La hinchada del Stjarnan alienta a su equipo con la música de Fito Páez
Son las 19 horas del domingo. El termómetro marca 4° en Gardbaer, uno de los suburbios de Reikiavik, pero al menos el viento y la nieve se aplacaron y brilla el sol como si fuese el mediodía. Los hinchas del Knattspyrnufélag Reykjavíkur (Club de Fútbol Reikiavik), más conocido como KR (máximo ganador histórico de la liga islandesa con 26 títulos) y del local Stjarnan saturan con sus autos el estacionamiento gratuito junto al estadio y no les queda otra que dejarlos en las calles y descampados cercanos, donde se consigue lugar sin mayor problema. Enfundados con gruesas camperas, gorros, guantes y bufandas, apuran el paso. Algunos llevan la camiseta de sus equipos, la azul del Stjarnan o la negra y blanca a rayas del KR.
Es la segunda fecha del torneo 2018 de la Úrvalsdeild karla, la Premier islandesa, donde juegan 12 equipos. Debajo, hay cuatro divisiones de ascenso. La liga y la copa se disputan entre abril y octubre, cuando el clima permite hacer deporte al aire libre. El resto del año, los entrenamientos y torneos amistosos se juegan en enormes galpones techados que se construyeron en la última década junto con los estadios y han sido fundamentales para el progreso del fútbol en Islandia.
Una boletería con dos ventanillas vende los tickets para los que no son socios (cuestan entre 15 y 20 dólares, según el partido) y todos ingresan por el único portal de acceso al club.
Aparecen algunas mesas y bancos de picnic, un kiosko de bebidas y golosinas atendido por niños (3,5 dolares la gaseosa, USD 2 el café o un paquete de caramelos) y unas parrillas a gas donde ya se cuecen unas hamburguesas (que se venderán en el entretiempo a USD 11). Un poco más allá, unos chicos chapotean en una piscina al aire libre con agua termal, de las que hay por toda Islandia.
Una escalera que se divide en dos brazos da acceso a la única tribuna del Stjornuvöllur, con capacidad para mil personas, similar al de muchos otros equipos de Islandia. El estadio nacional, donde juega la selección, tiene dos tribunas y una capacidad para 12.000 personas que recién ahora, tras los últimos éxitos, comienza a llenarse por completo y ya hay un proyecto para ampliarlo.
El Stjarnan es un equipo humilde pero que ha mejorado en los últimos años y en 2014 obtuvo su primer campeonato.
Los hinchas de ambos clubes se acomodan solos en sus butacas, pero por separado. Los locales ocupan el 60% de la platea. Al lado, los visitantes llenan casi el 40% restante. No hay policía ni reja alguna que los separe.
Los jugadores del KR, entre ellos el salvadoreño Pablo Punyed, se encontraron dos horas antes del partido en la sede del club. Compartieron un café, terminaron de ver por TV Liverpool-Chelsea y partieron en sus propios autos junto con sus familias hasta el estadio rival.
Aquí se sigue con más pasión la liga inglesa que la local. Al punto que si se le pregunta a cualquier persona de qué equipo es hincha, seguramente le dirá uno de la Premier inglesa. En un segundo escalón aparece, ahora, la selección islandesa. Y recién en un tercer peldaño le dirán si simpatizan con algún club local, al que van a ver de vez en cuando con sus familias, pero no les quita el sueño.
A las 19:10 los equipos salen a la cancha juntos y hacen el saludo oficial FIFA. Por los parlantes suenan los célebres acordes de la película Zorba el Griego, que los hinchas del Stjarnan corean y aplauden para animar a su equipo.
El partido se pone en marcha.
Una decena de hinchas del Stjarnan animan con cantos, saltos, un bombo y un redoblante. A unas pocas butacas de distancia, responden los del KR, con un par de jóvenes barbudos que agitan banderas y lideran los cantos. “Stjar-nan, Stjar-nan”, “Kiu-ar, Kiu-ar”. Tras un rebote en el área, el equipo local abre el marcador. Vuelve a sonar Zorba el griego por los parlantes, y la hinchada delira.
A partir de entonces, Kin Kon (así dice atrás su camiseta), el jefe de la barra del Stjarnan, impulsa con un vaso de cerveza en la mano un cancionero mucho más amplio y variado. Melodías que tomaron de estadios ingleses y alemanes, las ligas que más se siguen aquí. Pero no solo de allí, porque también aparecen dos de los estadios argentinos: el “Brasil, decime qué se siente…” (que no es otro que el “Bad Moon Rising”, de Creedence), y una 100% argentina: “Y dale alegría a mi corazón”, de Fito Páez.
El KR empata y da vuelta el partido con dos pelotazos cruzados que toman mal parada a la defensa local antes de que el árbitro pite el final del primer tiempo. Muchos se levantan para ir al baño o por las hamburguesas. Algunos envían mensajes por sus celulares, conectados al wifi gratuito para socios de la tribuna. Los niños aprovechan para jugar con los tambores que la barra dejó sobre las butacas mientras fue por unas bebidas.
En el segundo tiempo, el Stjarnan empata, pero cuando faltan seis minutos, el KR pone el 3-2. El final es áspero. Un jugador visitante se va expulsado tras la segunda amarilla, el equipo local mete presión pero no le alcanza.
El partido termina. Todos los hinchas aplauden. Los del KR celebran la victoria algo más ruidosos, pero en segundos unos y otros se mezclan en la salida presurosa para escapar del frío. A Kin Kon se le nota la cara de fastidio. “Mala suerte, será la próxima”, dice a Infobae. Sueña con que el fútbol islandés “siga creciendo, que más hinchas vengan al estadio y que no sean tan estúpidos y canten y alienten más”. Se sube a una 4×4 con sus amigos y se van a tomar unas cervezas para olvidar rápido la derrota.
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Source: Infobae