Por Rodrigo Romo Lorenzo
Es con gran alegría que escribo estas líneas para celebrar la columna número cien en este espacio periodístico. Los humanos somos resonancia manifiesta de los ciclos temporales y no podemos resistir el poder de una marca en el calendario, particularmente si ocurre en el Stonehenge particular de nuestros eventos.
En muchos sentidos, cada una de las columnas es un pequeño ciclo en sí mismo. Implicó elegir un hilo de la agenda en el entorno, examinarlo, encontrar las conexiones con otros puntos de conocimiento y reconocimiento en la experiencia colectiva, entretener posturas encontradas, tejer una narrativa y transcribirla al formato específico, para comenzar de nuevo una semana más tarde. Es una actividad que se convirtió en un ritmo constante como las mareas, que ocurre de manera natural después de unas cuantas lunas llenas.
Ahora bien, estas columnas son un diálogo curioso entre dos personas que nunca se encuentran en un mismo lugar y que forman, sin embargo, una de las parejas más entrañables de la convivencia humana: lector y escritor. En esta fórmula, el segundo está completamente lleno de agradecimiento con el primero, toda vez que su razón de ser es escribir para esos ojos y ninguno más, para amar en uno la plática con todos.
Nos regodeamos al imaginar las respuestas; contemplamos con nuestro ojo en la mente el efecto de nuestras palabras; tratamos de adivinar si lograron conjurar el pensamiento deseado y nos regocijamos con la idea de haber causado un instante de reflexión en el otro. Cumplimos el propósito y comenzamos de nuevo. La plática se convierte en una danza en el tiempo.
Como corresponde a momentos como el día de hoy, fue inevitable mirar hacia atrás y contemplar el camino recorrido. Me encontré con páginas que sobrevivieron el encontronazo con los acontecimientos; otras lograron el cometido de transmitir una buena reflexión; y algunas más, demasiado imperfectas, no resistieron el contraste con la realidad. En conjunto, me parecen una buena metáfora. Nuestros aprendizajes y reflexiones son tan variados como los colores de la primavera o los tonos grises del invierno. Navegamos el caos y la incertidumbre a nuestro alrededor con los mejores instrumentos que podemos procurarnos, pero al final dependemos de nuestra intuición y buena fortuna para alcanzar la orilla deseada, con resultados variables.
Estas cien veces que te tenido la oportunidad de platicar contigo, lector querido, han sido un privilegio extraordinario y he hecho todo a mi alcance para aprovecharlo al máximo. Tengo la determinación de continuar con este esfuerzo y seguir con nuestros encuentros como si fuéramos grandes amigos de café. Espero mantener la conversación viva con temas de discusión variados y, de ser posible, explorar contigo derroteros que nos ayuden a una comprensión más profunda de lo que ocurre, lejos de las estridencias de lo inmediato.
En los tiempos que vienen vamos a necesitarnos mutuamente como nunca antes: uno para desahogar el peso de lo que ocurre y el otro para encontrar resonancias. Hay eventos por delante que asemejan eclipses previamente calculados y vamos a requerir toda nuestra fuerza para sacar en claro sus significados para la vida de nuestra civilización. Caminaremos de la mano entre esos órdenes de observación para ir de lo global a nuestra realidad más inmediata. En esos trayectos espero seguir contando contigo y con tu amistad. Platicaremos de mejores cosas y veremos días renovados. Y si todo ocurre venturosamente, nos encontraremos de nuevo para marcar la piedra que diga doscientas columnas.
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