CIUDAD DE MÉXICO.
EL GESTO DEL SARGENTO
Siempre que se recurre a una imagen del sargento Pedraza, aparece el rostro desencajado de José, marchista mexicano que nunca pudo alcanzar al soviético Vladimir Golubnichi en los 20 kilómetros de marcha del México 68. Es el 14 de octubre y el estadio de Ciudad Universitaria sería testigo de la primera medalla para nuestro país. Una plata con sabor amargo para el andarín michoacano.
El documental de México 68, de Alberto Isaac, muestra el disparo de la pistola deportiva y medio centenar de marchistas que dan una vuelta al óvalo, toman el túnel y desaparecen. ¡Atención!, un competidor le pisa el pie a Pedraza y se le escapa la zapatilla. Con angustia en el rostro (siempre desencajado), José rescata su zapato y acelera el paso para dar alcance a un pelotón encabezado por el soviético Golubnichi, campeón defensor.
Más de una hora después, los 80 mil espectadores en las tribunas de CU gruñen cuando aparecen por el túnel tres cuerpos con extraño movimiento de cadera. “¡Ahí vienen los soviéticos Golubnichi, Smaga y José Pedraza. El mexicano viene acelerando!”
A 300 metros de la meta, el sargento toma la segunda plaza. “Pedraza, con paso implacable, aventaja al soviético Smaga. Ahora se le acerca a Vladimir”.
Los jueces miran de cerca al mexicano, dudan de su técnica veloz y amenazan con levantar la bandera de expulsión.
El soviético Vladimir, viejo lobo, voltea sin dejar de mover sus largas piernas y se da cuenta que Pedraza le pisa los talones. El estadio es una caldera que explota con el ¡México!, ¡México! “Pero el esfuerzo de Pedraza no culmina. El campeón mundial ha vuelto a vencer”.
La imagen del sargento Pedraza con el rostro molesto, detrás de Golubnichi levantando los brazos, se ha hecho eterna a lo largo de 50 años. Sólo sonrió cuando subió al podio y recibió aquella medalla de plata, la primera de nueve para México en el 68.
José competiría, tres días después, en los 50 kilómetros de marcha. Terminó octavo.
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El pequeño José corría incansable por los poblados cercanos al Rancho La Mojonera, en Michoacán. También miraba pasar a los soldados y a sus 15 años se uniría al ejército para convertirse en el sargento José Pedraza Zúñiga, el soldado que buscaría un lugar en Roma 60 en los tres mil metros steeplechase. No calificó. También fue en vano su intento por ir a Tokio 64, en cinco mil y 10 mil metros planos. Acabó cuarto en las dos eliminatorias.
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El sargento murió de un mal hepático a los 61 años, el 1 de junio de 1998. En sus entrevistas siempre había un tono de amargura al recordar que después de ganar la medalla recibió arresto militar por órdenes del general Suástegui, argumentando que Pedraza había competido en México 68 sin pedir autorización a sus superiores para ausentarse.
José Pedraza tuvo nueve hijos: Laura Elena, José II, Vidal, Sergio, José III, Dionicio, Francisco, Iván y Vladimir. Curiosamente, el más pequeño fue nombrado igual que aquel soviético que derrotó al sargento.
GAXIOLA NO SE RINDIÓ
Álvaro Gaxiola sabía que era su última oportunidad de treparse al podio olímpico. En Roma 60
fue cuarto y a Tokio 64 no pudo asistir tras romperse la cara en un entrenamiento, en la víspera. Ahora estaba en la final de la plataforma de 10 metros, se encontraba en el primer lugar y le restaba ejecutar un clavado.
Silencio en la Alberca Olímpica Francisco Márquez. Son los Juegos Olímpicos de México 68 y el público espera la ejecución.
¡Allá va! Vuelta y media atrás en extensión. El arquitecto mexicano de 31 años realizó un lance limpio y arañaba el oro. Faltaba el turno del italiano Klaus Dibiasi, que necesitaba hacer un clavado perfecto.
¡Y lo hizo! Dos y media vuelta en holandés sin salpicar en la entrada a la piscina. Eternos segundos en los que aparece la puntuación, casi de 10, para poner a Dibiasi en la cima del podio. Álvaro se quedaba con la plata.
Gaxiola ya podía despedirse de los clavados.
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Álvaro era un chamaco cuando se fue a probar como futbolista con los Cremas de América.
Por capricho del destino, un día acompañó a su hermano dos años menor a sus clases de natación. Y comenzó a nadar por distracción, hasta que un día fue a parar al Deportivo Chapultepec, donde conoció a su ídolo, el medallista Joaquín Capilla, estrella en Londres 48 (bronce), Helsinki 52 (plata) y Melbourne 56 (oro y bronce).
Entonces quiso ser clavadista y recibió la invitación por parte del profesor Mario Tovar, coach de lucha y clavados, quien entrenaba a Capilla y a otros que buscaban el éxito en la plataforma y el trampolín.
Joaquín se retiró en Melbourne 56
y para Roma 60 aparecieron prospectos como los amigos Álvaro Gaxiola y Juan Botella, clavadistas mexicanos que clasificaron para dichos Juegos Olímpicos. La competencia los tenía entre los primeros cinco y se esperaba que por lo menos uno de ellos lograra la presea. El último lanzamiento de ambos fue flojo, Álvaro se rezagó hasta el cuarto sitio y, afortunadamente, Juan alcanzó el bronce. Fue la única medalla de México en dichos juegos.
Álvaro, quien estudiaba arquitectura en la Universidad de Michigan, siguió entrenando para intentar sacarse la espina en Tokio 64. De hecho, Gaxiola superó a Juan y otros mexicanos en la eliminatoria y lograba su boleto como el favorito.
¿Qué pasó? Un mes antes de partir hacia el sol naciente, Álvaro se accidentó entrenando en la alberca de Ciudad Universitaria. Un clavado de rutina, un descuido y el atleta de 27 años estrelló el rostro en el trampolín. Una cortada profunda de la nariz a la frente, 20 puntadas en el rostro y la decisión médica de que Gaxiola no compitiera en Tokio.
Álvaro se fue a vivir a Europa, se casó con una sueca y se dedicó a sus negocios. Por cosas del destino, regresó a México a inicios del 68 y, aconsejado por su esposa Sylvia Widell, pidió una oportunidad para competir una vez más. La presea lo estaba esperando en la Alberca Olímpica Francisco Márquez. Ocurrió el 26 de octubre del 68.
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Álvaro Gaxiola murió el 18 de agosto de 2003, a los 66 años de edad, víctima de cáncer masivo.
cva
Source: Excelsior