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viernes, septiembre 20, 2024

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Ingenuidad retorcida

 

Al Ed Wood que Tim Burton traza en su película de 1994, protagonizada por Johnny Depp, le faltó una arista. Está descrito, desde luego, como ese cineasta mediocre, labioso, disparatado, terco y descuidado que fue. También dibuja a ese creador cinematográfico que, de tan malo, se volvió de culto tras su muerte. Está, por supuesto, el amigo solidario del gran vampiro Bela Lugosi, el travestido, el fetichista que sucumbía con infantiloide facilidad ante las prendas de angora; el hombre persuasivo que siempre blandía una sonrisa teñida de cierta ingenuidad combinada con malicia.

Pero en su homenaje al director de pésimas cintas como Glen o Glenda o Plan 9 del espacio exterior, a Burton le faltó incorporar un pliegue en la personalidad de Wood, o quizá ya no le dio tiempo de abordarlo: el escritor de imaginación cáustica, lasciva, endemoniada y funesta, que construía relatos sórdidos y habitados por personajes siempre marginales, viciosos, lunáticos.

Por fortuna, en 2014, el sello estadunidense OR Books reunió en el libro Blood splatters quickly. The collected stories una serie de relatos que Wood escribió el siglo pasado –a finales de los años 60 y principios de los 70– para esas publicaciones que en el mercado anglosajón se denominan pulp, y que no son otra cosa que ediciones ilustradas y rústicas que están destinadas al consumo masivo. Un año después, el sello argentino Caja Negra reunió y tradujo al español esos cuentos (26 en total), rescató algunas viñetas y dibujos que aparecieron originalmente e imprimió el libro La sangre se esparce rápidamente. Relatos pulp.

Ya en el primer relato, que por cierto le da título al libro, Wood exhibe su genio retorcido al narrar la historia incestuosa de un asesinato por celos, en donde el protagonista –un mellizo travesti, torpe y desquiciado– intenta inculpar a un anciano millonario y decrépito, pero amable y frágil de corazón… literalmente.

En otro de los cuentos, titulado “Cómo matar una noche de sábado”, irrumpen –en
una escena urbana de fragor nocturno– dos borrachines, pobres diablos y víctimas del tedio, que fantasean con beberse todo el alcohol que puedan conseguir con unas monedas y, con ello, darse el valor para emprender una expedición punitiva a la zona roja de la ciudad y matar a todas las prostitutas que se encuentren a su paso. Huelga decir que el tedio y la pusilanimidad vence su misoginia con franca facilidad.

En “Divorcio isleño”, Wood no tiene piedad con su personaje principal. Jerry es un joven homosexual poco agraciado físicamente, pero con el mejor de los dones de esta tierra: es tan millonario, que posee una isla privada en la que da rienda suelta a sus pasiones más elementales. Sin embargo, tiene el grave deseo de enamorarse genuinamente. Ahí es donde el autor clava sus colmillos: en realidad, Jerry es un títere emocional que caerá, pasmosamente, en las garras de la más vulgar de las extorsiones.

En “Missionary (position) impossible”, el autor da muestras de ser más articulado narrativamente. Aquí entrega una pieza más compleja y de un humor negro más voraz y contundente. Dos misioneros de una congregación –cuyo nombre y propósito nunca se nombran– se sumergen, intrépidos y fervorosos, en la macabra espesura de una selva indeterminada, con el firme objetivo de localizar y salvar a una leyenda: la llamada Reina Blanca. Al final, después de una atormentada y alucinante búsqueda, dan con ella, pero el encuentro es decepcionante para ambas partes. Tal como prevé el título, “la posición de misionero iba a ser imposible de llevar a cabo”, sentencia –con metálica voz varonil– la rubia emperatriz de la enigmática jungla.

Quizá el relato más logrado sea “Pista libre”. El personaje central es un experimentado piloto de guerra que ha concluido una misión y debe regresar a su portaaviones, pero una avería en la pista le impide, como a otros pilotos que han llegado con él, bajar y guardar su nave. Durante el tiempo que debe mantenerse dando vueltas en el aire hasta que se despeje la pista, Larry comienza a reflexionar sobre las tensiones propias del matrimonio, la posibilidad de tener un hijo, de retirarse a una vida relajada, de los sacrificios que deben hacerse en pos del amor. Y cae en la cuenta de que arriba, maniobrando un avión, se siente pleno, casi un dios alado y solitario, y que lo único que hará cuando al fin tenga la pista libre es dirigirse al bar de la embarcación bélica y sorber un vaso del mejor whisky disponible.

Los relatos reunidos de Ed Wood, cuya muerte llegó el 10 de diciembre de 1978 en Hollywood, son sanguinolentos, relampagueantes, infames, chirriantes y, a pesar de su elaboración un tanto burda y tajante, siempre tienen la virtud de oler a licor barato, sexo pagado y perversión garantizada. Son ráfagas plenas de incorrección política, que fue el sello “inmoral” del que, afortunadamente, nadie pudo liberarlo. Es una lástima que Ed Wood –muerto a los 54 años, víctima del olvido, la bancarrota y el alcohol– haya pasado a la historia como el delirante y limitadísimo cineasta que “logró” ser, y no como el autor de fantasías macabras que no terminó de despegar.

 

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Source: Excelsior

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