Camargo, altar de paz y consuelo
Por Enrique Zamudio
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Camargo, Peñamiller.- Camargo despertó cubierto por el cielo gris de la sierra, pero con el alma encendida por la fe. En la sexta jornada de este peregrinar guadalupano, los romeros queretanos continuaron con su camino de oración, de promesa y de esperanza.
Desde las primeras horas de la mañana, la carpa instalada al pie del cerro comenzó a llenarse. Llegaban peregrinos con los pies marcados por el camino, con el rostro curtido por el sol y la mirada firme puesta en la Virgen. La Misa y la adoración al Santísimo serían el centro espiritual de la jornada.
Sobre el altar, el copón resplandecía al centro, en medio de cirios y silencio. La custodia fue elevada para la adoración, y uno a uno, los peregrinos se postraron en el suelo terregoso como quien se rinde ante el misterio del Amor hecho Pan.
Jóvenes, adultos y ancianos se unieron en una oración que parecía detener el tiempo entre las montañas.
Fue entonces cuando el Vicario General de la Diócesis de Querétaro, Mons. Martín Lara Becerril, alzó la voz para pronunciar su mensaje. Las palabras del también Director Espiritual fueron un llamado urgente y compasivo a orar por la paz.
“Nuestro estado de Querétaro, nuestra Iglesia queretana, nuestras familias queretanas son tierra de paz —dijo—. Porque nuestros hombres no han levantado la mano hacia la violencia. Porque nuestros jóvenes no ven la violencia como una opción para su vida. Porque nuestros niños crecen arropados por un ambiente de paz.”
Su voz recordó la herida abierta del país, donde madres buscan hijos desaparecidos y muchas familias cargan la cruz del crimen y la extorsión. “Necesitamos paz —sostuvo con firmeza—. Paz para nuestra nación mexicana”.
Invitó a los hombres a pensar en su regreso a casa, en sus familias, en la forma de construir hogares de paz. “Hazte un propósito. Que el Señor bendiga a cada uno de ustedes y, de manera muy especial, a todas las madres que lloran la desaparición de sus hijos”.
Tras el mensaje, la custodia fue alzada en bendición.
Pero la fe no se quedó en lo espiritual. Al final, mujeres de la comunidad de Camargo sirvieron alimentos a los peregrinos, porque la fe también se cocina, se reparte y se entrega con amor.
Camargo fue mucho más que una parada en el camino. Fue altar de paz, fue palabra de consuelo, fue mesa compartida. Y los hombres que salieron de ahí, siguieron caminando con la mirada en el Tepeyac, pero con el corazón lleno de un mensaje más urgente que nunca: caminar por la paz.
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