El ejército de Myanmar anunció este lunes que ha tomado el control del gobierno del país asiático. En un mensaje transmitido en la televisión, los jefes militares declararon el estado de emergencia por un año y comunicaron que el comandante en jefe Min Aung Hlaing queda al mando.
El anuncio se produjo después de que Aung San Suu Kyi, la líder del partido gobernante Liga Nacional para la Democracia (LND), fuera detenida en las primeras horas del lunes, informó el portavoz de la formación política, Myo Nyunt. Nyunt señaló que el presidente Win Myint y otros líderes también fueron “capturados” en las primeras horas de la mañana.
La LND emitió un comunicado en nombre de Suu Kyi que declaró: “Insto a la gente a no aceptar esto, a responder y a protestar a ultranza contra este golpe del ejército”, según informó la agencia Reuters.
Los soldados también se llevaron de sus casas a los principales ministros en varias regiones, denunciaron sus familiares.
El ejército considera que las elecciones del pasado noviembre, en las que la LND ganó por abrumadora mayoría, fueron fraudulentas.
Analistas no terminan de encontrar una explicación a la actuación de los militares, que estos años han logrado mantener una gran parte de poder económico y político en el país, ocupando el 25 por ciento de los escaños del Parlamento.
El corresponsal de la BBC en el sudeste asiático, Jonathan Head, informó que en las primeras horas de la mañana del lunes se vieron soldados en las calles de la capital, Naipyidó, y en la ciudad más grande del país, Rangún.
Head explicó que el golpe se percibe como una “clara violación de la Constitución” que además fue elaborada con la colaboración del propio ejército hace más de una década. El sábado, las fuerzas armadas prometieron acatar la Constitución mientras aumentaba la preocupación de que se estuvieran preparando para dar un golpe.
“Detener a líderes políticos como Suu Kyi es un paso provocador y muy arriesgado, una medida que puede encontrar mucha oposición”, señaló el periodista.
Las líneas telefónicas y el servicio de internet en Naipyidó fueron interrumpidos, informó el Servicio Birmano de la BBC.
Reporteros en el país asiático informan que se están formando filas en los bancos donde la población intenta sacar efectivo y también hay una alta demanda de aceite y arroz en los supermercados.
La LDN ganó el 83% de los escaños en las elecciones del 8 de noviembre, lo que muchos vieron como un referendo sobre el gobierno civil de Suu Kyi.
Fue solo la segunda elección democrática desde el fin del régimen militar en 2011. Pero los militares objetaron el resultadoy presentaron denuncias en la Corte Suprema contra el presidente y el jefe de la comisión electoral.
Los temores de un golpe de Estado aumentaron después de que los militares amenazaron recientemente con “tomar medidas” por un presunto fraude. La comisión electoral ha rechazado las acusaciones.
Aung San Suu Kyi es la hija del héroe de la independencia de Myanmar, el general Aung San, quien fue asesinado cuando ella tenía solo 2 años, justo antes de que el país se independizara del dominio colonial británico en 1948.
Suu Kyi fue vista una vez como un faro de los derechos humanos: una activista que renunció a su libertad para desafiar a los generales del ejército que gobernaron Myanmar con mano dura durante décadas.
En 1991, recibió el Premio Nobel de la Paz, mientras aún estaba bajo arresto domiciliario, y fue aclamada como “un ejemplo sobresaliente del poder de los impotentes”. Pasó casi 15 años detenida en períodos entre 1989 y 2010.
En noviembre de 2015, llevó a la Liga Nacional para la Democracia a una victoria aplastante en la primera elección con opositores en Myanmar en 25 años.
La Constitución del país le prohíbe convertirse en presidenta porque tiene hijos que son extranjeros, pero Suu Kyi, ahora de 75 años, es vista como una líder de facto.
Desde que se convirtió en consejera de Estado de Myanmar, su liderazgo se ha definido por el trato que recibe la minoría rohingya, en su mayoría musulmana, del país.
En 2017, cientos de miles de rohingya huyeron al vecino Bangladesh debido a la represión del ejército provocada por ataques mortales contra las comisarías de policía en el estado de Rakhine.
Sus viejos aliados internacionales la acusaron de no hacer nada para detener la violación, el asesinato y el posible genocidio al negarse a condenar a los aún poderosos militares o reconocer las denuncias de atrocidades.
Algunos inicialmente argumentaron que era una política pragmática que intentaba gobernar un país multiétnico con una historia compleja.
Su estrategia de defensa en la Corte Internacional de Justicia en 2019 en La Haya (Países Bajos) fue vista como un nuevo punto de inflexión que borró lo poco que quedaba de su reputación internacional.
En su país, sin embargo, “la Dama“, como se conoce a Suu Kyi, sigue siendo muy popular entre la mayoría budista que siente poca simpatía por los rohingya.
Reacciones internacionales
Estados Unidos condenó el golpe, que podría convertirse en la primera prueba de política internacional del gobierno de Joe Biden. “Washington se opone a cualquier intento de alterar el resultado de las recientes elecciones o de impedir la transición democrática en Myanmar”, dijo el secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, quien llamó a la liberación de todos los políticos y líderes de la sociedad civil.
Blinken enfatizó que Estados Unidos “está del lado del pueblo de Myanmar en sus aspiraciones de democracia, libertad, paz y desarrollo. El ejército debe revertir estas acciones de inmediato”.
En Australia, la ministra de Relaciones Exteriores, Marise Payne, manifestó: “Llamamos al ejército a respetar la ley, a resolver disputas a través de mecanismos legales y a liberar de inmediato a todos los líderes civiles y otras personas detenidas ilegalmente”.
Por su parte, John Sifton, de la organización Human Rights Watch, indicó: “La Junta Militar que gobernó Myanmar durante décadas en realidad nunca se fue del poder para empezar.
“En realidad nunca se sometieron a la autoridad civil, por lo que los eventos de hoy, de alguna manera, simplemente revelan una realidad política que ya existía”.
“Las puertas se acaban de abrir a un futuro muy diferente”, aventuró Thant Myint-U, un autor e historiador radicado en Rangún. “Tengo una preocupante sensación de que nadie será capaz de controlar lo que venga después”, lamentó.
“Y recuerden que Myanmar es un país inundado de armas, con profundas divisiones a través de líneas étnicas y religiosas donde millones de personas apenas pueden alimentarse”.