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Sobre el camino

Por. – Benjamín Bojórquez Olea.

La resurrección de Feliciano…

En la política sinaloense hay figuras que avanzan entre claroscuros, cargando sobre sus hombros etapas que los enaltecen y otras que los desgastan. Pocos, sin embargo, pueden presumir una travesía tan visible, tan contrastante y tan profundamente humana como la que ha recorrido Feliciano Castro Meléndrez. Una figura itinerante, de esos personajes que no solo ocupan cargos, sino que transitan emocional y políticamente por ellos. Su reciente regreso al brillo institucional no es casualidad: es consecuencia directa de volver a un espacio que —como se dice popularmente— le queda como anillo al dedo.

Tras concluir su periodo legislativo y dejar la JUCOPOFeliciano parecía haber perdido algo más que una encomienda pública: había extraviado la energía que siempre lo distinguió. Su semblante, su ánimo y hasta su voz revelaba que el cargo que le asignaron en octubre de 2024 —Secretario General de Gobierno y vocero de seguridad pública— fue una encomienda que lo desdibujó. No se necesita ser analista para entenderlo: basta recordar sus conferencias de prensa, donde se le veía cansado, rígido, agobiado, como quien carga con una responsabilidad que no dialoga con su vocación.

Y es que ser vocero de la violencia en un estado que libra una guerra interna sistemática tan compleja es una tarea que desgasta incluso al más templado. El Feliciano que intentaba sintetizar cada jornada de hechos cruentos era un hombre que contaba cadáveres, no políticas públicas; un funcionario obligado a transmitir calma cuando él mismo estaba a punto de quebrarse.

En esa etapa, su apellido —dicen algunos con ironía— se volvió metáfora: De “Feliciano” ya no quedaba la felicidad, y al “Castro” parecían haberle castrado el vigor político. Y en el Meléndrez, la exigencia diaria de informar sobre tragedias lo obligaba a recurrir más a los “melindres” —la prudencia extrema, el tacto, la contención— que a la energía política natural que siempre le caracterizó. Pero en política, como en la vida, también existen escapatorias afortunadas. Y Feliciano logró la suya.

El gobernador Rubén Rocha Moya, sabedor del desgaste al que había sometido a uno de sus hombres más divergentes, decidió moverlo a donde realmente podría aportar y recuperar el alma. Su llegada a la Secretaría de Economía no fue un premio o una catarsis política—aunque podría parecerlo—sino una rectificación inteligente: colocar a un político experto, pensante y articulado en un espacio donde la estrategia, el diálogo y la visión de estado vuelven a ser herramientas, no escudos. Ahí, Feliciano renació.

Hoy su rostro es otro: más ligero, más luminoso, más él. La diferencia es tan evidente que cualquiera podría pensar que no hablamos del mismo funcionario. Lo que en la vocería de seguridad era pesadumbre, ahora en la economía es dinamismo. Donde antes se hacía pequeño, ahora se expande. Donde antes sobrevivía, ahora propone. Y eso, más allá de simpatías o filias políticas, es bueno para Sinaloa.

Porque un funcionario pleno es un funcionario más responsable; un funcionario feliz es un funcionario más efectivo; y un político que vuelve a reconocerse en su nombre —como lo demostró en la FILA al presentar su obra “Pablo Neruda en Sinaloa”— es alguien que recupera la capacidad de influir, de construir y de convencer.

GOTITAS DE AGUA:

Feliciano Castro Meléndrez está reencontrándose con la esencia que lo convirtió en uno de los cuadros intelectuales más sólidos del proyecto de la Cuarta Transformación en Sinaloa. Y ese redescubrimiento personal ya está permeando en acciones, decisiones y resultados concretos dentro de la Secretaría de Economía.

El gobernador Rubén Rocha Moya corrigió a tiempo. Y Feliciano, al fin, está habitando la trinchera que siempre debió ser suya. Porque cuando un político recupera su vocación, también recupera su nombre. Y Feliciano, por fin, volvió a ser Feliciano“Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos mañana”… 

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Tras concluir su periodo legislativo y dejar la JUCOPOFeliciano parecía haber perdido algo más que una encomienda pública: había extraviado la energía que siempre lo distinguió. Su semblante, su ánimo y hasta su voz revelaba que el cargo que le asignaron en octubre de 2024 —Secretario General de Gobierno y vocero de seguridad pública— fue una encomienda que lo desdibujó. No se necesita ser analista para entenderlo: basta recordar sus conferencias de prensa, donde se le veía cansado, rígido, agobiado, como quien carga con una responsabilidad que no dialoga con su vocación.

Y es que ser vocero de la violencia en un estado que libra una guerra interna sistemática tan compleja es una tarea que desgasta incluso al más templado. El Feliciano que intentaba sintetizar cada jornada de hechos cruentos era un hombre que contaba cadáveres, no políticas públicas; un funcionario obligado a transmitir calma cuando él mismo estaba a punto de quebrarse.

En esa etapa, su apellido —dicen algunos con ironía— se volvió metáfora: De “Feliciano” ya no quedaba la felicidad, y al “Castro” parecían haberle castrado el vigor político. Y en el Meléndrez, la exigencia diaria de informar sobre tragedias lo obligaba a recurrir más a los “melindres” —la prudencia extrema, el tacto, la contención— que a la energía política natural que siempre le caracterizó. Pero en política, como en la vida, también existen escapatorias afortunadas. Y Feliciano logró la suya.

El gobernador Rubén Rocha Moya, sabedor del desgaste al que había sometido a uno de sus hombres más divergentes, decidió moverlo a donde realmente podría aportar y recuperar el alma. Su llegada a la Secretaría de Economía no fue un premio o una catarsis política—aunque podría parecerlo—sino una rectificación inteligente: colocar a un político experto, pensante y articulado en un espacio donde la estrategia, el diálogo y la visión de estado vuelven a ser herramientas, no escudos. Ahí, Feliciano renació.

Hoy su rostro es otro: más ligero, más luminoso, más él. La diferencia es tan evidente que cualquiera podría pensar que no hablamos del mismo funcionario. Lo que en la vocería de seguridad era pesadumbre, ahora en la economía es dinamismo. Donde antes se hacía pequeño, ahora se expande. Donde antes sobrevivía, ahora propone. Y eso, más allá de simpatías o filias políticas, es bueno para Sinaloa.

Porque un funcionario pleno es un funcionario más responsable; un funcionario feliz es un funcionario más efectivo; y un político que vuelve a reconocerse en su nombre —como lo demostró en la FILA al presentar su obra “Pablo Neruda en Sinaloa”— es alguien que recupera la capacidad de influir, de construir y de convencer.

GOTITAS DE AGUA:

Feliciano Castro Meléndrez está reencontrándose con la esencia que lo convirtió en uno de los cuadros intelectuales más sólidos del proyecto de la Cuarta Transformación en Sinaloa. Y ese redescubrimiento personal ya está permeando en acciones, decisiones y resultados concretos dentro de la Secretaría de Economía.

El gobernador Rubén Rocha Moya corrigió a tiempo. Y Feliciano, al fin, está habitando la trinchera que siempre debió ser suya. Porque cuando un político recupera su vocación, también recupera su nombre. Y Feliciano, por fin, volvió a ser Feliciano“Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos mañana”… 

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