Ese que no para, que nos acarrea, en el que cabalgamos, rápido o lento, y el que pasa, estemos o no, querido lector; llegó el 2021.
Esperando que al cambiar el número del reloj cambiara lo que estamos viviendo, pero todavía no, seguimos en pandemia, viviendo desde la virtualidad a través de las pantallas.
Lo que no hay que olvidar es que la vida sigue aconteciendo, pasando junto con el tiempo. Y me parece que ahora en el encierro y ante las limitaciones y distanciamiento social probablemente se ha desfigurado un poco esta concepción.
El tiempo era ante todo un medio para orientarse en el mundo social y para regular la convivencia humana es lo que decía el sociólogo Norbert Elias, pero qué pasa ahora cuando muchos parecen haber perdido la noción del tiempo y perdido, también, la convivencia humana. Creo que de ahí el desajuste en la vida social; el incremento en la violencia, el incremento en feminicidios, tantas familias fragmentadas, con pérdidas a causa de la pandemia; la incertidumbre económica y social ante una amenaza invisible, pero latente.
Y cómo no tambalearse ante el miedo, el dolor, si es lo que nos hace humanos y desafortunadamente esto mismo, es lo que nos ha llevado al quebranto y deterioro de la sociedad con tanta violencia.
También Elias señalaba que Los fenómenos naturales elaborados y normalizados por los hombres, encontraron aplicación como medios para determinar la posición o la duración de las actividades sociales en el flujo del acontecer. Y aquí es donde nos encontramos y nos hemos perdido de cierta manera; los fenómenos naturales cada vez nos superan más, pues la fuerza de lo impredecible de la naturaleza nos recuerdan nuestra finitud como humanos, nuestras debilidades y lo frágil que es nuestra existencia ante su grandeza, pero, al contrario, lo hemos tomado como un desafío, creemos que con los adelantos evolutivos nada puede fallar y la verdad es que poco o nada hemos aprendido al respecto.
El tiempo nos ayuda a aprender, por ejemplo, cómo poder sobrevivir a un huracán, una inundación, pero cada vez somos golpeados bruscamente por estos fenómenos, no acabamos de entender que necesitamos dar su espacio a la naturaleza, que necesitamos de árboles, vegetación para aminorar los efectos climáticos o que lejos de buscar y ahondar en la cura para muchas enfermedades que ya nos aquejan, existen laboratorios donde se ponen a crear virus letales de los que no tienen ni idea de las repercusiones.
Entonces de qué nos ha servido el tiempo, lo vivido, el aprendizaje, se supone que este nos daría las facilidades de tener una vida mejor no una decadencia cada vez peor, en qué momento dejamos de apreciar lo que nos rodea para matar aquello que amamos como dijo alguna vez Oscar Wilde, ¿es que el sentido de posesión y apego nos lleva a la aniquilación? O cómo explicar que sabiendo que la pirotecnia es tan dañina, la sigamos utilizando y provocar la muerte de miles de aves que forman parte del ecosistema o dañar la capa de ozono; qué sucede, por qué si sabemos que estos pueden ser daños irreversibles, lo hacemos.
Así pasa también con la pandemia, por qué seguimos desafiando nuestra fragilidad humana, aquellos que pese los riesgos juegan sus vidas sin la más mínima consideración, es decir, de las personas que salen a trabajar, se puede entender, pero de aquellos que no tienen la necesidad y organizan fiestas, reuniones innecesarias arriesgando a todo el mundo: qué hemos aprendido del tiempo, de lo vivido, vuelvo a preguntar.
Y probablemente la idea de la individualidad es algo que no hemos podido rebasar, no hemos comprendido que somos seres que formamos parte de la sociedad, corresponsables de lo que pueda suceder o no.
Ciertamente he apuntado que la vida sigue y continúa sin nosotros, pero lo que no hay que perder de vista es que mientras estemos en ella, hacemos, compartimos, creamos; repercutimos en el momento de la historia, haciendo o dejando de hacer. Y eso es prueba de que un día existimos, bueno, malo, poco o mucho, una huella dejaremos.
A partir de lo que conocemos es que hacemos y dejamos un rastro de existencia. Iniciemos este año con estas enseñanzas que nos ha dejado el año que pasó, que se sintió como haber vivido toda una era; ese año que pareció tan extenso y marcado por tanto que nunca nos imaginamos vivir y que teníamos como antecedente en los libros de historia de épocas que parecían tan lejanas y ajenas.
No echemos en saco roto tantos aprendizajes y cambiemos la historia de una mejor manera, a partir de las lecciones de vida y el conocimiento que hayamos podido adquirir porque aunque no lo parezca algo o mucho cambió en nosotros y no sólo por lo que aconteció sino por el simple paso del tiempo, cambiamos, envejecemos, crecemos; algo se nos puede quedar en el camino de aprendizaje. Pues hemos constatado que tanta desmemoria, indiferencia e ignorancia sólo provocan caos y muerte.
Me despido con el poema de la escritora mexicana Rosario Castellanos, Destino.
Destino.
Matamos lo que amamos. Lo demás
no ha estado vivo nunca.
Ninguno está tan cerca. A ningún otro hiere
un olvido, una ausencia, a veces menos.
Matamos lo que amamos. ¡Que cese esta asfixia
de respirar con un pulmón ajeno!
El aire no es bastante
para los dos. Y no basta la tierra
para los cuerpos juntos
y la ración de la esperanza es poca
y el dolor no se puede compartir.
El hombre es ánima de soledades,
ciervo con una flecha en el ijar
que huye y se desangra.
Ah, pero el odio, su fijeza insomne
de pupilas de vidrio; su actitud
que es a la vez reposo y amenaza.
El ciervo va a beber y en el agua aparece
el reflejo del tigre.
El ciervo bebe el agua y la imagen. Se vuelve
–antes que lo devoren– (cómplice, fascinado)
Igual a su enemigo.
Damos la vida sólo a lo que odiamos.
Fuentes:
Castellanos, R. (ND). Destino, poema completo. Ciudad Seva/Casa digital del escritor Luis López Nieves. https://ciudadseva.com/texto/destino-castellanos
Elias, N. (1989). Sobre el tiempo. Fondo de Cultura Económica. Disponible en: http://200.111.157.35/biblio/recursos/Elias,%20Norbert%20-%20%20Sobre%20El%20Tiempo.pdf