Aunque no se conoce a ciencia cierta de dónde viene o a qué momento histórico se remonta el inicio de esta práctica difundida mundialmente, se sabe que los antiguos persas y los griegos ya “practicaban” el beso romántico. Cada 13 de abril se celebra Día Internacional del Beso. Esta celebración surgió a partir de un récord: el beso más largo de la historia, que duró 58 horas y que fue protagonizado por una pareja oriunda de Tailandia durante un concurso de besos.
Es que el beso es placer: la boca es un órgano cuyas terminaciones nerviosas activan un área cerebral aún mayor que la que pueden encender los propios genitales.
¿Qué pasa en el organismo cuando besamos? Al momento del beso, el cerebro produce oxitocina, la hormona del amor.
Se produce en el sistema nervioso central, concretamente en el hipotálamo. Desde allí se transfiere a la hipófisis, una glándula que está en nuestro cerebro, dónde se almacena y de allí se secreta cuando se necesita.
Esta hormona influye en funciones donde se establece un lazo entre dos personas, como el enamoramiento, el orgasmo, el parto y el amamantamiento, y está asociada con la afectividad, la ternura, el tacto cariñoso… Al besar, el cerebro también libera endorfinas, a las que se atribuye que combaten el desánimo y evitan caer en la depresión.
Un estudio realizado por la Universidad de Viena demostró que, cuando una persona funde los labios con su pareja en un beso apasionado, las pulsaciones cardíacas pasan de 60 hasta 130 por minuto, se libera adrenalina y baja el colesterol. Se sabe que a la hora de besar, se contraen 29 músculos de la cara.