Un hombre con suerte que ha tenido muchos amigos. Así se define el poeta y editor catalán Martí Soler (1934), quien a los 15 años, tras escribir sus primeros versos, se enamoró de la palabra a tal grado que nunca ha dejado de explorarla en forma y significado.
El traductor y tipógrafo que mañana cumple 84 años, 71 de los cuales ha vivido en México, confiesa en entrevista con Excélsior
que la suerte lo ha acompañado siempre, pues, a pesar de que por necesidad económica abandonó sus estudios de Arquitectura en la UNAM e hizo “barbaridad y media en la juventud”, aquí está “con un cierto prestigio y sobreviviendo a todo”.
Tras laborar durante décadas en dos casas editoras legendarias: el Fondo de Cultura Económica, en dos etapas, y Siglo XXI, y convertirse en una figura central de la edición en el país, el autor de Variaciones de voz y cuerpo (2014) ahora ha dejado de lado este oficio y la docencia para concentrarse en su vena de creador.
Pienso vivir muchos años todavía. Los años que sean, seguiré con los amigos. Estoy traduciendo bastante y leyendo libros de ciencia; me encanta la biología, la naturaleza, las relaciones interétnicas. Y me dio por volver a escribir poesía”, afirma.
El merecedor de la Orden Mexicana del Águila Azteca en 2006 explica que publicó su primer libro a los 18 años de edad, el segundo a los 61, y el más reciente a los 80. “Ahora trabajo en un nuevo poemario que es una muestra de mis amores: mis mujeres, la naturaleza, el libro. Es una especie de memoria, pero más libre en invención”, agrega, quien en agosto se someterá a una cirugía de mano, ya que tiene problemas debido al “síndrome de la computadora”.
Don Martí admite que, a estas alturas de la vida, tiene un conflicto de intereses. “Desde luego me considero poeta, no lo voy a negar, pero soy poeta en dos lenguas: catalán y español. Tengo dos vidas: una privada catalana y una pública editorial. Entonces, estoy haciendo dos memorias: una en catalán y otra en español. Tengo que dividirme en dos y eso me cuesta mucho trabajo. Ahí me atoro”.
Por lo pronto, detalla que prepara una antología de poetas catalanes que publicaron en las revistas del exilio mexicano. “Incluye a exiliados catalanes, con traducción, y a quienes, aun habiéndose regresado a Cataluña, mandaban material. Lo que yo llamo el exilio interior”.
Dice que este volumen, del cual sólo le falta hacer el prólogo y las notas, y encontrar editor, abarca de 1940 a 1989. “Ese año cerré la revista que dirigía, pues ya no había colaboradores en catalán en México”.
El padre de tres hijos, Pablo, Jaime y Ana, quien también ha emprendido proyectos editoriales en formato electrónico, ratifica su fe en el libro impreso. “No creo que vaya a desaparecer. Ya llevamos bastantes años, por lo menos 10 o 12 años, conviviendo con otros formatos y no ha pasado nada.
“Incluso, las ventas del libro electrónico se han estancado en un 20 o 25 por ciento, dependiendo del país. Los temores son infundados. Las maravillas de lo digital no están a la mano. Estoy convencido de que los jóvenes sí leen el libro impreso, donde el texto está estructurado. Uno se acuesta con un libro impreso, no con una kindle. Pienso que no será superado”.
LOS JÓVENES Y MÉXICO
Soler se asume como “un hombre de izquierdas” y aclara que se siente “absolutamente mexicano”, a pesar de que no ha adoptado la nacionalidad. “Llegué con mi familia en 1947, a los 13 años, huyendo de la dictadura de Franco. Mi relación con México parte de mis compañeros de secundaria; fui a dos secundarias, en una tenía amigos españoles, y en otra mexicanos. Me hice una novia que cantaba ranchero. Ahí empezó todo. En 1963, mi padre decidió regresar a Barcelona. Confieso que, como catalanista e independentista, me atrajo la idea de irme. Pero ese año me casé con Elsa Cecilia Frost y decidí quedarme. Nunca me he arrepentido”, indica.
Otra cosa que disfruta el poeta es mantener contacto con los jóvenes y compartirles sus conocimientos, como una forma de agradecer las enseñanzas que recibió de sus maestros en la universidad de la vida: los editores Arnaldo Orfila Reynal y Joaquín Díez-Canedo Manteca y el poeta Alí Chumacero.
Una de las cosas que aprendí y que me ha interesado mucho es el trato que don Joaquín y Alí le daban a los jóvenes. Los trataban como amigos, no como jefes. Cuando fui gerente me interesé en dar clases donde fuera. Sentí que lo que hacían ellos era parte de mi vocación”, cuenta.
Destaca que ha dado clases en El Colegio de México, la Universidad de Guadalajara, donde creó la maestría en Edición, en la Universidad Iberoamericana, la Autónoma Metropolitana y el Instituto Nacional de Bellas Artes. “Siempre he estado en relación con los jóvenes y eso me retroalimenta”.
El poeta apunta finalmente, que está feliz porque le tocó vivir el nuevo panorama político y social que se abre en México a partir del triunfo en las elecciones de un partido que busca “un cambio que tiende a la izquierda. Creo que nos aguarda un futuro muy interesante. Hay esperanza”.
Source: Excelsior