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sábado, septiembre 21, 2024

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Consideraciones sobre el honor en tiempos modernos Segunda y última parte

Continuando con el honor, hay que señalar que en la Edad Moderna ocupaba también un valor superlativo. Por ejemplo, los pleitos derivados de rivalidades, actitudes y hechos considerados como ofensivos, se resolvían de manera similar a los de la Edad Media. Así es que el honor se lavaba con sangre, sin embargo, no siempre triunfaba quien tenía la razón. Como un ejemplo, valdría la pena lo expresado por Lope de Vega: he sido de parecer siempre que no se lava bien la mancha de la honra del agraviado con la sangre del que le ofendió, porque lo que fue no puede dejar de ser, y es desatino creer que se quita, porque se mate el ofensor, la ofensa del ofendido: lo que hay en esto es que el agraviado se queda con su agravio, y el otro, muerto, satisfaciendo los deseos de la venganza, pero no las calidades de la honra, que para ser perfecta no ha de ser ofendida.

En la Edad Contemporánea, un ejemplo de honorabilidad lo podemos observar con en la orden del capitán ante el inminente naufragio del barco británico Birkenhead: Las mujeres y los niños primero, ejemplo que fue imitado en lo sucesivo. Sin embargo, hoy en pleno siglo XXI, sería inentendible por qué el capitán de un navío debía morir con él cuando éste se hundía. También se puede hablar de cuando erróneamente la concepción del honor llevó alguna vez a caer en el ridículo, tal como sucedió en un baile de gala en la corte austríaca, cuando un oficial dejó caer a su pareja, hecho que lo llevó al suicidio. En otras aristas del honor también encontramos situaciones como el tema de que el duelo se mantuvo hasta el siglo XX consagrado supuestamente como medio de defensa del honor injustamente agraviado. Esto considerando que el resultado de aquel no garantizaba la justicia del desenlace. Por ejemplo, así muere el famoso escritor ruso Alexander Pushkin.

También podemos hablar de otros ángulos de carácter social o cultural. Por ejemplo, el que tiene que ver con las clases sociales: el honor aristocrático, militar en su origen, se distingue del honor burgués o del honor popular, sin contar las diferencias entre grupos sociales, cuerpos profesionales, comunidades o regiones. Por ejemplo, la concepción del honor de la honorable sociedad, como alguna mafia quiso ser llamada, tiene poco en común con la de los prelados del mismo lugar. Sin embargo, dado que el honor tiene su origen en el corazón de cada uno, y por tanto es sentido antes de ser concebido, es raro que sean reconocidas objetivamente las diferentes formas de verlo. Sólo existe para cada quien una noción de honor, la propia. Aquellos que lo conciben de otra manera simplemente ¡no lo tienen!

Así es que el aspecto subjetivo del honor debe, no obstante, tomar contacto con la realidad, ya que el sentimiento personal que se manifiesta en la conducta será tarde o temprano juzgado por los otros. Así, la aspiración del individuo al honor exigirá ser reconocida públicamente: el honor sentido se volverá entonces honor probado y recibirá el reconocimiento merecido en forma de reputación y prestigio. En resumen, el honor es la suma de las aspiraciones de la persona, es equivalente a su propia vida, al mismo tiempo se trata del reconocimiento que los otros le conceden. De forma inversa encontramos el reconocimiento por la persona de su vergüenza. Entonces el honor negado bajo la forma de falta de colaboración, del prestigio negativo, terminará por ser interiorizado por la persona que será obligada a dejar de lado sus aspiraciones y a admitir su vergüenza. Sin embargo, el problema de este esquema ideal es que en ninguna sociedad el reconocimiento es homogéneo. El soberano, fuente del honor, no siempre tiene los mismos criterios que la vox populi: raramente los intereses políticos de la monarquía son compartidos por el pueblo, y aquella tiene poco en cuenta la reputación de una persona entre sus vecinos. Así es posible, como lo ha señalado Montesquieu, estar a la vez colmado de infamia y dignidades. Es decir, la esencia del honor es la voluntad. Si se hacen trampas en las cartas, por ejemplo, si se traiciona, si no se osa levantar el guante de aquel que se cree ofendido, se queda deshonrado completamente, moralmente muerto según el esquema tradicional. Mi vida pertenece a mi rey, mi alma a Dios, pero mi honor solamente a mí, dice Brantóme. Así es que de aquí que la sede del honor está en el cuerpo físico, simbolizado por la sangre, por ello no hay otro camino que batirse. Así es que partiendo de esta concepción del honor podríamos elegir entre: si se defiende en un duelo de honor, es decir, un duelo de sangre, como en su momento fue lo tradicional o lo defendemos interiorizándolo en el ser a través del autoconocimiento y la autenticidad puesta en acción del mismo ser.

Ahora bien, así como en la época de los duelos se mantiene vigente el tema de que la acción de lesionar el honor no sólo destruye la personalidad del agraviado, sino que en esa lesión están incorporados los valores de su núcleo familiar y de los grupos sociales de los que la persona forma parte, se trata tanto de un agravio cultural como de un atentado ontológico, en caso de que se permita. El ser es capaz de generar un contexto diferente en defensa del honor. Hay que considerar que se trata de uno de los dones que las persona sin importar su época  ha preservado con mayor celo, inclusive ha dotado a las leyes de los elementos para evitar que éste sea lesionado o vulnerado. Sin embargo, la mejor defensa de éste, consiste en la generación del contexto que nace del interior de la persona en defensa de este valor tan importante que inclusive es uno de los principales derechos humanos. Para ello se requiere de ser honorable, es decir practicar el honor en integridad, en cuerpo, mente y alma.

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