de que ella jamás se los va a dar. Aunque trabaje en un orfanato y se sacrifique por su madre, la muchacha, buena, no es. Merece que le vaya mal. ¡Viva la villana! ¡Vivan las fuerzas del mal! ¿Sí entiende la magnitud de lo que le estoy diciendo? Esto es como una narconovela disfrazada, un vehículo para la difusión de antivalores. Si cuando menos este “refrito” fuera exagerado o chistoso, podríamos justificarlo, burlarnos. Así como está planteado, con tanta seriedad, no hay manera. Y luego está el tema de las audiencias. Las versiones anteriores de esta telenovela eran para el pueblo. ¿Para quién es esto? ¿A poco las mujeres de la gran familia mexicana sueñan con ser primeras damas? ¡Ya ni siquiera existe ese concepto! No, y ni hablemos de la producción, plagada de broncas, porque entonces sí nos deprimimos de aquí a fin de año.

Me duele La usurpadora. Me duele Fábrica de sueños. Qué pena por sus actores, tan buenos, tan queridos. Esto fue un error. ¿O usted qué opina?

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