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sábado, septiembre 28, 2024

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Churchill, escritor

Para René Avilés Fabila.

 

Winston Churchill fue un político rabiosamente conservador. Entre otras lindezas, se opuso a la independencia de Irlanda, combatió a Gandhi e hizo lo que estuvo en sus manos para evitar que se concediera el voto a la mujer.

Es por esto que buen número de intelectuales desdeña su obra literaria. “La mejor prueba de que el Premio Nobel de Literatura no tiene que ver con la calidad de un autor”, aducen, “es que éste se concedió a Churchill”.

Pero la mayoría de sus detractores no lo ha leído. Más allá del recelo que pueda suscitar el antiguo primer ministro de Reino Unido, es difícil resistir el hechizo de su prosa. Ésta es siempre afilada; siempre eficiente. En su juventud, fue un exitoso corresponsal de guerra. Hasta llegó a escribir una novela: Savrola.

El primer texto que leí de él fue La batalla de la calle Sidney, donde comienza narrando lo que se antoja una historia de terror. De pronto, cuando el lector menos lo espera, salta: “Por aquella época, yo era ministro del interior”. Su estilo, mezcla de crónica periodística, novela y memorias, me atrapó irremediablemente.

Seguí con sus artículos y discursos, llenos de ideas, expresadas en frases cortas y desplegadas con virtuosísimo. Esta es emblemática: “El éxito consiste en ir de fracaso en fracaso, sin perder el entusiasmo”. Su afán de adoptar una actitud positiva, de no rendirse nunca, fue imprescindible para que Inglaterra se enfrentara a los nazis, como lo es para cualquier persona del siglo XXI, se dedique a lo que se dedique.

En español, hay varios de sus libros publicados: La crisis mundial 1911-1912, Mi viaje por África. La pintura como pasatiempo… La editorial La esfera de la historia ha traducido Historia de los pueblos de habla inglesa, los seis volúmenes de La segunda guerra mundial y una antología de sus discursos.

Deslumbra el desparpajo con que Churchill evalúa a reyes y primeros ministros. Declara simpatías y antipatías, sin que pierda el rigor histórico. Sus frecuentes alusiones autobiográficas, lejos de dar la impresión de que el autor era un egocéntrico (que lo era), ayudan a involucrarnos en la historia.

“Ignoró unos acontecimientos y magnificó otros”, truenan sus malquerientes. Pero ¿no podría decirse lo mismo de Heródoto, Tucídides, Suetonio o Tito Livio? Ningún historiador podría transmitir una idea integral de lo que ocurrió en determinado momento.

Más aún: ninguno podría ser neutral. Churchill sólo expresó un punto de vista. Y lo hizo matizándolo con una perspectiva amplísima, cargada de reflexiones sobre el sentido de la guerra, la política y la existencia misma.

Mi libro predilecto es Grandes contemporáneos (1937), donde habla de sus encuentros y desencuentros con algunas de las figuras señeras del siglo XX. La mayoría de estas semblanzas giran en torno a gobernantes a los que expulsaron del cargo, como Alfonso XIII y Asquith; militares que, luego de su triunfo en la Primera Guerra Mundial, fueron relegados, como sir John French o Douglas Haig, y políticos que nunca alcanzaron sus sueños, como George Curzon.

Cuando publicó este libro, Churchill tenía 63 años y pasaba por una etapa de desánimo: daba por hecho que su carrera política estaba acabada. La verdad era que estaba en los umbrales de su mejor momento.

Leer a Churchill hoy no es sólo un diálogo con un protagonista destacadísimo del siglo pasado sino un ejercicio literario encomiable. Más aún: una inyección de vitalidad y coraje, muy oportuna en estos tiempos de desencanto.

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