Por. – Benjamín Bojórquez Olea.
El alcalde influencer
Hay gobernantes que viven en la realidad y otros que habitan cómodamente en una ficción cuidadosamente editada. El alcalde de Elota, Richard Millán, parece haber elegido esta última: un país de las mil maravillas donde la gestión pública se mide en “likes”, la sensibilidad se sustituye por stories y la responsabilidad se diluye entre filtros, música de fondo y sonrisas ensayadas.
Cuando el cerebro habla por la boca —y peor aún, cuando gobierna desde el celular— no estamos frente a la ingenuidad, sino ante una forma refinada de vanidad. Una vanidad que se recicla, se monetiza y se presenta como modernidad, aunque en el fondo no sea más que estulticia con conexión a internet.
Lo que Richard Millán decidió viralizar no fue un logro de gobierno ni una política pública exitosa, sino su forma cómoda de burlarse —sí, burlarse— de un pueblo convertido en llamas, mientras posa con su mejor outfit desde ciudades extranjeras. El municipio arde, pero el alcalde sonríe. El contraste no es casual: es una declaración de prioridades.
Este joven elotense no es relevante por ser el rey del contenido, ni por su carisma digital, ni por su supuesta cercanía con la gente. Es relevante por una hazaña que roza lo absurdo: viajar a la nieve para desear una Feliz Navidad lejos del municipio de Elota, Sinaloa, y, para rematar, justificar el paseo como un “sacrificio necesario”. Nadie se lo pidió. Nadie lo autorizó. Pero él lo sintió profundamente indispensable. No para el pueblo, claro está, sino para el algoritmo.
En su narrativa, su excursión invernal no solo benefició al municipio, sino que —según él— salvó medios de comunicación, revivió periódicos moribundos y convirtió en figuras públicas a personas que ni sus propias tías conocían. Un auténtico estadista del clic, un prócer del engagement, un libertador del rating. En el trayecto, eso sí, confundió a Facebook con un ser vivo. A la red social le atribuyó un crecimiento casi milagroso gracias a su presencia, como si el algoritmo hubiera esperado, desde su creación, el momento exacto en que Richard Millán subiera un video para alcanzar la plenitud.
Hoy la política local parece reducirse a eso: menos gestión y más espectáculo. Menos resultados y más historias. Menos rendición de cuentas y más show time. Porque cuando la política falla, siempre queda el consuelo de saber que alguien, en algún lugar, está viendo tus publicaciones y aplaudiendo tu performance. Pero esto ya no es una anécdota menor ni un chiste de redes sociales. Esto es política. Y como política, debe tener consecuencias. El Congreso del Estado no puede refugiarse en llamados tibios ni comunicados para cumplir con el expediente. Se requiere una revisión seria de cuentas, de trabajo y, sobre todo, de prioridades. Lo contrario sería normalizar lo insostenible.
GOTITAS DE AGUA:
Platón expulsó a los poetas de su república ideal porque confundían la apariencia con la verdad. Hoy, quizá también habría expulsado a los influencers con poder público. No por crear contenido, sino por creer que el contenido sustituye a la realidad.
Elota no necesita un Mr. Beast tropical ni un alcalde con vocación de celebridad. Necesita un gobernante. Uno que entienda que el cargo no es un espejo, sino una carga. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos mañana”…
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