Latitud Megalópolis | Salvador Hernández Vélez
Sin duda la pandemia de la enfermedad COVID-19 tiene impactos insospechables. No sólo en la salud de todos nosotros, sino también en las finanzas de nuestras familias, los gobiernos y las empresas, y no escapan de ello las instituciones de educación superior, tanto públicas como privadas en el mundo. A la vez tiene impactos sociales, políticos y en la salud mental de las personas. Este bicho ha desquiciado nuestras vidas. Y lo más lamentable es que familiares y amigos se nos han adelantado en el camino, no lograron vencer esa nueva enfermedad que campea en el planeta tierra, acechándonos.
Por otra parte, nos está obligando a cambiar nuestras lógicas de vida, costumbres, formas de comportamiento, de relación social y familiar y muchas de esas cosas. La Navidad pasada y el fin del año 2020, en mi caso, siempre nos reuníamos mis hermanas y hermanos con sus hijas, hijos y nietos, costumbre que nos dejó mi mamá. En esta ocasión, cada uno de nosotros nos reunimos con nuestras familias por separado.
Tengo amigos que en esta pandemia lamentablemente han perdido a sus papás y ni siquiera han podido ir a despedirlos, a darles el último adiós. Hasta eso nos ha cambiado el coronavirus. En mi caso estuve cuatro días hospitalizado en el Hospital Universitario de Saltillo, de la Universidad Autónoma de Coahuila y nunca pude recibir visitas de familiares o de amigos.
La posibilidad de contagiarse es muy elevada, los protocolos no permiten acercamientos. Estas son sólo unas muestras de cómo están cambiando nuestras vidas y muchos de esos cambios llegaron para quedarse. El uso de medios digitales llegó para quedarse en los sectores laborales y educativos.
Richard Horton, profesor de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres y de la Universidad de Oslo, en la prestigiosa revista científica The Lancet, en un artículo titulado “No es una pandemia”, afirma que la enfermedad COVID-19 no es una pandemia, sino una sindemia, un concepto formulado por el epidemiólogo Merrill Singer en 1990. Sostiene que “sindemia significa que la enfermedad infecciosa no puede enfrentarse de forma aislada. Está entrelazada con factores sociales, políticos y económicos como la desigualdad social, la distribución de la riqueza y el acceso a bienes esenciales como la vivienda y el saneamiento”.
De la definición de este concepto, deduce que el problema no es sólo la enfermedad COVID-19. Es el capitalismo sindémico que prioriza la lógica perversa de la acumulación privada de la riqueza. Lo hemos visto en varios países, tanto en las propuestas que aparecen con frecuencia en los grandes medios de comunicación, sobre la privatización de la salud pública, disfrazada de asociación público-privada, como en la carrera emprendida por la iniciativa privada para importar vacunas que sólo estarían al alcance de quien tiene recursos para asistir a los hospitales y a las clínicas particulares. La vacuna vista como una vil mercancía. Sin duda los que tienen con qué pagar y formas de ingresar al circuito de distribución, pueden comprar la vacuna y así evitarse la fila, brincándose a los que deben tener prioridad, sobre todo los profesionales de la salud y los adultos mayores. ¿Y los que tienen con que pagar, también comprarán vacunas para los conductores de sus autos, sus colaboradoras domésticas, sus cocineras y los que les dan mantenimiento a sus casas?
Hoy sabemos que endemias como la gripe aviar y el Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SARS), tuvieron su origen en la cría intensiva de animales en cautiverio destinados al consumo humano. En el libro “Grandes Granjas, Grandes Gripes”, el epidemiólogo Rob Wallace, relata cómo desarrollan a los animales que consumen los humanos, y cómo eso a la vez facilita el surgimiento de nuevas cepas de virus. El capitalismo ha transformado la naturaleza en un laboratorio, en el que se aplican todo tipo de procesos para forzar el aumento de la producción, como es el caso de los transgénicos y las semillas “suicidas”, que el agricultor no logra reproducir y se ve obligado a adquirir de los gigantes de los transgénicos como Monsanto. ¿Qué esperar de animales sometidos al confinamiento, a una iluminación permanente, a mezclas de antibióticos y alimentos químicos? Wallace afirma: “Al volver capitalista a la naturaleza, el capitalismo pasa a ser considerado algo natural”. Y en consecuencia cada día hay más virus al acecho.
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