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domingo, septiembre 22, 2024

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Calais

Llueve sobre las milpas de la Gran Albión. Sólo faltaba eso. Como alegoría tétrica de su salida de Europa, la modestísima Islandia, que participa por primera vez en un campeonato europeo, vence y elimina a Inglaterra. La manda a su casa. La refunde.

Las cosas no podrían ir peor. El resultado del reciente referéndum que pasmó a los británicos y conmocionó al mundo convirtió a la Gran Bretaña a ser más isla que nunca. Ello satisface, sin duda, al sector más recalcitrante y conservador de la sociedad inglesa, para la cual el confinamiento es un emblema de orgullo nacional.

Existe una antigua ocurrencia según la cual durante una terrible tormenta sobre el Canal de la Mancha —que significativa y modestamente los ingleses llaman “the English Channel”— el boletín meteorológico londinense anunciaba: “Se ha desatado una gran tempestad sobre el canal, que ha interrumpido la circulación tanto marítima, como ferroviaria y aérea sobre él. Las comunicaciones telefónicas y satelitales también han sido canceladas. De manera que en este momento, el continente se encuentra aislado”.

Esa es precisamente la óptica del UKIP y los otros partidarios del Brexit. Abandonar la UE es una forma de recuperar la “independencia” de su país. No deja de ser elocuente que el gran alud de los votos a favor de la escisión procedan de las ultramontanas regiones del centro y el oeste de Inglaterra. Oxford, Londres y toda la zona sureste, donde se encuentran las grandes industrias, en la cuenca del Támesis, votaron en contra.

De la misma manera lo hicieron la práctica totalidad de los escoceses y los irlandeses del norte (aquella parte de Irlanda que todavía se encuentra sometida al reino británico). Más aun, la primera ministra de Escocia, Nicola Sturgeon, ya advirtió que su país no está dispuesto a abandonar la UE, y que si para permanecer es necesario separarse del Reino Unido, convocará a un nuevo referéndum por la independencia. En términos parecidos se expresó Martin McGuinness, del Sinn Féin, en nombre de Norirlanda.

En este sentido, la sesión plenaria del Parlamento Europeo ayer martes en Bruselas fue particularmente movida e, incluso, en algunos momentos, violenta, dados los encendidos discursos de uno y otro bando. Por su lado, el resto de los miembros de la UE obviamente simpatizan y sostienen a los unionistas, y además en una actitud claramente hostil, exigen que si se van a ir se vayan ya, sin más dilación, ante la pretensión británica de conceder un plazo para llevar a cabo los trámites y arreglos necesarios. Para salvar los muebles, digamos.

En particular solicitan que se haya instalado el nuevo gobierno, ya que David Cameron, el actual primer ministro, ya anunció su dimisión. Que yo sepa, es la primera vez en la historia que un mandatario que gana un ejercicio electoral —Cameron es conservador— se ve obligado a dimitir. Parece ser que también dimitirá el líder del Partido Laborista, Jeremy Corbyn. Eso se entiende más.

Y es que la situación no puede ser más paradójica y desconcertante. La impresión que se tiene es de que todos los británicos, tanto los del Sí como los del No, hayan perdido. Ninguna muestra de euforia, ni siquiera de satisfacción. Caras largas y seños fruncidos, en los foros y por las calles.

Es el Bregret, el “arrepentimiento”. La resaca del Brexit tristemente triunfador. Está corriendo por las oficinas, las escuelas y sobre todo por las redes informáticas una petición al gobierno de Londres, en el sentido de que el referéndum sea anulado y se convoque a uno nuevo, ahora que ya le pensaron tantito y empezaron a sentir el rigor. La solicitud no tiene pies ni cabeza. Dónde se ha visto un referéndum que revoque otro anterior. Se diría que eso sólo podría pasar en México. Pero ya ve. La solicitud de marras ayer ya contaba con más de seis millones de firmas. Los flemáticos ingleses no cantan mal las rancheras.

El Reino Unido no forma parte de los miembros fundadores de la Comunidad Económica Europea, el germen de la UE. Se incorporaron apenas en 1973, cuando el general De Gaulle dejó el poder. El férreo mandatario francés se opuso siempre al ingreso de la Gran Bretaña, a la que consideraba el caballo de Troya de Estados Unidos. Tal vez no le faltaba razón. Cada vez más el Reino Unido parece una colonia de los gringos, en más de un aspecto. Hoy, su salida de la UE acentuará sin duda esta impresión.

A pesar de ello, el proyecto avanzaba y se crearon estructuras suficientemente sólidas y al mismo tiempo lábiles que parecían conducir adecuadamente las divergencias, hasta que al final se aterrizó en el Tratado de Maastricht que sentó las bases de la Unión.

Pero aparecieron rápidamente entre juegos oscuros, para atenuarlos resolvieron establecer juntas arbitrales. Vislumbrando amenazas mayores obviamente necesitando otras soluciones, Maastricht introdujo vínculos inéditos, permitiendo adoptar reglas entre jurisprudencias opuestas.

De hecho, se diría que los británicos han estado siempre a regañadientes en el proyecto europeísta. Sí formaron parte del Tratado, pero no participaron en la tercera fase ni adoptaron el euro como moneda oficial. Bien orgullosos ellos siguen con sus libras y circulando por la izquierda. La cosa es despistar al personal.

Así han sido, así son y así serán. A la parte más angosta del Canal de la Mancha los franceses la llaman Paso de Calais, mientras que los ingleses, Estrecho de Dover. No pos sí. Sigmund Freud relata el siguiente diálogo: “Sentencia un lord inglés: ‘Entre lo sublime y lo ridículo no hay más que un paso’, a lo que un gentilhomme francés responde: ‘En efecto, el Paso de Calais’”.

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Post y Contenido Original de : Excelsior
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