Latitud Megalópolis | Ricardo Burgos Orozco
Escuchaba continuamente expresar a Miguel de la Madrid Hurtado, presidente de la república de 1982 a 1986, que el Metro era un mal necesario.
En su tiempo, él no estaba de acuerdo en seguir construyendo más líneas de este transporte, pero el crecimiento poblacional inmoderado de la Ciudad de México obligaba a continuar. Pese a su rechazo, al mandatario le tocó inaugurar los tramos Zapata – Universidad, El Rosario – Instituto del Petróleo e Instituto del Petróleo – Martín Carrera.
En la actualidad no podemos imaginar a la Ciudad de México sin su Sistema de Transporte Colectivo, que durante muchos años fue orgullo nacional, el más seguro y funcional del mundo, con una imagen iconográfica que lo hace único, es decir, ningún otro transporte similar posee una imagen especial para cada una de sus estaciones.
Incluso el accidente en octubre de 1975 — donde chocaron dos trenes en la estación Viaducto de la Línea 2, fallecieron 31 personas y otras 70 resultaron lesionadas — fue visto en aquel tiempo como un hecho aislado producto de un error humano.
Después de ese hecho ha habido otros incidentes poco conocidos, aunque en marzo del año pasado nuevamente dos trenes colisionaron en la estación Tacubaya.
Fue casi al cierre de las operaciones, pero el hecho provocó un muerto y 41 heridos.
Se acusó a uno de los conductores, quien todavía sigue un proceso penal. Un error humano más, se pensó en aquel tiempo.
Sin embargo, el pasado 9 de enero estalló un incendio en el Puesto Central de Control número 1 (PCC 1) que desnudó la realidad del Metro: falta de mantenimiento y supervisión; no sabemos desde cuándo se ha descuidado eso tan importante que significa la seguridad para más de seis millones de usuarios al día.
Gran parte del personal que laboraba en el PCC 1 trabaja junto con los operativos del PCC 2.
Algunos me han comentado que llegan a juntarse hasta 150 empleados en ese centro y hay ocasiones que deben dirigir a los trenes por medio de mensajes de texto con el celular debido a la falta de controles electrónicos.
Aunque el servicio se había suspendido en 2014 durante seis meses en 12 estaciones para revisión, siempre había considerado a la Línea 12 Dorada la más bonita y moderna.
La triste realidad me despertó la noche del lunes 3 de mayo cuando me llegó a mí celular una primera foto impactante del desplome del tren en la estación Olivos. Imposible de creer al principio.
Hasta ahora hay 26 muertos y más de 70 heridos, muchos de ellos graves.
Hay indignación nacional porque en esta ocasión el error no fue de un conductor o un regulador.
La falla se debe a la negligencia y la irresponsabilidad de quienes no le dieron el mantenimiento adecuado a la línea elevada o tal vez desde quienes construyeron el tramo usando materiales de mala calidad, quizá para ganarse unos millones de pesos, ahora manchados de sangre inocente.
La jefa de gobierno, Claudia Sheinbaum anunció un peritaje externo a cargo de una empresa noruega con mucha experiencia.
El resultado llegará en cinco semanas más, aunque lo esperaremos con mucha cautela.
Mientras tanto, millones de pasajeros van a sufrir para trasportarse durante meses con la suspensión de la Línea 12.
Lo peor es que cuando reinicie, nadie podrá dejar de pensar en la tragedia al pasar por los tramos elevados y en especial por la ahora tristemente célebre estación Olivos.
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