Por. – Benjamín Bojórquez Olea.
El eco de los sabios en un mundo de sordos…
Antoine de Saint Exupéry nos recordaba que “las cosas esenciales son invisibles a los ojos de los hombres”. En la política contemporánea, la sabiduría parece ser una de esas cosas esenciales que han quedado relegadas al olvido, ocultas tras el ruido de la inmediatez, las ambiciones personales y la demagogia.
Desde tiempos antiguos, grandes pensadores buscaron la sabiduría como la guía fundamental para el buen gobierno y la vida en sociedad. Salomón prefirió la sabiduría antes que la riqueza, Sócrates asumió la ignorancia como el primer paso del conocimiento, y Descartes nos enseñó que el verdadero juicio es el que se ejerce con corrección antes de la acción. Sin embargo, en el mundo de hoy, los líderes políticos parecen valorar más la percepción que generan que la verdad que deberían representar. La sabiduría ha sido desplazada por la astucia, el análisis por la retórica vacía, la reflexión por la inmediatez de las redes sociales.
Vivimos en una era en la que el espectáculo y la superficialidad dominan el debate público. Los líderes políticos se mueven más por encuestas y tendencias que por principios sólidos. En una paradoja cruel, mientras la humanidad ha sido capaz de medir la distancia de las estrellas, como decía Anatole France, muchos gobernantes han perdido la capacidad de medir el impacto de sus propias decisiones en la vida de los ciudadanos.
La política debería ser el arte de gobernar con justicia y visión de futuro, pero en demasiadas ocasiones se ha convertido en un juego de estrategias efímeras. Los políticos buscan votos en lugar de soluciones, la popularidad inmediata en lugar de la estabilidad a largo plazo. La sabiduría, esa cualidad tan esencial, se ha vuelto invisible porque no genera titulares, no produce likes ni retuits. Pero es justamente lo que más necesitamos.
Solo en las sociedades libres, donde el pensamiento crítico se fomenta y la información fluye sin restricciones, es posible recuperar la sabiduría como guía política. Para ello, los ciudadanos también tienen una responsabilidad: exigir gobernantes que busquen el conocimiento antes que el poder, que prioricen el bien común sobre sus intereses personales, que entiendan que gobernar es una tarea que exige más que carisma o marketing, exige sabiduría.
La historia nos demuestra que las sociedades que han logrado progresar son aquellas que han sabido escuchar a sus sabios y no a sus demagogos. ¿Pero qué implica realmente redescubrir la sabiduría en la política? Significa trascender la inmediatez y comprender que el verdadero liderazgo no se mide por la popularidad circunstancial, sino por la capacidad de construir legados que resistan el escrutinio del tiempo. Significa también que los ciudadanos deben asumir una postura más activa, rechazando el conformismo intelectual y promoviendo una cultura de cuestionamiento y análisis profundo.
GOTITAS DE AGUA:
En una era saturada de información, donde lo superfluo eclipsa lo sustancial, la sabiduría no solo es invisible, sino que es incómoda para quienes viven de la manipulación y el cortoplacismo. Redescubrirla implica un esfuerzo colectivo por rescatar el pensamiento crítico y exigir líderes que no solo respondan a las emociones del momento, sino que posean una visión articulada, sustentada en el conocimiento y en principios sólidos. Si la política sigue atrapada en la fugacidad de la imagen y el artificio, su esencia misma se desvanecerá, dejándonos en un laberinto de decisiones erráticas y consecuencias irreparables. La gran cuestión es si la humanidad tendrá el coraje de revertir esta tendencia o si continuará sucumbiendo a la ceguera de lo inmediato. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos mañana”…
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