Al margen de lo que se piense sobre la visita de Donald Trump a México y su entrevista con el presidente Enrique Peña Nieto, ¿queda alguna duda de que la relación bilateral entre Estados Unidos y México es tan íntima que es tanto de política exterior como doméstica?
Es, como decía algún diplomático estadunidense, una relación interméstica. Está compuesta por temas que, por ocurrir en otro país, son de política exterior, pero que por su impacto en el propio territorio son de carácter doméstico.
México y Estados Unidos tienen una relación interméstica, a gustar o no, y eso impone realidades y situaciones no siempre agradables o favorables para los dos países.
Pero eso obliga, entre otras cosas, a una mejor formulación de política y muy en especial un acercamiento más estudiado, con mejor y más profundo conocimiento, en el caso mexicano, de la relación con Estados Unidos, lo que mueve a su población y a los factores de poder, los impactos previsibles o posibles de determinadas medidas.
En México hay relativamente pocos estudiosos e interesados en Estados Unidos, su sociedad y sus políticas, más allá de los esfuerzos de sectores académicos por circunscribirse al estudio de la relación, sus efectos sobre México, a alentar la resistencia a la influencia estadunidense y condenar a todo aquello que suene a acercamiento.
Pero el acercamiento se ha dado y la sociedad mexicana tiene cada vez mayores puntos de contacto con la estadunidense, incluso la creciente y bienvenida tendencia a vocear sus desacuerdos. Pero eso no quiere decir que los mexicanos conozcamos mejor o sepamos más de un país que está ahí, al lado, y tiene un peso tan grande en el nuestro.
Cuba tiene uno de los mejores, si no el mejor centro de estudios sobre Estados Unidos en el continente y tal vez en el mundo. Le ha servido. Nadie puede asegurar que tengan un porcentaje de 1.000, para usar el beisbol como paradigma, pero casi 60 años de supervivencia y manejo político de situaciones les dan probablemente una buena base para presumir de su trabajo.
En México no hay nada parecido. Las invitaciones enviadas a Donald Trump y a Hillary Rodham Clinton fueron un producto de inspiración, no de planificación, y el análisis de posibles escenarios, para no hablar del trabajo de preparación, fue tan inexistente como el de evaluación de posibles consecuencias.
Cierto, la idea no era mala, pero evidentemente no se pensó en las alternativas o las consecuencias políticas. O como sucedió, un acelerado acuerdo de Trump que agarró la oportunidad por los cuernos y a la Presidencia y a los mexicanos por sorpresa. La iniciativa no fue pensada ni sopesada; la ejecución fue deficiente y, por tanto, la percepción y los resultados fueron lamentables.
Pero el razonamiento era y es válido. “Los bajos precios del petróleo y un dólar fortalecido han perjudicado económicamente a México, aunque el país ha resistido la crisis gracias a un fuerte centro de fabricación que está estrechamente vinculado a Estados Unidos”, indicó un texto de Stratfor, una empresa de análisis de riesgo.
“Hasta un indicio de proteccionismo comercial de Estados Unidos, particularmente en el sector del automóvil, pondría en peligro la capacidad de México para estabilizar su economía a través de tiempos económicos difíciles”, añadió.
Todo esto lleva otra vez a la necesidad de estudiar mejor un vecino con el que ya hace rato compartimos una de las relaciones intermésticas más disfuncionales del mundo.
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Post y Contenido Original de : Excelsior
Una relación interméstica… y disfuncional
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