CIUDAD DE MÉXICO.

El chachachá es de esos ritmos irresistibles. Se canta y se baila apenas suenan sus primeras notas. Incluso, a la fecha, a más de 50 años de su creación, canciones como Rico vacilón, Los marcianos y El bodeguero (escritas en 1955) hacen entonar la voz y sacudir el cuerpo. Sin importar la edad, los gustos musicales, el lugar o la compañía, esta música inspira a sonreír y sacudir el alma y el físico.

El responsable de su existencia es el cubano Enrique Jorrín, quien nació hace 90 años. El ritmo lo creó a finales de la década de los cuarenta y su inspiración fue el danzón. En el libro Diccionario de la música cubana (Letras cubanas, 1992), de Helio Orovio, se puede leer una declaración del propio Jorrín acerca de su hazaña. “Construí algunos danzones en los que los músicos de la orquesta hacíamos pequeños coros. Gustó al público y tomé esa vía. En el danzón Constancia intercalé algunos montunos conocidos y la participación del público en los coros me llevó a hacer más danzones de este estilo.

“En 1948 cambié el estilo de una canción mexicana de Guty de Cárdenas: Nunca. La primera parte la hice en su estilo original y a la segunda parte le di un sentido rítmico diferente a la melodía. Gustó tanto que decidí independizar del danzón las últimas partes y así surgen piezas como La engañadora”.

Jorrín, quien nació el 25 de diciembre de 1926 en Pinar del Río, Cuba, era un extraordinario violinista, compositor y director de orquesta. Y es justamente aquí donde recae la principal peculiaridad y virtuosidad de este hombre, pues estudió música en el Conservatorio Municipal de La Habana. Es decir, emergió de un estilo clásico para mudarse, en 1941, a la música popular, justo cuando ingresó a la orquesta danzonera Hermanos Contreras.

También perteneció a la Orquesta Arcaño y sus maravillas, así como a la de los Hermanos Peñalver y a la Orquesta América, fundada en 1942 por el matancero Ninón Mondéjar. En esta última, Enrique Jorrín dio vida al chachachá.

Fue La engañadora la canción que engrandeció el chachachá. Isabelle Leymarie platica en su libro Cuban fire. La música popular cubana y sus estilos (Akal, 2005), que la letra de esta canción surgió en honor a una mujer de formas exageradas, muy provocativa, que una tarde caminaba por la calle Infanta, en La Habana.  Debido a su descomunal apariencia, la que además era falsa, la mujer atrajo la mirada de todos los hombres que pasaban por ahí. Incluso, dice el texto, uno de ellos se arrodilló frente a ella y empezó a rezarle. 

Enrique Jorrín fundó en 1954 la orquesta que lleva su nombre. Un año después viajó a México con la Orquesta América y se quedó a vivir en tierra azteca hasta 1958. El escritor Pavel Granados, platicó a Excélsior que la llegada del chachachá a México fue un éxito rotundo que, incluso, rebasó fronteras y llegó hasta EU, donde decenas de artistas empezaron a adoptarlo y enaltecerlo.

Granados agregó que en aquellos años Jorrín ofreció varios conciertos en Radio Educación, debido a que las canciones que creó alcanzaron el éxito de forma inmediata entre los mexicanos. Además, recordó, el músico  estuvo en los centros nocturnos de las colonias Centro, Roma y Condesa, en la Ciudad de México.

Pero su paso por estas tierras no sólo fue para difundir el chachachá, sino también para hacer modificaciones en la estructura de su música. Jorrín, quien además era hijo de un clarinetista de orquestas populares, modificó la tímbrica de su orquesta al agregarle instrumentos que sólo se veían en orquestas de jazz, como el contrabajo y los violines, además de incluir el sonido de las trompetas.

Enrique Jorrín es pieza clave en la historia de la música de salón al crear el chachachá, ritmo que ha estado presente en el cine, en películas como Las viudas del chachachá (1955) y Qué lindo chachachá (1954).

Este hombre de pícara sonrisa regresó las voces a las orquestas. Empezó agregando textos cortos en los danzones Varón lo que sea, Pa’ los pollos y Doña Olga, para después incluir otros más extensos en Central constancia, Silver star y Osiris.