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viernes, septiembre 20, 2024

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La responsabilidad de ser siervos en la viña de Dios

¿Tenemos control total sobre algo?

Dentro del plan de salvación de Dios, todo estaba listo para que la viña produjera frutos.

"Alquilará el viñedo a personas diferentes que se dedican a cultivar uvas."

En el libro de Mateo, se encuentra un pasaje

Todos los padres esperan lo mejor de sus hijos. Es algo que hemos presenciado, escuchado, admirado y agradecido. La preocupación por su educación y desarrollo es constante en aquellos que dan vida y los acompañan hasta que alcanzan la madurez. Después de eso, solo nos queda esperar los resultados de lo que hemos sembrado y cultivado. Como dice el refrán, nunca sabemos para quién trabajamos. O más bien, sí lo sabemos: trabajamos para otros sin conocer sus nombres todavía.

Dentro del plan de salvación de Dios, se había preparado todo para que la viña produjera frutos. El propietario, representando a Dios como un padre o madre amoroso, trabajó con dedicación: arregló el terreno, eliminó las piedras, seleccionó las mejores plantas de uva, construyó una torre de vigilancia, preparó un lagar … Luego confió la viña a unos trabajadores y se fue de viaje. Cuando llegó el momento de la cosecha, el dueño envió a sus empleados a recoger los frutos. Sin embargo, en lugar de encontrar frutos, encontró violencia, destrucción y muerte. Los trabajadores se creyeron los dueños y actuaron como quisieron, incluso sin respetar al hijo del propietario… La moraleja es que cuando se pierde una relación digna con Dios Padre, ya no importa nada más, se pierde todo al intentar ganar a cualquier precio.

La historia que escuchamos el domingo pasado nos hace reflexionar sobre nuestras responsabilidades como padres e hijos, ciudadanos y funcionarios, discípulos y pastores. Ser llamados a trabajar en la obra de Dios no nos da el derecho de creer que todo nos pertenece y que podemos hacer lo que queramos con los demás. Cualquier intento de apropiación, ya sea por parte de la Iglesia o del Estado, de creernos dueños de las vidas, conciencias y propiedades de las personas, es un acto de violencia contra Dios mismo y contra las personas, familias, comunidades y pueblos. Es entrar en la historia de la parábola como aquellos que matan a los mensajeros y a cualquiera que se les oponga.

La situación de emergencia nacional causada por los efectos de la violencia y la impunidad nos afecta a todos. Como sociedad, debemos asumir la responsabilidad de reconocer y denunciar la presencia de la delincuencia organizada en nuestro entorno. Es nuestra responsabilidad colaborar con aquellos encargados de crear las condiciones necesarias para una convivencia y un trabajo en paz. Si actuamos como buenos ciudadanos, debemos tener la sensibilidad y la disposición de convertirnos en hermanos que se ayudan mutuamente, cercanos y solidarios. No olvidemos que los beneficios que esperamos obtener son para aquellos que más sufren.

Dios es el único dueño de la viña y su amor y preocupación por nosotros, sus hijos, es innegable. Como respuesta, debemos trabajar en reconstruir y fortalecer los lazos afectivos y efectivos de esperanza, paz, fraternidad, justicia, verdad y confianza. Intentar tomar posesión de lo que no nos pertenece sería un error.

El Papa Francisco nos recuerda constantemente que debemos ser trabajadores que se sientan y actúen como siervos, reconociendo a Dios Padre y a todos los seres humanos como hermanos.

Estamos rezando juntos por la Asamblea Sinodal que se está llevando a cabo en Roma en estos días.

Te envío todo mi cariño y bendiciones.

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