Después de 13 meses de negociaciones, Estados Unidos, México y Canadá festinaron el nuevo pacto comercial, denominado ahora T-MEC (USMCA), ya que sus respectivos presidentes coincidieron en que era un “acuerdo de ganar-ganar-ganar”, que “uniría a sus naciones” y “que les permitiría hacer frente a la competencia mundial”.
Dado los ataques de Trump y las tensiones que enfrentaron los negociadores fue un gran logro la modernización del pacto; se preserva una zona de libre comercio regional, la integración productiva y un negocio de mil 200 millones de dólares; se da certeza financiera y en la relación comercial con el vecino del norte, y para la economía mexicana, mayormente dependiente del mercado, las inversiones, los empleos y la confianza empresarial. La firma se hará el 30 de noviembre en Buenos Aires, aunque el Senado estadunidense anunció que hasta el próximo año se votará.
Pese a la euforia por el T-MEC, aún no se pueden echar las campanas al vuelo, no sólo porque faltan las ratificaciones congresionales (una victoria electoral demócrata lo puede frenar), sino también por sus aspectos negativos y la persistencia de medidas perjudiciales a nuestro país, la competitividad del bloque y los consumidores, tales como: 1) siguen los aranceles a las importaciones de acero (25%) y aluminio (10%) desde Canadá y México; 2) las mayores exigencias regulatorias, especialmente al sector automotriz (la obligación de que los coches contengan más componentes hechos por trabajadores norteamericanos), elevarán los costos de los fabricantes y los precios; 3) el derecho de Estados Unidos para imponer aranceles a sus socios, una vez que alcancen el umbral de 2.6 millones de vehículos enviados; 4) las protecciones a la propiedad industrial más estrictas y prolongadas para productos farmacéuticos y patentes (10 años más); y 5) la amenaza de ruptura del pacto (artículos 32.10 y 34.7), por si alguno de sus integrantes firmara un acuerdo comercial con una “economía no de mercado” (China), nos hace rehenes de los chantajes de Trump.
Con este articulado, México queda involucrado en la guerra comercial entre su vecino del norte y el gigante asiático, atiza el conflicto e incrementa la turbulencia económica mundial. El FMI ya advirtió que Estados Unidos y sus socios regionales serán los más perjudicados “a largo plazo” de la escalada tarifaria, sobre todo si la Reserva Federal sigue subiendo las tasas de interés. Pero si el entorno internacional se presenta turbulento, internamente, diversos hechos generan fuertes recelos en la Iniciativa Privada y los mercados. Uno de ellos es la consulta sobre el nuevo aeropuerto, la posibilidad de que se cancele la obra de Texcoco, lo que implicaría pagar más de 100 mmp (por indemnizaciones), se afecte la calidad crediticia de México (Moddys), se desalienten futuras inversiones que requerirá el gobierno entrante (como el Tren Maya y la refinería en Tabasco), se haga crónica la desconfianza sobre la economía nacional, se dé fuga de capitales, entre otras afectaciones (habría que incluir las económicas, logísticas, etcétera).
Además, existen dudas sobre el Paquete Económico 2019, si los ambiciosos planes gubernamentales no pondrán en riesgo el blindaje macroeconómico, que se eleve el déficit público y la inflación. Por lo pronto, el FMI, el Banco Mundial y la OCDE han bajado el pronóstico de crecimiento para México (entre 2.5 y 2.2 por ciento), y la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) anticipa que bajará la inversión extranjera en nuestro país por la pérdida de ventajas competitivas derivadas del T-MEC.
ENTRETELONES
Las presiones a la ley de Banxico y la crisis migratoria también generan zozobra.
Twitter: @evillarrealr
Source: Excelsior