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Nobel de la Paz: Abiy Ahmed Ali, el hombre que pone fin a las guerras enquistadas de África

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Nobel de la Paz: Abiy Ahmed Ali, el hombre que pone fin a las guerras enquistadas de África
Abiy Ahmed, primer ministro etíope, premio Nobel de la Paz

Ha terminado con el enfrentamiento entre Etiopía y Eritrea, uno de los conflictos más largos del continente negro, que comenzó en 1998, y media para apagar la guerra en Sudán del Sur

Su nombre significa “revolución” en amárico y no pudo estar mejor elegido. Desde pequeño fue un niño predestinado, como si todo lo que le ha sucedido, todos los libros que leyó, los cursos que estudió y todas las decisiones que tomó estuvieran enfocadas a conseguir el galardón que lo acredita como Nobel de la Paz 2019, un premio muy importante para Etiopía, pero capital para el continente africano, tan necesitado de narrativas positivas que contrarresten el relato de guerra, hambre y subdesarrollo que marca las simplificaciones africanas.

El logro que lo acredita al Nobel de la Paz, es haber terminado con una de las guerras más largas y terribles del continente, el conflicto con la vecina Eritrea, que nunca se ha cerrado del todo. Dice la Wikipedia que la guerra entre Etiopía y Eritrea comenzó en 1998 y acabó en junio del año 2000 con 70.000 muertos por el camino.

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La realidad es que el conflicto nunca se apagó del todo y creó enormes bolsas de población hambrienta. Todo el borde que separa ambos países está lleno de minas, carros de combate oxidados y puestos de vigilancia por todas partes.

Esa frontera entre los dos países, que antes eran sólo uno, es una de las más calientes del planeta. Aunque se habían hecho intentos reales de alto el fuego antes que él, ha sido Ahmed Ali el que ha conseguido una paz duradera que, salvo algún que otro malentendido, se ha respetado entre los dos países.

PROMOVIENDO A LAS MUJERES

Para consolidarla, la aerolínea Ethiopian Airlines, el orgullo del país y una de las mejores de África, comenzó a volar de nuevo entre Addis Abeba y Asmara, la capital de Eritrea y se volvió a comunicar ambos países por línea telefónica para que familiares que no tenían contacto desde hacía tres décadas pudieran volver a hablar.

No era fácil llegar a acuerdos con la dictadura estalinista de Isaias Afwerki en Eritrea, la última de estas características en África, pero Ahmed Ali lo consiguió y sólo por eso ya merece el Nobel.

En clave interna, apoyó la elección de Sahle-Work Zewde como presidenta de la República para promover la participación de la mujer en la política etíope, tradicionalmente reservada a los hombres. También lo hizo al nombrar a Meaza Ashenafi como presidenta del Tribunal Supremo, además de respetar la paridad en su consejo de ministros.

El Nobel premia a un valor joven y osado, con logros tangibles y un discurso que favorece la democracia, la igualdad y la expansión económica frente a los viejos dinosaurios africanos (Obiang, Museveni, Biya, Kagame o Déby) que se han perpetuado en el poder abrazando ficciones democráticas y relaciones interesadas y turbias con Occidente.

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