CIUDAD DE MÉXICO.
Los buñuelos, el pozole, las tostadas de pata, platillos típicos en las Fiestas Patrias, fueron un remanso gastronómico en el Movimiento Estudiantil. La noche del Grito de Independencia, el 15 de septiembre de 1968, y el 16, día del Desfile Militar, transcurrieron en completa calma.
Un amplio grupo de intelectuales firmó el 16 de septiembre de hace medio siglo un desplegado que tituló “Perspectivas del Movimiento Estudiantil: ahora es el momento del gran debate nacional”.
En este desplegado, publicado en Excélsior, subrayaron que “los estudiantes tienen la mejor bandera”. Este amplio documento comenzaba así:
Contra el Movimiento Estudiantil, transformado en amplia y viril campaña política en defensa de los derechos y libertades democráticas de todo el pueblo mexicano, se ha volcado la calumnia e intentado todos los recursos para hacerlos fracasar.
Se les ha atacado una y otra vez utilizando cuerpos policiacos y al Ejército; se han cometido atropellos contra líderes y participantes y se han empleado la fuerza del poder púbico, la prensa, la radio, el correo y la televisión para perseguir su rápida derrota. Se inventó que los estudiantes habían profanado la Catedral para malquistarlos con la grey católica; y que habían cometido agravio a la Bandera Nacional en el Zócalo, para estimular un malsano patrioterismo”.
El desplegado fue firmado por Arturo Warman, que en 1968 era catedrático de la Universidad Iberoamericana, y que fue dos veces secretario de Estado con el presidente Ernesto Zedillo; por el escritor yucateco Ermilo Abreu Gómez; el antropólogo Guillermo Bonfil Batalla; el escritor e historiador Arturo Azuela; la arqueóloga Eulalia Guzmán; la artista plástica de origen polaco Fany Rabel; el economista sinaloense José Luis Ceceña, y los escritores Carlos Monsiváis y José Revueltas, entre muchos más.
Este documento subrayaba que aquellos infundios y el empleo del monopolio de la propaganda no lograron destruir el movimiento. “Las demandas sostenidas por el Movimiento corresponden a realidades de la vida nacional que urge cambiar, si México ha de vivir en un régimen democrático en el que se respeten las libertades consagradas en la Constitución y el pueblo no se halle a merced de las arbitrariedades del poder público”.
Los intelectuales suscribieron hoy hace 50 años, en ese desplegado publicado en Excélsior el 19 de septiembre de 1968, que “la lucha política encauzada por los estudiantes no sólo deriva de concepciones anárquicas o contrarias al orden público, sino que se dirige a restaurar —en tanto el pueblo no la altere— la letra y el espíritu de la Constitución de 1917”.
Más adelante, el larguísimo desplegado decía que las justas banderas del Movimiento Estudiantil son legítimas, auténticas y valederas, y que deben sostenerse sin desmayo para conducir la lucha al triunfo.
El Movimiento Estudiantil no será condenado. Todo lo contrario. Los estudiantes encabezan una lucha que ha podido abrirse paso e incorporar a decenas de miles de ciudadanos, a pesar de la presión ominosa, la abierta amenaza y las persecuciones desatadas contra ellos; es porque responden a una causa justa y mantienen en alto una bandera que sólo con generosidad y alteza de miras es posible enarbolar: la defensa de los derechos democráticos de nuestro pueblo, que no son dádivas graciosas de ningún gobierno, sino conquistas arrancadas en una lucha sangrienta y secular”, suscribieron los intelectuales.
Según este grupo de mujeres y hombres, entre los que estaba Alfredo Zalce, un líder del arte moderno; el escritor Dámaso Murúa; Víctor Flores Olea, quien se convirtió en diplomático en la época del presidente Luis Echeverría, decía que el Movimiento no ponía en peligro lo que resta de esos derechos y libertades, como pregonan sus abiertos enemigos, lo mismo que los voceros del oportunismo y los augures de la derrota, o como temen incluso algunos partidarios de buena fe.
No es la lucha de estudiantes y maestros la que pone en peligro la autonomía de las universidades, ni su defensa vigorosa de esa autonomía, esencial para el cumplimiento de sus funciones y que forma parte de las libertades constitucionales, la que acerca el peligro de supresión de subsidios gubernamentales, clausura u ocupación castrense de sus instalaciones”.
En otra parte de la inserción pagada en Excélsior se lee: “Las represiones policiacas y militares contra los estudiantes universitarios y técnicos hace mucho que entraron al escenario nacional.
El Movimiento Estudiantil ha reivindicado el valor de las acciones de masas. Su paso por las grandes avenidas de la capital es acogido con creciente simpatía, como también las brigadas políticas de jóvenes que llevan su mensaje a un gran número de solícitos oyentes y recogen la modesta, pero copiosa aportación económica de incontables manos”.
En un subtítulo que los intelectuales le pusieron a su texto, “Hacia un gran debate nacional”, éstos escribieron que “el Movimiento Estudiantil vive una fase decisiva. En la última semana se han acentuado las presiones, y todo hace suponer que en los próximos días se multipliquen las instancias para que el paro concluya y los estudiantes regresen a clases y ayuden con su inacción a restablecer la ‘normalidad’ (en referencia al llamado que días atrás había hecho el rector de la UNAM, Javier Barros Sierra).
A estas horas nadie discute la significación del Movimiento, salvo los necios, los guardianes del orden existente y los oportunistas de siempre, que en cada lucha auténtica del pueblo ven graves peligros para el país. Con su movilización masiva, consciente, extraordinaria, la juventud está contribuyendo a que millones de mexicanos abran los ojos, descubran problemas que ignoraban o suponían resueltos y comprendan que los derechos no se heredan de nadie, sino que se conquistan. Los estudiantes incorporados a las brigadas políticas están adquiriendo mayor preparación y ligándose al pueblo y a sus más justas aspiraciones, en vez de pensar en recurrir a algún influyente para iniciar el viacrucis de una carrera burocrática mediocre y rutinaria.
Muchos de los logros obtenidos son ya irreversibles y quedarán como testimonio permanente de las grandes jornadas cívicas de estos días. Pero la importancia de un movimiento político no sólo radica en lo que logra en cada episodio, sino en lo que consigue al final, como saldo de todo el esfuerzo desplegado.
Ésta no es una hora que justifique la duda o el pesimismo. Los estudiantes tienen a la vista la posibilidad de capitalizar sus triunfos y de asegurar las mejores condiciones para llevar la lucha adelante. El que, hasta estos momentos, ninguna de las demandas del movimiento haya sido satisfecha no es motivo para dejarse ganar por la confusión y el desencanto.
Sería mejor que esas legítimas demandas hubiesen sido aceptadas, pero la lucha política nunca se libra en condiciones ideales, sino frente a obstáculos difíciles de vencer, y que más que derivar de caprichos y veleidades de algunos funcionarios, responden a hechos y fuerzas que es preciso descubrir y vencer.
La nación está en espera de un debate político trascendental, como no se ha producido en México en muchos años; lo que interesa de ese debate no son, naturalmente, las disquisiciones especulativas o meramente legalistas, ni tampoco la perspectiva de largos regateos, que a la postre lleven a soluciones que a nadie satisfagan. Lo que importa es que el debate sea público, que garantice a quienes en él participen absoluta libertad y respeto a sus posiciones, y que permita que los graves problemas que se ventilan y que el propio Movimiento Estudiantil ha llevado al primer plano, sean cabalmente comprendidos por el pueblo.
Lo demás, si el examen de esos problemas ha de ser oral o escrito, en un sitio o en otro, es secundario. Son asuntos de procedimiento en los que conviene ser flexible, sobre todo cuando
—como ocurre en este caso— no se está dispuesto a negociar con los principios.
El diálogo con el gobierno puede abrir el cauce para una discusión indispensable y fundamental, y si el gobierno no acepta en definitiva ese diálogo, el Movimiento deberá encontrar otros canales para debatir con el pueblo y demostrarle que sus exigencias son legítimas”.
Source: Excelsior