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viernes, septiembre 20, 2024

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El D10S ha Partido zambullida filosófica por tu partida, Pelusa (Segunda Parte)…

La semana pasada en este espacio hacíamos una reflexión sobre el más grande del fútbol, claro esa es la creencia de un servidor, el más grande es Diego Armando Maradona. Aún no me pasaba por la mente que ese mismo día, El Pelusa, dejaría de existir en este plano en el que hoy aún nos encontramos, usted, estimado lector, y un servidor. Así que me han invadido algunos pensamientos y vivencias desde la filosofía misma. Recordando a Kierkegaard tenemos que la responsabilidad sobre pocas personas implica que muchas se someten a su arbitrio porque deciden no decidir. Esta concepción de la política es propio de su  argumento filosófico que lleva a un desarrollo por demás interesante de la figura del héroe trágico al que aquí hago referencia: El Diego. El héroe carga sobre sí las consecuencias de sus acciones y de ellas se le culpa todo el tiempo. Si el concepto de la tragedia comprende dos elementos, terror y conmiseración, no menos cierto es que en la tragedia moderna el dolor es mayor a la pena. La modernidad ha vaciado a la sociedad de todos sus elementos constitutivos, como familia, estado y estirpe, y a raíz de ello, la persona es abandonada a su propia suerte, puesto enfrente del destino que le permite elegir si continuar o morir.

 

Este me parece el contexto de la existencia de Maradona, el héroe o el villano. Como una respuesta a ello Kierkegaard nos comparte la analogía de la historia de Temor y Temblor. Para una mejor comprensión, el filósofo nos propone dos historias bien conocidas; Abraham y el Rey Griego Agamenón, en donde todo acto de fe trasciende a la locura, ya que esta última representa el final de la fe. Así que Abraham podría ser un loco que asesina o quiere hacerlo, a su propio hijo o a una persona que deja todo por seguir los mandatos de Dios. Abraham no sólo esconde su pensamiento de Sara, sino que se entrega totalmente a Dios. La razón paulatinamente comienza a declinar frente al advenimiento de la fe. Ahora bien, Agamenón pide a los Dioses sabiduría para saber si es viable invadir Troya. Los augurios no son buenos y los dioses piden un sacrificio para que la conquista sea posible. Agamenón no duda, por fama y gloria personal, accede a asesinar a su propia hija en un sacrificio ya conocido por la literatura clásica que abre las puertas de la tragedia. Kierkegaard nos enseña, que Abraham es considerado el padre de la fe, mientras Agamenón se limita a una figura secundaria, envilecida la cual se transforma por su deseo desmedido. Agamenón hace lo que debe hacer, pero no lo que los dioses le piden, el instrumentaliza a los dioses para sus propios intereses, es por ello, un héroe trágico. Así es que, al pensar en Maradona viene a mi mente sin duda una figura como Abraham o Agamenón.

 

Otra parte polémica y que en ocasiones divide, inclusive en momentos donde la unión es importante. Maradona es también conocido por sus afiliaciones políticas, las cuales apoyaron públicamente a gobiernos peronistas como los de Carlos Saúl Menem, y Cristina Fernández de Kirchner. Aun cuando la publicidad de su personalidad lo ponga en una situación polémica, su apego con la gente se remite a una atracción y rechazo de clase. Sin embargo, Maradona es, antes que nada, un ciudadano que nacido en un hogar con pocos recursos, se transformó en una de las personalidades más ricas de Argentina. Maradona es el ejemplo de la superación que el don consigna a quien lo posee. De una Villa, que es un asentamiento urbano precario similar a las colonias populares mexicanas, Maradona supo trascender las limitaciones del ambiente. Fue un ejemplo, para miles de chicos pobres que en igual situación consideraron el futbol como una plataforma al ascenso social, como también podría ser el caso de otros grandes como Sergio Agüero y Carlos Tévez. No obstante, existe en la sociedad argentina un arraigado prejuicio que pone a estos héroes en su lugar cuando amenazan ciertas etiquetas. Maradona pasa a ser también por una parte de la sociedad un cabecita negra.

 

Sin embargo, como él mismo contaba, cuando llovía había que andar esquivando las goteras, porque te mojabas más adentro de la casa que afuera. O sea, no es que no teníamos una pileta; no teníamos agua: así empecé a hacer pesas yo, con los tachos de veinte litros de aceite YPF. Los usábamos para ir a buscar agua hasta la única canilla que había en la cuadra, para que mi vieja pudiera lavar, cocinar, todo. Y para bañarnos también: con la mano sacabas el agua del tacho y te la pasabas por la cara, por los sobacos, por las bolas, por los tobillos, entre los dedos. Lavarse la cabeza era más complicado, te imaginas, y en invierno más valía zafar. Entonces el futbol es sin duda el eje principal que articula todo el actuar de Maradona, no podía ser de otra manera. Él se construye a partir de su carrera futbolística que determinará toda su vida y lo convertirá en un héroe popular. En el discurso de Maradona el futbol tiene una doble cara ya que es a la vez un fin en sí mismo, y un medio para salir de la pobreza. Pensar al fútbol como un fin en sí mismo remite a su esencia, a lo lúdico y su lugar en la vida de los hombres y el pueblo. Para apuntalar podemos, por ejemplo señalar las reflexiones de Bajtín en el sentido de que el fútbol es como el carnaval y la fiesta popular en la Edad Media.

 

Como un juego popular que permite apagar transitoriamente las diferencias sociales, y reinventar la realidad, que por un instante genera sus propias reglas, su propia estética y sus propios códigos. En su desarrollo discursivo, del que ya hablamos, Maradona enfatiza en diferentes momentos esa esencia del fútbol. Es claro que en su infancia el fútbol se convierte en el medio ideal para escapar de la pobreza material, es la forma de salir transitoriamente de la miseria. En torno al esfuerzo y la lucha por sobrevivir, el futbol completó su infancia, le dio juego, alegría. Le permitía apagar transitoriamente la realidad, y crear una paralela, por el tiempo que durara el juego. En sus palabras: A mí, jugar a la pelota me… me daba una paz única. Y esa sensación, la misma, la misma, la tuve siempre, hasta el día de hoy, a mí dame una pelota y le divierto y protesto y quiero ganar y quiero jugar bien.

 

Regresando a la reflexión filosófica llamada así por la partida del Pelusa, tenemos la referencia de Kierkegaard a la que hicimos mención la inicio, que tal vez estamos ante un hombre  de fe, no es una persona encumbrada como lo es un rey, es un simple pastor que deja todo por el mandato de su Dios. Él no quiere nada más que obedecer a lo que Dios dice, y si su mandato es asesinar a su propio hijo, no habrá obstáculos para tal fin. Así la voluntad del pueblo también debe ser obedecida. Entonces, Maradona es un ídolo, no por lo que hace, sino por aquello que trasgrede; muerto en vida por la acción de sus excesos, se lo considera una víctima de la fama. Maradona ha sacrificado todo por la fama que la Selección Argentina le ha dado, ha dejado todo por el éxito que le significó llevar a la Argentina al podio de la elite mundial del deporte. Como el héroe, Maradona es víctima de su ira, de sus excesos, pero a pesar de ello, lucha contra los poderosos para proteger a los suyos. Si no hubiese existido Guerra de Malvinas en 1982, y final de una dictadura, Maradona continuaría siendo un hombre normal con ciertas habilidades. Pero él, no solo regresó a su país la gloria que había sido pisoteada y perdida por la tragedia que implica una derrota con el dos a uno frente a Inglaterra, a quienes se los consideraba como una potencia invasora, sino contra los ricos industriales del Norte Italiano cuando era jugador del Nápoles. Maradona era un ídolo de y para el pueblo, conformado a través del conflicto y la explosión dentro de la cancha. Ganarle al Imperio Británico y consagrarse como Campeón Mundial sentó las bases para que ideológicamente se fundara la leyenda de los héroes.

 

También hay que decir que el fútbol como fin en sí mismo no se restringe a ser un paliativo de la pobreza, sino que se rescata como juego popular, estético. Importa la alegría de jugar, de divertirse. Diego Armando en su historia discursiva contaba que la gente que iba a ver al equipo Argentinos  me conocía, pero no por el nombre. Resulta que un día yo estaba de alcanza pelotas en un partido de primera, y al vivo de Francis se le ocurrió tirarme una en el entretiempo, para que empezara a hacer jueguito. Yo la recibí y empecé a darle, como siempre: empeine, muslo, taco, cabeza, hombro, espalda, dale que dale. Francis, vivo, insisto, me empezó a arrear para el centro de la cancha. A mí me daba vergüenza, porque los otros chicos no me podían seguir y me daba cuenta de que la gente ya me estaba mirando. Empezaron a aplaudir y se hizo un clásico. Pero lo más lindo fue una vez en un Argentinos-Boca, en 1970 en la cancha de Vélez. Hay que imaginarse que nosotros jugábamos toda la semana con una pelota rota, un desastre, así que cuando llegaba el domingo y veíamos las Pintier oficiales de los partidos de primera, nos brillaban los ojitos…

 

Retomo mi zabullida filosófica producto de su partida en la que Kierkegaard parece legitimar cualquier acto si es seguido de un mandato divino, como si eso fuese condición para que el sujeto salte de lo ético a un vacío que se llena por la fe. Maradona no sigue la ley ética y por eso se le considera un hombre de la fe, pero si puede afirmarse, deja todo por el otro. Se parte de la base que, pertenece a una estirpe de naturaleza maldita pero su don le permite restituir la gloria perdida. Termino con un remate del Pelusa: Nadie me hará creer, nunca, que mis errores con la droga o con los negocios, cambiaron mis sentimientos. Nada. Soy el mismo, el de siempre. Soy yo, Maradona.

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