Estamos un 20 de noviembre en 1974. Revueltos, carros alegóricos con deportistas en calurosa mañana, convocan a un buen número de ciudadanos que a los lados de las calles del desfile, se dan cita dándose un respiro a la cotidianidad.
Los charros y la escaramuza femenina abren el desfile, charros que no trabajan la tierra, chicas poblanas de la High Society. Las manos que manejan bisturís, boutiques, manojos de $, ahora llevan la brida de finos equinos.
Una familia clase media, saborea sus raspados de tamarindo, Jamaica y limón.
– Papi… ¿esos charros pelearon en la revolución? La maestra nos enseñó en el libro.
– Este… si. Y el ciudadano leído y escrebido piensa en las gigantescas haciendas porfiristas con el peonaje daba un aire a la esclavitud.
El sol pega. La voz del narrador del desfile se oye clara, metálica:
– ¡La revolución se hizo para quitar desigualdades, privilegios para que el pueblo tuviera!…
En el balcón central el gobernante sonriendo, agradece el saludo del ciudadano del carro alegórico que representaba a Emiliano Zapata, con la mano en alto lo aprueba.
– ¿Papi quien fue Pancho Villa?
Y el buen padre de familia nomás calla, pensando que porque diablos no hay una película sobre los hermanos Flores Magón y dándole el ultimo chupete a su dulzón raspado casi suelta una leperada al escuchar al maestro de ceremonias.
– ¡Esta revolución que nos dio justicia, reparto equitativo…!
Y su mente trabaja: ¿Y cuántos muertos para qué? ¡Para que!
Felicidades!