Una de las imágenes más comunes del culto católico es la de Jesús en la cruz. En el nuevo testamento, se relata la muerte del salvador con detalles impecables sobre su trayecto llevando al hombro su propia cruz. Quien alguna vez fue celebrado, y entró en burro a Jerusalén, hoy debía cargar con un símbolo de todos los pecados humanos en la espalda. A sus costados, un largo camino de gente lo miraba. Caían insultos y palabras de aliento. Finalmente, Jesús caminó fuera de las murallas de Jerusalén y llegó a su destino: El Gólgota. Allá, tres cruces fueron alzadas. Jesús fue puesto en la de al medio; a cada costado, un criminal ordinario que era castigado por el gobierno de Poncio Pilatos.
Se esparció la palabra y la cruz se convirtió en un símbolo: el salvador padeció por todos nosotros en esa enorme estructura de madera. Su sufrimiento físico vive en la memoria cristiana. Los adeptos de su fe se apropiaron respetuosamente de ese dolor, y la cruz fue un ornamento desde entonces. Está en todos los templos, los pequeños altares y los cuellos de algunos fieles.
Sin embargo, muy poco se sabía realmente sobre estos castigos letales en la Roma de la época. A pesar de que en algunos contextos se entienda a la biblia como un relato histórico que tiene precisiones bastante exactas, siempre hurgó en la comunidad histórica una duda: ¿qué tan reales eran las crucifixiones? Desgraciadamente, se carecía de la prueba de los métodos, detalles del castigo y motivos que llevaran al pueblo a decidir ese destino para sus ciudadanos.
La respuesta estaba en un esqueleto de 2.000 años de antigüedad. Y que se mantuvo perfectamente oculto hasta el 2007. Ese año, en Italia, durante una excavación se encontró un esqueleto con claras pruebas de haber sido cruelmente mutilado. Llevaba una profunda herida en el empeine, y de inmediato se le asoció con la imagen de una persona crucificada. Estaba en un pésimo estado de preservación, y en una tumba alejada del resto del pueblo. A los científicos les tomó una década de estudios llegar a alguna conclusión.
Los resultados de los restos , encontrados en Gavello, a unos 60 kilómetros de Venecia, dieron una conclusión: los restos correspondían a un hombre. Debe haber tenido entre 30 y 34 años al momento de ser ejecutado. Por los elementos que rodeaban al cuerpo (fragmentos de ladrillos, trozos de cerámica romana) se determinó, también, que tenía cerca de 2.000 años de antigüedad. Una data bastante cercana a la de la época en la que Jesucristo habría estado vivo.
Usando un microscopio digital, los investigadores vieron el hueso mutilado del empeine, tomaron imágenes 3D del hoyo en el hueso, y convinieron en que debió de haber sido hecho con un clavo que entró de manera violenta y veloz al pie.
Pero quedó una duda que dejó a la comunidad insatisfecha. La falta de evidencia resultó que se hiciera aún más difícil comprobar si el esqueleto realmente había sido crucificado. No tenía heridas de clavos en los brazos (según el imaginario popular del cristianismo, Cristo fue clavado en sus manos y sus pies a la cruz, y así se mantuvo colgado hasta el momento de su muerte). Los investigadores comenzaron a debatirse por la ausencia de las marcas. No llegaron a un consenso, pero muchos recordaron que en varios textos históricos sobre crucifixiones, se hablaba de atar los brazos a la cruz en lugar de clavarlos.
Para los científicos, descubrir el motivo de la muerte y elaborar sus propias teorías sobre sobre la crucifixión no fue lo único interesante del estudio. También emergieron muchos supuestos sobre su posible origen social, y su vinculación con la sociedad de la época. Según el informe:
“La tumba irregular, la falta de bienes junto al cuerpo, la baja estatura y signos de tortura sugieren que podría haberse tratado de un prisionero o de un esclavo”.
Además, su cuerpo se halló completamente solo. No conformaba parte del sistema de cementerios que tenían los romanos. Lo calificaron como a un paria. Según Thun Hohenstein, uno de los autores del informe:
“Este tipo de ejecución se reservaba generalmente a los esclavos. La marginalización topográfica sugiere que el individuo era considerado peligroso por la sociedad en la que vivía y que fue rechazado tras su muerte”.
Otros antecedentes
A pesar de que este es un antecedente único en las pruebas arqueológicas y su relación con la crucifixión, no es el primero que se tiene. En el año 1968, el arqueólogo Vassilios Tzaferis encontró trozos de huesos en una tumba judía de Jerusalén. Las llevó con un grupo de investigadores, y llegaron a la conclusión de que los huesos pertenecían a dos personas distintas: un joven entre los 20 y los 24 años de edad; y un niño de entre 3 y 4 años. El mayor tenía un clavo de 18 centímetros atravesándole los huesos del pie. Del otro extremo del clavo, se encontraron restos de madera de olivo. El tipo de madera que, según los textos, se utilizaba para clavar a los condenados. A pesar de que las pruebas parecen más cercanas en cuanto a lo físico, aún se mantienen dudas sobre la relación de la época con Jesucristo. Se determinó que tanto el joven como el niño habían sido enterrados ahí cerca de 200 años antes de lo que data el nacimiento de Cristo.
Parece ser que, al final, la Biblia sí revela muchos secretos históricos.
Source: UPSOCL