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domingo, mayo 11, 2025

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La cruz de cada día corazón de la Procesión del Silencio

Nayeli Hernández

Noticias

 

Son las 6:00 de la tarde y pareciera que el bullicio de la ciudad ha sido apagado, lo que reina en el centro histórico es el silencio solemne de los miles de fieles que se congregan sobre las banquetas para presenciar la Procesión del Silencio en el marco del Viernes Santo.

Miles de personas, familias completas, locales y extranjeros, todos esperan pacientes el paso de los cientos de personas que, ataviados con túnicas y capirotes, recorren las calles descalzas, con cadenas amarradas a los tobillos y grandes cruces de mezquite cargadas en el hombro.

El silencio se rompe únicamente por el sonido de las cadenas al ser arrastradas sobre los adoquines del centro histórico, lo mismo ocurre con el golpe del tambor que acompaña la procesión.

Miles de fieles creyentes y otros curiosos, esperan pacientes el recorrido, algunos se persignan al paso de las imágenes, otros explican a los menores lo que sucede.

Destaca cómo los niños entienden rápido que los hombres descalzos sentirán todo a su paso en la planta de los pies y entonces son los más atentos en lo que hay sobre los adoquines y corren a quitar del camino las piedras, vidrios, basuras e incluso trozos de las propias cruces que van quedando en el camino, todo con el afán de que quienes caminarán por ahí se lastimen lo menos posible.

 

La cruz de nuestras decisiones

 

Desde hace 59 años, en Querétaro se celebra una de las expresiones más profundas de fe y recogimiento espiritual: la Procesión del Silencio, una tradición que más que una caminata solemne o una tradición religiosa,  para cientos de personas representa un retiro transformador.

Francisco Luján es el presidente de la organización encargada de dar vida a esta tradición queretana que este año cumple 59 años y que, en 2026, llegará a su jubileo por las seis décadas.

“La cruz que cargamos no es solo de madera, es la cruz de cada uno, la cruz de nuestras decisiones, de nuestros errores, de nuestros silencios”, dice con voz serena Francisco, mientras habla del trabajo que hay detrás de esta manifestación de fe que reúne cada año a entre 500 y 550 personas.

Asegura que lejos de ser un evento que ocurre una sola noche, la Procesión del Silencio se prepara durante todo el año; desde la fabricación de las cruces de mezquite —una tradición que implica talar cuidadosamente en terrenos autorizados— hasta la organización de temas, comidas, alojamiento y logística.

“No es solo salir con una cruz, es todo lo que se vive dentro: las pláticas, la reflexión, el silencio”, comenta.

La organización se divide en siete hermandades, cada una con un color, una imagen y una parte de la Pasión de Cristo que representa: desde los nazarenos hasta el Santo Entierro, cada uno de los grupos representa un color y una etapa de la muerte de Jesús.

Francisco pertenece a los del Santísimo Señor de Esquipulas, reconocibles por sus túnicas negras y por cargar la imagen más grande, una Anda sostenida por 50 personas.

Previo a la Procesión del Silencio, los participantes realizan un retiro espiritual de tres días, primero los jóvenes, quienes viven una experiencia de tres días, internados en el Templo de la Cruz, para después, ingresar los adultos.

Durante estos días, jóvenes, adultos y hasta niños viven en comunidad, en silencio, en oración; participan en reflexiones guiadas por sacerdotes invitados, comparten comidas, ayunos y momentos de introspección profunda.

“Cuando tú vas bajo el capirote, nadie te ve, es un momento entre tú y Dios; es ahí donde lloras, no de dolor, sino de entendimiento”, relata Francisco, quien reconoce que este camino le permitió reencontrarse con su familia, con su fe, y con el amor por lo cotidiano.

Asegura que cargar la cruz va más allá del tamaño de ésta, unas son grandes y otras pequeñas, pero detalla que el tamaño no importa, sino el peso que uno trae dentro.

“Hay quien escoge una cruz chica y le pesa como si fuera de piedra; y otros cargan la más grande con una ligereza inexplicable. Es la fe”, comparte.

Las cruces se encuentran desde días previos dentro del Convento de la Santa Cruz, apiladas unas sobre otras, de todos tamaños, todas de mezquite, algunos troncos más gruesos otros más delgados, desde 20 hasta más de 50 kilogramos de peso.

Al cargarlas, el peso se siente distinto, la textura propia del mezquite lastima en las manos que resulta casi imposible imaginar cómo el roce se siente sobre el hombro, cuando quienes forman parte de la Procesión recorren las calles del centro histórico de Querétaro.

“Si es demasiado pesada, se carga entre dos, si alguien está enfermo o tiene dificultades, se respeta y se le da una más ligera, aquí no se mide la fe por la fuerza física”, expresa.

En entrevista con el Periódico Noticias, Fernando Luján relata que ha participado en la Procesión del Silencio durante casi tres décadas, desde que un primo lo invitó a participar y desde entonces se ha convertido en su ritual anual.

Para Francisco, que ha estado en la organización durante 29 años, la primera vez que se puso la túnica y el capirote fue reveladora.

“Me di cuenta que estaba mal, que no valoraba a mi familia, que no veía a Dios en lo cotidiano y entendí que debía cambiar (…) Yo vine por primera vez invitado por un primo. Me llamó la atención, sobre todo, las pláticas reflexivas, ahí entendí que Dios había sido muy grande conmigo y que yo no me estaba dando cuenta. Tenía una familia, pero no hacía lo que tenía que hacer, no los amaba como debía, no vivía con gratitud; fue como si algo dentro de mí despertara”, relata.

Hoy, en su último año como presidente de la Procesión del Silencio, lo que más desea es que la gente entienda que no es una tradición de sufrimiento, sino de esperanza.

“Cada quien tiene una cruz y Dios nos invita a cargarla con Él. No estamos solos, Él está en los árboles, en nuestros hijos, en cada amanecer, solo hay que volver a abrir los ojos del corazón”, dice.

Y mientras el jubileo por los 60 años de la Procesión se acerca, Francisco y su equipo seguirán cortando mezquite, organizando tablones, preparando alimentos y, sobre todo, cargando en silencio la fe de un pueblo que no se rinde.

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