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El golpismo del presidente

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El golpismo del presidente

El presidente Andrés Manuel López Obrador tiene la idea fija de que Estados Unidos, los grupos empresariales y la prensa están conspirando en su contra para impedir que tenga éxito en su gobierno. Afirma que son intentos “golpistas”, y con amenazas, linchamientos, acciones fiscales y diplomáticas, quiere enfrentar lo que ve como una realidad. Su cabeza está anclada desde hace mucho tiempo en el golpe de Estado al presidente chileno Salvador Allende en 1973, donde Estados Unidos jugó un papel central.

Los detalles de esa intervención se revelaron gracias a la investigación de una ONG, el Archivo de Seguridad Nacional, cuyo trabajo sistemático a través de la transparencia ayudó a conocer la verdad y allanar el camino para que el dictador Augusto Pinochet fuera enjuiciado. La CIA canalizó millones de dólares de 1970 a 1973 para desestabilizar al gobierno de Allende, a través de la multinacional International Telephone and Telegraph, para distribuirse entre los oponentes de Allende y financiar al periódico El Mercurio, cuyo propietario Agustín Edwards, que pidió personalmente a Nixon derrocar a su presidente, lo puso al servicio de los intereses de Washington. La CIA usó su primera plana para difundir propaganda subliminal, donde injertaron en el subconsciente de los chilenos la correlación gobierno de Allende con muerte, que fue creando condiciones de sosiego, temor e incertidumbre, lo que acompañaron los grupos empresariales con protestas y paros para la desestabilización.

Con ese antecedente permanentemente en su cabeza López Obrador acusó la semana pasada a la Agencia para el Desarrollo Internacional de estar financiando a la ONG Mexicanos Contra la Corrupción y al gobierno de Estados Unidos de “injerencia” en los asuntos internos mexicanos. Ordenó enviar una nota diplomática al Departamento de Estado que, cuando menos hasta ahora y por lo que se sabe, lo ha ignorado. El presidente tiene en la mira a esa ONG desde el principio de su gobierno, e identificado a su primer presidente, Claudio X. González Guajardo, como uno de sus grandes enemigos. 

El odio ha crecido porque la ONG combina investigaciones sobre corrupción con acciones legales, varias de las cuales han terminado en amparos que han frenado algunas de sus principales obras del sexenio, cruzando varias veces el terreno hacia la militancia anti lópezobradorista, en buena parte por que aunque González Guajardo dejó la organización en julio pasado para hacer una abierta campaña opositora al presidente y tratar de construir un gran frente opositor respaldado por empresarios, la semilla de un adversario golpista quedó injertada en la cabeza de López Obrador, quien en una suma simple, traza la analogía con el Chile de Allende, que siempre está en sus referencias en conversaciones privadas.

Esa comparación, sin embargo, no resiste análisis alguno. Allende ganó la Presidencia en una muy cerrada votación con 36.6% del voto, mientras López Obrador ganó con el 53%, con cinco millones de votos más que todos los contrincantes juntos. Allende no tenía el consenso nacional para embarcarse en las reformas de fondo que hizo y su mayoría en el Congreso era mínima, mientras que López Obrador tiene una inmensa legitimidad y un Congreso de rodillas ante él. Allende redistribuyó el ingreso y produjo un incremento en la demanda, pero en lugar de ajustar su política económica imprimió dinero, incrementó el gasto, subió el déficit y la inflación se fue a 600%. López Obrador, no ha distribuido el ingreso, no gasta y no tiene déficit, con lo que su política económica se acerca más a la monetarista de Pinochet que a la socialista de Allende, y la inflación está alrededor del 6%. Allende fue el primer presidente marxista que llegó al poder mediante un proceso democrático, inmerso en la Guerra Fría; López Obrador es un presidente reformista, más conservador que izquierdista, y gobierna un país integrado económicamente a Estados Unidos. 

La acusación de injerencia que hizo de Estados Unidos tiene fundamento histórico, pero es insostenible en la actualidad. Lo hizo de forma – no actuó en consecuencia, como llamar a consultas a su embajador en Washington-, y de fondo es contradictorio. La AID, que depende del Departamento de Estado, tuvo en el Ejército mexicano, principal apoyo de López Obrador, su principal receptor de recursos el año pasado, con 46% del total. El Ejército apoya homogéneamente al presidente, lo que no pasó con Allende. Las élites no están quebradas, como en Chile, y para someterlas, no por su activismo, sino para sacarles dinero, López Obrador las amenaza permanentemente con el SAT, la Unidad de Inteligencia Financiera y la Fiscalía General. Allende no tenía recursos políticos; López Obrador los tiene casi absolutos.

La AID, como otras agencias de gobierno en el mundo, han dedicado sus esfuerzos y recursos en los últimos 25 años a promover la democracia y el Estado de Derecho. Hay figuras en el entorno del presidente, incluso, que recibieron respaldo del Departamento de Estado y de otros gobiernos en su lucha por la democracia. El financiamiento externo que recibió Mexicanos Contra la Corrupción fue letal para el presidente Enrique Peña Nieto, y uno de los factores para el tsunami electoral de López Obrador, al respaldar investigaciones que contribuyeron a crear la percepción de que esa administración estaba infectada de rateros. En aquel entonces no era golpista, sino funcional.

A López Obrador le ayudaron las ONG’s que enfrentaron a un régimen corrupto por años, a Transparencia, conducto para socializar los abusos y una prensa libre. Pero si el presidente está convencido de que esa ONG, los empresarios y la prensa quieren derrocarlo, que lo documente. Que pruebe que tienen financiamiento para esos fines y que el gobierno de Estados Unidos está involucrado. Que demuestre que no es un disparate lo que dice sino una realidad. Que sea serio y marque distancia de Estados Unidos. Hablar de golpistas es cosa muy seria. Si no tiene evidencias reales, que deje de repetirlo y se ponga a gobernar, que para eso le pagamos.

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