La conciencia, o lo que hoy se considera como autoconciencia, es la herramienta más poderosa del ser para ser. Descartes es el primero en sugerir que la peculiaridad más importante de la mente es la conciencia. Esto es lo que invita a un cambio brutal respecto al discurso acerca del alma. Nadie antes de él había colocado a la conciencia como el ingrediente esencial, rasgo del alma. Del mismo modo y en consecuencia, es el primero en lograr el cambio epistémico para poder enfrentar uno de los grandes temas de la metafísica, esto es, mente/cuerpo. Un tema que tiene todo que ver con cuál es la relación de los fenómenos mentales con los físicos, es decir, de la mente en tanto (como) alma, con (versus) el cuerpo. Así es que Descartes encuentra las propiedades fundamentales de la sustancia pensante, y de la extensa; es decir el alma y la materia.
La tercera sustancia que encuentra es Dios, la sustancia infinita. Sin embargo, a pesar de los intentos de Descartes de dudar completamente de todos los conocimientos anteriores, y así recomenzar de una base veraz e indubitable, su filosofía es heredera de buena parte de la teorización antigua respecto del alma, y de forma importante lo que respecta al dualismo, que de alguna forma siempre está en su discurso.
Ahora bien, más allá de plasmar o invitar a un debate ideológico y sustancial en función de los orígenes y el mismo desarrollo de las concepciones de alma y mente, inclusive más allá de la metafísica y la neurociencia que pudiera dar estructura y fortaleza a cada una de ellas, nos centraremos en las coincidencias y en los aportes ontológicos, más no de tipo religioso: en un contexto de desarrollar la conciencia del ser. Podemos comenzar comentando que en su Breve historia del alma, el filósofo italiano Luca Vanzago dice que el discurso antiguo sobre el alma y el moderno discurso sobre la mente se refieren a lo mismo; que de algún modo hay continuidad entre estos dos conceptos, y que se puede trazar una historia que comienza con una explicación de tipo mítico religioso en el discurso del alma, que nos llega desde que la filosofía antigua, pasando por medievales y modernos, por Kant y el idealismo alemán, por la psicología del siglo XIX, por Freud, por la fenomenología husserliana y por el existencialismo, para continuar con la filosofía analítica, las ciencias cognitivas y las neurociencias. Bajo esta perspectiva se podría inclusive señalar que el concepto de mente podría ser absorbido por el de alma; ya que de otra manera no se pueden explicar afirmaciones como esta: Lo que se puede decir es que el concepto de alma está resurgiendo con una fuerza que era insospechable sólo unos años atrás. Si por tal concepto se entiende (…), un campo semántico abierto (…) entonces es evidente que ese campo no sólo no ha agotado sus propias fuerzas, sino, por el contrario, parece reencontrarlas y recibir otras nuevas. Bastaría evocar el fascinante descubrimiento de las neuronas espejo.
Sin embargo, habría que tener cuidado acá, inclusive alertados por las mismas palabras del autor que también compartiremos. Es decir, no podemos ni debemos tomar como sinónimos los términos mente y alma, podríamos también incluir espíritu. Los tres, son elementos trascendentes en el camino de la autoconciencia del ser y al mismo tiempo son herramientas muy poderosas para la autoconciencia y su autodesarrollo. Regresando a los señalamientos de Vazago, él mismo nos alerta y está consciente de esto, se puede observar esto cuando señala que los términos que en el curso de los siglos primero han acompañado y luego han sustituido el antiguo término alma (como mente, psique, conciencia, subjetividad, yo, identidad, persona) no negaron el sentido profundo de la interrogación sobre sí mismo que realiza el ser humano (…) El término mismo alma parece perder peso y consistencia, a favor de sinónimos sólo aparentes, que en realidad son traducciones parciales y fraccionamientos de un complejo semántico cargado de matices.
Ahora bien, continuamos ahora con el alma y las emociones, en tanto un factor esencial en este contexto del alma como desarrollo ontológico del ser en busca de una misión de vida en donde, la persona, su ser, no es sus emociones, éstas sí tienen una función trascendental al ser vivenciadas, pero no necesariamente interpretadas desde el intelecto, sino más bien experimentadas por nuestro ser y de esa manera convertirse en creadoras y generadoras de conciencia. Podemos partir de una teoría de las emociones de tipo filosófico y fisiológico en donde el aprovechamiento de los estados de exaltación que conforman las manifestaciones del alma contemporánea, impresionable, hipersensible, en la que las categorías racionales ceden su lugar a la emoción. Ahora bien que para Ribot, la emoción había desplazado en el siglo XIX a otras palabras, como pasión o afectación del alma. Nos comparte en su psicología de los sentimientos que actualmente, el término emoción es el preferible para designar las manifestaciones principales de la vida afectiva: es una apreciación genérica. Por otra parte el también contemporáneo, Hóffding, define la emoción siguiendo la distinción de la Antropología kantiana en el sentido de que por emoción entendemos, pues, una ebullición súbita del sentimiento que domina durante algún tiempo al espíritu y suspende la asociación libre y natural de los elementos intelectuales. La pasión, por el contrario, es el movimiento afectivo arraigado por el hábito y que ha llegado a ser una segunda naturaleza. Lo que la emoción es con violencia y expansión en un momento particular, lo es la pasión en las profundidades del alma, como una reserva de energía en disposición de ser empleada. Regresando con Ribot tenemos que él considera que son cuatro las formas superiores de la emoción: el sentimiento religioso, moral, estético e intelectual. Su tesis señala entonces que no se sustraen a la necesidad de motivaciones fisiológicas. Un tema muy sensible en tanto a las motivaciones, dado que son el motor creativo de la autoconciencia, tiene que ver con la emoción estética. En ella hay dos factores: uno directo, relacionado con las sensaciones y percepciones; otro indirecto, unido a las representaciones, es decir, imágenes y asociación de ideas; el que predomine será de acuerdo al arte, es decir en la música y las artes plásticas será directo, en la poesía indirecto.
Hay que observar que en el contexto de la civilización que ahora predomina, la conciencia de esto no basta para iniciar un programa de subjetivación de la persona como base de una eficiente autoconciencia. Esto nos llevaría a una conclusión poco animosa, como si viéramos desvanecerse nuestra identidad. Como dice San Félix la cultura occidental terminó por prometernos un sujeto libre, reflexivo y crítico, y por ello mismo, respetuoso de la diferencia, e incapaz de utilizar ésta como coartada para justificar la desigualdad o la falta de fraternidad. Entonces pareciera que hay una tradición que aparece disfrazada de civilización que hasta ahora no elimina la diferencia, tiende a reducirla a alternativas de consumo, a una burocracia cada vez más abstracta de la producción, y a una política que mecaniza las relaciones entre los humanos y las pone fuera del alcance de sus propias decisiones.
Lo relevante está en que la persona es el centro unificado de conciencia y auto-conciencia, que se sitúa en aquella parte del alma, espíritu, mente que rige y controla la vida y los movimientos que no son meramente orgánicos, sino que proceden del conocimiento, del deseo y de los impulsos. Como bien señala Calvo, nuestro trabajo como personas, y agregaría como seres creadores de conciencia, se decide entre nuestras representaciones (conocimiento) y los impulsos correspondientes, sin embargo, es característico del ser humano el poder de controlar las representaciones y sus impulsos mediante la reflexión como un espacio de responsabilidad y libertad.