La familia de Jessica Guadalupe Jaramillo lo sabía. Tenían la localización del tipo que había secuestrado a su hija de 23 años el pasado 24 de octubre. Estaban seguros desde el primer momento. Pese a las largas de la fiscalía (“hasta que no pasen 24 horas no podemos hacer nada”), la familia Jaramillo cogió su furgoneta y se plantó cuatro noches frente a la casa del que posteriormente sería considerado el presunto asesino de Jessica y de otras dos mujeres. Fueron 96 horas de agonía, impotencia y noches en vela en Villas Santin, una colonia de Toluca, esperando una orden de registro del domicilio que llegó demasiado tarde, el miércoles 30. Cuando llegaron las autoridades, el presunto asesino, Oscar García Guzmán de 28 años, ya había huido. El suceso muestra los problemas con la justicia en el país, el obstáculo del mito de las 24 horas para investigar una desaparición, periodo que no existe oficialmente, y vuelve a poner el foco sobre los feminicidios en el Estado de México, una entidad administrativa donde asesinan a una mujer al día, según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública.
Las alarmas sobre Jessica comenzaron en la Universidad Tecnológica de Toluca, una facultad privada, cuando un chico, llamado Óscar García Guzmán, con el que coincidía en varias asignaturas de Psicología, la comenzó a acosar. “No me gusta como me mira, me persigue, me da miedo”, contaba a sus familiares, que ya habían preguntado a Jessica sobre ese chico que parecía perseguirla. Jessica era la segunda hija del matrimonio Jaramillo y tenía un hijo de diez meses, fruto de una relación pasada que se desentendió del crío.
“Una de las veces que fuimos a recogerla a la universidad vimos a un joven detrás de ella. Cuando nos vio se escondió detrás de un poste. Era muy raro”, explican. Fue entonces cuando los Jaramillo, que prefieren no revelar sus nombres por seguridad, decidieron cambiarla de universidad. Con el riesgo que supone ser mujer en México —donde nueve mujeres al día mueren a manos de la violencia machista—, en este Estado el peligro se multiplica, pues ocupa los primeros puestos del país por el número de feminicidios y mujeres desaparecidas. En esta zona persiste desde 2015 una alerta de género (una herramienta gubernamental para atajar la violencia contra las mujeres) en 11 de sus municipios, entre los que está Toluca, capital del Estado.
El día de su desaparición ya había oscurecido. Jessica tenía una exposición en clase a las siete y media de la tarde y un examen. El padre la llevaba y recogía todos los días, algo habitual en un Estado que no solo se caracteriza por los asesinatos de mujeres, sino por la saña con que se cometen: aparecen torturadas, calcinadas o estranguladas. Ese día poco antes de las nueve, recibió un mensaje:
-“No se preocupe, me voy a casa de Óscar a una fiesta”, rezaba el texto.
Esto no sonó bien al padre, por lo que intentó llamarla para corroborar que todo estaba en orden. Pero el teléfono ya no daba señal.
Es entonces cuando comienza la odisea de la familia Jaramillo, que tras conseguir la dirección de Guzmán a través de amigos de la joven, decidió ir a denunciar la desaparición de Jessica al día siguiente. Las pruebas parecían irrefutables: era un tipo que la acosaba en su anterior universidad, las coordenadas de su teléfono estaban en ese punto y los vecinos aseguraban haberlos visto entrar, aunque no salir.
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Pero la fiscalía, según los familiares, aseguró que no podía comenzar la investigación hasta las 24 horas después de su ausencia, rompiendo así uno de los principios del protocolo de búsqueda de personas desaparecidas: “La búsqueda debe iniciarse sin dilación”. Tras mucho insistir consiguieron, ya de madrugada, personarse en el lugar con un policía de investigación y varios municipales, pero ante la falta de respuesta en el domicilio, desistieron. Los agentes se fueron y la familia se quedó en el lugar. Era la primera noche de cuatro que pasarían frente a la casa del supuesto asesino de su hija.
A la mañana siguiente, tras una gran insistencia llamando al domicilio, Guzmán salió y los amenazó.
-“Déjenos entrar. Sabemos que Jessica está ahí”.
-“Váyanse. Si entran les baleo. Aquí no hay nadie. No conozco a ninguna Jessica”
La impaciencia golpeaba cada vez más a los Jaramillo. Conforme pasaban las horas la probabilidad de encontrar a Jessica con vida era menor. A lo largo de la tarde del 26, la familia asegura conseguir la prueba definitiva. “La vimos por la ventana. Estaba rara, ida”, narran con impotencia. Es entonces cuando volvieron a la fiscalía con la esperanza de rescatar a su hija de inmediato.
-”Sin la orden de cateo [registro] no podemos hacer nada. No podemos violar la ley”, les dijeron los funcionarios, según cuentan los Jaramillo.
Estaba a punto de cumplirse la tercera noche de la familia a la intemperie, solo bajo cobijo de su furgoneta y con un bebé de apenas diez meses. Era domingo 27. La impotencia y la rabia cada vez hacían más mella ante la pasividad de las autoridades. La desesperación se agudizaba de nuevo cuando el supuesto asesino volvía a salir enrabietado para amenazarlos otra vez, pero ahora acompañado de un pitbull agresivo. Otra noche más.
Al día siguiente, bajo la atenta mirada de los Jaramillo, Guzmán salía arreglado. Camisa, pantalones chinos y zapatos de vestir. Algo inusual según los vecinos, que aseguraban que siempre iba de negro y descuidado. El supuesto feminicida se dirigía a la fiscalía. Esta vez admitió, según las autoridades, que sí conocía a Jessica, pero que después de estar en su casa la acompañó a que cogiera un taxi y no volvió a saber de ella. Este fue el detonante para proceder al cateo del domicilio, que no llegó hasta el miércoles 30.
Ese mismo lunes 28, según confirman los familiares, que no se despegaron de la casa donde sabían que estaba Jessica, Guzmán llegó de la fiscalía y se cambió de ropa. Salió de su casa con una mochila, una gorra y saludó a los familiares mientras ellos lo grababan. El supuesto feminicida se escapaba delante de la familia. Los Jaramillo no se movieron del lugar.
Finalmente, la madrugada del martes 29 se aprobó la orden de registro del domicilio. Cuando entraron las autoridades no solo encontraron el cuerpo de Jessica en el baño, con marcas de violencia en el cuello, sino el de dos mujeres más hasta ahora sin identificar y que estaban enterradas en el patio trasero. Tras más de una semana Guzmán sigue prófugo. La fiscalía del Estado de México ofrece 300.000 pesos (15.600 dólares) como recompensa a quien ofrezca información sobre su paradero.
El terror sigue vigente en la zona. Las madres pasan rápido por delante de la casa del crimen con sus niñas de la mano a la salida del colegio. Los vecinos hacen corros aún días después de lo sucedido. Pero el verdadero terror todavía está instaurado a unos siete kilómetros, en casa de los Jaramillo. Con escolta policial a las puertas de su hogar. Con miedo a salir solos. Con la impotencia de que las autoridades tuvieron varias oportunidades de detener al supuesto asesino de su hija. Y no lo hicieron.