Las Barras Praderas, el gimasio gratuito del Estado de México más viral y popular del momento, se vistió de luto tras perder, por COVID-19, a su líder José Luis Espinosa.
De acuerdo con el comunicado publicado en sus redes sociales oficiales, el también conocido como “La Jefa” perdió la batalla contra la enfermedad COVID-19 “después de casi un mes de aferrarse como todo un guerrero”.
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“Con mucho dolor nos unimos al la pena que embarga a la familia. Descansa en paz mi hermano y que mi Dios todo poderoso te dé la luz y guíe tu camino hacia el descanso eterno, gracias por tu gran amistad, enseñanzas y ese ejemplo de vida, no es un adiós sino un hasta pronto”, escribieron junto a una foto del mismo.
Sin embargo, en un video que circuló en las redes sociales, los miembros del gimnasio, junto a “La Jefa”, aseguraron que el coronavirus “es política, es puro choro. Vénganse a las barras, el pinche parvovirus a mí me la pela”, además de invitar a la gente a entrenar con ellos.
“Al que le toca, le toca. Sigan viendo chinganderas. Aquí vénganse, aquí se olvida todo”, aseguró José Luis Espinosa.
En Naucalpan, Estado de México, uno de los municipios con más delincuencia en la entidad, se ubica este gimnasio callejero “sui generis” que promueve la actividad física para rescatar a niños y jóvenes de las drogas y la delincuencia.
Un lote baldío, que era utilizado por el vecindario de Praderas de San Mateo como basurero, fue transformado gracias al empuje y sueños de Paul Villafuerte, quien a los 23 años, hoy tiene 35, perdió una pierna (la izquierda) en un accidente, situación que lo deprimió y lo hizo caer en alcohol y drogas.
“Cuando caes tocas fondo, en el alcohol o en las drogas, tu vida no vale nada y un día dije: hasta aquí”, relató este sábado en entrevista con Efe Villafuerte, un joven dicharachero, de hablar cantado y malhablado. Un tipo ‘de barrio’, como él mismo se define.
Paul contó que el deporte siempre le atrajo pero tras el accidente, lo dejó de practicar y subió de peso, tanto que llegó hasta los 120 kilos. “Y en un pierna (…) no podía hacer mis cosas bien, me sentía un inútil y una carga para mi familia”, rememoró.
Recordó que un día llegó al gimnasio que asistía y pidió la oportunidad de entrar sin pagar, pero se la negaron. Molesto, regresó a su casa y al pasar por el terreno baldío, a unos pasos de su hogar pensó: “Lo voy a limpiar y voy a poner unas barras (paralelas)”.
Aunque en un principio la gente se reía de él, Paul siempre tuvo “el sueño de poner un ‘gym’ gratuito”.
Relató que cuando comenzó a retirar la basura y animales muertos del lugar como perros, gatos y hasta un caballo, sus hermanos Arturo y Juan, al verlo motivado y decidido a llevar a cabo un cambio en su vida, le ayudaron a limpiarlo y ya despejado, lo primero que instalaron fueron una barras paralelas con tubos reciclados.
De hecho, Arturo contó que Paul estaba tan emocionado por las barras que no dejó fraguar el cemento donde las “plantaron”.
Y al día siguiente las “estrenó”, pero terminó por aflojar los tubos los cuales esa noche reforzaron para convertirlo en el aparato con el que arrancaron el gimnasio y que luce, como monumento, a la entrada de “La Perrera”, como le llaman a este peculiar gimnasio.