Están en un especie de trance. Ella y la multitud. La Mesías del punk y sus más de 1900 discípulos parecen ser sólo uno. Su reluciente pelo gris se sacude con sus movimientos. Su cuerpo flaco y vigoroso a los 71 años de edad contiene todavía la rebeldía y la postura desafiante y nonchalant que capturó aquella vez su amigo y amante Robert Mapplethorpe y con la que el mundo la conoció por primera vez. Patti Smith. Poetisa, rocker, mujer, feminista, ícono. En sus comienzos, durante sus eventos de poesía, la gente a veces le silbaba y le sugería que “volviera a la cocina”. Esta vez, en una noche de verano porteña, nadie se atrevería a abuchearle. Al contrario, con los pies firmes en el piso, y las manos bien arriba, la ovación es unánime y furiosa.
Veni, vidi, vici. Patti Smith aterrizó en la Argentina en el momento justo. Como una profeta, quizás, se calzó el pañuelo verde justo un día antes de que Mauricio Macri alentara a un debate “maduro y responsable” por el aborto en el Congreso, en el medio de una revolución social que hacía mucho tiempo se estaba gestando; en el epicentro de un torbellino político, pero sobre todo muy humano. Como ella. Humana y artista.
Ella, que dio en adopción un bebé a los 20 años de edad, cuando era una chica de clase media sin dinero. No había lugar en su casa, donde ya habitaban cuatro niños. No estaba lista para afrontar esa responsabilidad. Más tarde, formó una familia con su adorado Fred “Sonic” Smith, con el que tuvo dos hijos: Jackson Y Jesse. Ya estaba preparada. Hoy, se pone del lado de las mujeres, y promueve el derecho de elegir sobre el propio cuerpo: “En el aborto, es más importante salvar la vida de las mujeres, que basar la decisión en cualquier tipo de ideología”.
Eso fue precisamente lo que volvió a demostrar la noche del jueves.
Cuando se supo que Patti Smith iba a volver a la Argentina luego de una ausencia de doce años, y que iba a estar presentándose en el CCK durante dos fechas – el 28 de febrero para un encuentro íntimo de lectura de poesía y el 1 de marzo para ofrecer un concierto- las emociones comenzaron a fluir incontrolablemente. El 22 de febrero, día en el que se pusieron a disposición las entradas gratuitas, la cola para conseguir un ticket llegó a alcanzar las 10 cuadras. La primera velada, la de poesía, fue un episodio hipnótico que volvió a enamorar a sus fanáticos, y la segunda llegó al éxtasis, en especial durante un tributo a Lou Reed, en el que convirtió a “Perfect Day” en la síntesis de una noche impecable.
La Sala Sinfónica del CCK se convierte en un templo de adoración. La diosa es una sola, y la ansiedad por poder verla, por poder escucharla, incluso para poder tocarla es profunda. Las largas filas que se habían formado horas antes se habían trasladado, zigzagueantes. Las butacas, expectantes. El escenario, el altar.
Aparece, puntual, con su blazer masculino y una cadenita destellante, junto a Tony Shanahan, quien la acompañaría en guitarra, piano y bajo. Más tarde, se unirían el organista Matías Sagreras, el cellista Patricio Villarejo y el guitarrista Jimmy Rip. Allí está ella: sonriente y con la misma postura que desafía desde sus comienzos las convenciones de cómo debería actuar una mujer sobre el escenario. Suenan los primeros acordes, que pronto se convierten en “Wing”, track indispensable de “Gone Again”, el sexto álbum de Smith, que fue lanzado luego de un período de muertes en su vida, luego de la pérdida de su marido, su hermano Todd y Mapplethorpe. “Era libre, no necesitaba a nadie”, recita.
“Escribía canciones, era un activista, luchó por los derechos de los niños y de las mujeres. Era un filósofo. Era un visionario. Y, sin embargo, no tuvo casi éxito a lo largo de su vida y murió pobre. Pero hasta el fin de sus días siguió trabajando y nunca abandonó su visión. Nunca alcanzó la fama ni la fortuna, pero sí la inmortalidad”, clama antes de lanzarse de lleno en “My Blakean Year”, su oda tan personal a William Blake.
Su canto místico al éxtasis sexual, “Dancing Barefoot”, del album “Wave” del Patti Smith Group es un viaje desenfrenado al que la Patti que se mece arriba del escenario le agrega ternura y encanto. Le sigue “Ghost Dance”, su tributo a los pueblos originarios que fueron aniquilados por el hombre blanco. “Recemos por ellos. Recemos por nosotros, porque cuando ya no estén, una parte muy importante de nosotros se irá con ellos”.
La religión es parte de su ser artístico. Fue criada en el seno de una familia religiosa, como Testigo de Jehová. A los 12 años se alejó del culto organizado, pero la influencia de la Biblia es fuerte y tajante en su Obra, con mayúscula, porque “El Señor es mi pastor” se entremezcla en letras que no se escucharon esta noche con aullidos de “goddamn, goddamn, goddamn“. Reniega de la institución, del poder sin barreras ni restricciones, pero se emociona con Francisco. ¿Una hipocresía? Para nada: una paradoja con mucho sentido que ostenta desde el momento en el que pregonó en “Gloria” que sí, que Jesús había muerto por los pecados de alguien, pero no los suyos.
Fue la reina del punk, después la madre del punk y ahora la madrina del punk, pero esas etiquetas son solo para los que necesitan encasillarla, definirla, una hazaña que -¿no se dieron cuenta todavía?- es prácticamente imposible.
Patti Smith exige revolución, y sus discípulos le piden más. No tiene nada que probarle a nadie, sólo busca una conexión. Y la consigue.
Su único español consiste de un “hola” y cuenta que cuando ella y Tony vuelvan a Nueva York cantarán en el Carnegie Hall en apoyo a los estudiantes estadounidenses que están luchando para que haya más controles de armas en su país. “Ahora son los estudiantes los que con su levantamiento van a provocar un cambio. Dios bendiga a los jóvenes, Dios bendiga a los estudiantes”, exclama antes de zambullirse en “For What It’s Worth”, la canción de Buffalo Springfield que se convirtió en un símbolo de los movimientos sociales de los años 60.
Sigue “Until the End of the World”, que se la dedica a la memoria de su marido y “Beneath the Southern Cross”, que escribió luego de la muerte de la muerte de Fred y de su hermano, pero que “no es una canción sobre la muerte, sino sobre la vida”. Dice que los muertos permanecen con nosotros y que, como en el caso de su mamá, algunos hasta continúan retándonos y diciéndonos qué hacer. “Está bien, puede hacerlo, es mi mamá”.
Cuando tuvo que homenajear a Bob Dylan en los premios Nobel, a quien idolatra desde la niñez, eligió “Hard Rain’s A-Gonna Fall”, un tema que cantó mil veces, y que se sabe de atrás para adelante. Pero, esa vez, los nervios la traicionaron. Esta vez, en cambio, un fiel atril adornado con el pañuelo verde que le había sido obsequiado la noche anterior la acompaña. Y es una rendición sublime.
A Lou Reed le dedica una versión emotiva y trascendental de “Perfect Day”. Patti Smith es una mujer que le otorga gracia, vulnerabilidad y ferocidad a un tema que cala hasta los huesos. “Todo fue hermoso y perfecto”, comparte sobre su visita a Buenos Aires. “Hay muchas cosas por las que ustedes están luchando y por las que van a luchar pronto. Nosotros también en nuestro país. Debemos luchar. Esta canción es para todos ustedes, y para los que están allí afuera”, aclara, en referencia a los espectadores que la observan desde las pantallas grandes fuera del CCK. Un pequeño consuelo; un día perfecto.
“Nosotros tomamos nuestras propias decisiones. Somos gente libre”. Con el pañuelo verde que ya hace rato había abandonado el atril para rodear su muñeca y quedarse allí, simbólico, Patti Smith sigue demostrando por qué es una iconoclasta, una diosa que destruye para volver a construir. Rompe concepciones, engendra ideas.
A “Pissing in a River” del álbum “Radio Ethiopia” le toca preceder al único hit masivo de la carrera de Patti Smith, “Because the Night”, ese himno a los amantes coescrito con Bruce Springsteen. “Tocame ahora”, grita ella, grita la multitud. Una travesía por el deseo que se vitorea a lo grande. La gente se para. Todos habían estado esperando este momento. Un clímax justo y a la vez exorbitante. Pero no es el fin.
El encore llega con “People Have the Power”. Las filas de la sala se desarman. La primera ya no es la primera. Los del fondo ahora no son más los del fondo, y se amontonan adelante, la tocan, la abrazan. Ella sonríe, se deja tocar. Se deja abrazar. Ella es una más, pero no lo es. La canción, tan apropiada, tan justa como su visita, se multiplica hasta el infinito. “No se olviden, usen su voz”.
Fotos por Martín Rosenzveig y prensa CCK
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Source: Infobae