Ando corto. Ando corto porque dice el SAT que no soy yo, que soy un robot y no he podido cobrar la quincena, el mes. Fui al SAT. Me rebotaron otra vez, que porque la cita no era cita, era quimera. Un desajuste. Me agüité. Me quité lo agüitado caminando por Las torres. Chale, no hay clavos, pensé. Gasté a lo buey mis últimos clavos. Las torres. Las torres. ¡Las torres! El pinche René había estado dale y dale que me echara una tocada. Hay buen jale dijo, te recomendé. Ahuevo. Las torres: medí con los ojos, con la cabeza, con la boca torcida. Doñita, ¿para dónde queda Metepec? Vuelta. Vuelta y otra vuelta, que porque el resta está por el Home depot, dijo el René. Iba a sacar el fon cuando ya había llegado. Me clavé. Me presentó a los dueños, les dijo que sí que yo era el chido y se hizo el bisne.
Ts. ¿y la lira? La lira anda enjaulada. Ts. Lira, lira, lira. Ahuevo. Toc toc. Carnal, necesito un paro. Nel. Wey, un paro dividido en tres. Nel. Jaja. Chale. Hombro calado, la lira de Paco Díaz. Carnal, está muy rígida. La noche. Carnal, no encuentro mi cable. La noche. La mañana. Risas. Otro mensaje. Me tocaba aplicar exámenes. Mensaje. Mensaje. Mensaje. Carnal, ¿no tienes la llave? Silencio. (…). Mensaje de mis alumnos: profe, ahí está mi trabajo. (…). Mensaje. Mensaje. Mensaje. No le muevas a la lira buey. Silencio. Silencio. Silencio. (…). Campana. (…).
¿Y el cable? Nel. ¿Y el pedestal? Chale como por 500. Busque y busque y nada que encuentro. Pienso. Pienso más. Las 6. pienso, pienso otro poco: las 7. Chucho Gallegos. Las llaves, la lluvia, la calle. Chucho Gallegos en la puerta de su casa en chanclas. Que tenía tocada, que no tenía otro, que ya anda más tranquilo. ¿Y aquellos? Peor señoras. Algo pasó de unos tres o cuatro años pa’ca, ¿No? Seh, dice. Me manda con Cua-Cua dj. Me manda con el DGarcia. El que quede primero. Cua-Cua dj, pero Cua-Cua dj nomás tiene cable. Ver… dura. Cua Cua dj, me manda también con el DGarcía. Ah, me detiene, pero chécale con Mini Vikingo, pero Mini Vikingo trabaja al otro día. Chale por 700. Ni pedo, con el DGarcía. Timbre. Dos Timbres. La señora en la puerta que porque el DGarcía anda en aguas. Raro. Pienso, pero no lo digo. Es que fue su cumpleaños, dice. Ah. Ah. Ah. Tarjeta, dice, llámelo mañana, pero nel, es hoy ese bisne porque hay que echar letra. ¿Quién, quién? Pienso. Camino. Pienso más. El Richard. Ahuevo, pero el Richard está bien pinche lejos y no saqué para el taxi. El SAT, el puto SAT. Ahuevo, el pollo, sonido Los Ángeles. Una arriba, dos a la izquierda y tres pa´bajo. No hay timbre. Calar la lámina. Nada. Más fuerte. ¿Quién? Yo. (qué estúpida forma de responder, es verdad). Ah, qué pasó, canijo, dice. Dicen todos. Dice el con comida en la boca, pero no tiene pedestal ni el puto cable. Chale por 900. Quiero irme, pero quiere hacer bisne. Ten mi número, dice. Sí. Me llamas, sí. ¿Quién? ¿Quién? Casi me voy pensando conmigo cuando me dice, ah, ah, ah, ¿sabes quién te renta?: Jorge Negrete. Jaja. Neta, así se llama. Oh. Oh. ¿Dónde? A la vuelta. Una a la izquierda, una pa’bajo. Oh, oh, oh, ¿con los Asfalto crudo? Andas, esos meros. Va, va, va. Corro. Es tarde. Ya andaban pedos, casi me desconocen. El Jorge Negrete con su playera de Pink Floyd. Nel, no tengo carnal. Oye, ¿y cómo andan? Chidos. ¿Y la alineación? Chido. Va. Bueno, falta cantante. Inviten. No mames, ¿neta? Ahuevo. Va, va, va. ¿Qué tal andas en el inglés, las de rock, sacas las de pop? Ahuevo, ese es mi bisne. Va, va, va. Pásame tu fon. Ahuevo. Oye, igual el Mario te presta, es buen vato. ¿Quién? Mario. A la vuelta. Otra vuelta. Cámara. Más o menos fue fácil dar con la descripción casi al tiro: en frente del minisúper, luego un zaguán, luego al fondo. El zapatero con su familia, dijo, pásale al fondo. Están tocando. Estaba una niña en la orillita de la vecindad, como guarura, pero no; era niña namás. Pásele porque se tardan harto. Escalera grande, escalera chiquita, pasillo, bodega. Ahuevo, ahuevo, ahuevo; no por el cable, por la bodega con sus músicos. Apenas cabían. Pero tocaban chido. Tocaban una de esas romanticonas, de las de los tiempos de los Bryndis, pero de otros. Con su corito y sus teclados. Se me quedaron viendo. Yo también los vi. Que se llaman grupo Alianza. Tocan chido. Tenían su Torres 10 encima de una caja de bocina. Ya estaba más debajo de la micha. Los escuché. Viernes por la noche de ensayo. Ya andaban chidos. Cuando el Mario salió, me di cuenta que ya lo topaba; de morrito. Carnal, me manda Jorge Negrete (sigue sonando muy cagado), que me tires paro. Y por fin, ahuevo, el cable y el pinche pedestal.
Y el relato se cayó. Había pasado las últimas dos semanas pensando en escribir algo sobre el día del músico que acaba de pasar y aunque tenía la idea, no atinaba cómo iniciar. Entonces aparece esta entretenida historia, que con la lluvia encima y el calor de ese grupo versátil de azotea, me ponen mucho más en consecuencia de que la música está en el lugar menos esperado y que, en efecto, se viaja a través de ella. En una tarde conocí y redescubrí a personas del negocio cuyo paradero ignoraba o no me había dado el tiempo de conocer, aunque sea con una charla tan arrebatada, pues eso sucedió apenas entre las siete y las nueve.
Sentí en el pecho una emoción, ese brinco fuerte como cuando sabes que has descubierto algo. Estaba emocionado y al mismo tiempo molesto. La música está en dónde quiere y no dónde quieren algunos, y ese es mi conflicto. Desgraciadamente la música está repleta precisamente de las personas más estúpidas.
Para explicar esto, uso una idea en la cual me gustaría profundizar mucho más en otro momento. Pienso en la literatura como una expresión artística paralela y la música. Como lo es la pintura, escultura, cine, etc. Sí alguien me pidiera dos autores conmovedores y poderosos, diría sin pensarlo, Armando Ramírez, con su Chin-Chin el Teporocho. Con su lenguaje coloquial y su mala puntuación. Vaya, algunos dicen, en esos mitos del Chopo, que el maestro lo entregó en hojas de estraza y con faltas de ortografía y su hoy crítica férrea que lo tildan de poca cosa. Del otro lado, pienso en Rayuela, de Julio Cortázar. Con su prosa poética. Con sus viajes por el Sena, el Jazz y la lluvia. Con su sofisticación y ensueño fragante y su revolución a la literatura. Ambos genios, ambos textos que al cerrar la última página, se han llevado consigo un pedazo de ti.
En la música no pasa. No conviven en un mismo buró, Wagner y Bronco. Radiohead y Timbiriche. No pasa porque la música es más un negocio de destreza que de pasión y sensaciones. De falsa bohemia, de falsos malditos. Y le han hecho mucho daño a la música. No confió en un músico que se pasa 15 minutos, de una de dos horas que pretende llenar, explicando una canción que él no escribió. En los talleres de literatura hay una máxima, los textos se defienden solos. Así que toca de una vez por todas, maldito comediante. Ah, la misma canción, las mismas formas, acordes, falsetes, etc. Nada importa cuán rápido toques; las alarmas del banco igual cansan, no por su tono, sino por lo repetitivo. No me quejo de Mozart, de Beethoven, de Bach. Me quejo de la silla ocupada para los gargajos de Arrellín, de Catana, del Mastuerzo, que saben igual de sabroso con la caminata adecuada.
Mucho se ha dicho y ha hecho en la plástica para por lo menos preguntar, ¿en serio les gusta esto? En cuanto al arte conceptual-contemporáneo, y lo que sigue es notar que, por ejemplo, la trova es un embuste grande que alimenta pseudointelectuales y discapacitados emocionales. Hay mejores historias en las Murder Ballads mexicanas de Los Cadetes de Linares, Los Rieleros, Los Tigres del Norte, que no explican, suenan y suenan, y la raza baile y baile.
El artista más músico más importante de este siglo, según expertos y otros que no tanto, pero que igual cuentan, sale al escenario y con apenas unos acordes ha revolucionado el mundo, las letras, todo a su alrededor, y no necesita hacer tanto chango y faramalla. Y es él, pero no veo sus apuestas, más que a la memoria, y a veces ni eso con sus carpetas que más bien parecen karaoke y la verdad, digo yo, no somos putas rocolas, pues el espectador, como cuando compra un buen libro, mira una pintura, o una película lo aburre, apuesta, y en la música no pasa, no se llega ni siquiera a esa discusión; no hay músicos, hay entretenedores, payasos. Para ver a un verdadero músico, habría que correr a una azotea.