Hoy toca una realidad que tiene que ver mucho con los estados de conciencia y que nos ubica, incluso por sobrevivencia, en el aquí y ahora, en el solo por hoy. Lo que ya pasó ya se ha ido y hay que soltarlo, sin embargo, existió y dejó una enseñanza y más aún, una vivencia experimentada. Lo que sucede hoy es lo que hay que hacer, el mañana aún no llega, así es que: un día a la vez. Estamos en una realidad de transformación que requiere de dos conceptos clave en la práctica, es decir, la frase: la fuerza de la palabra en acción que transforma se trata de adaptación y disciplina. Esto me lleva a hablar de una herramienta poderosa para ubicarse en la acción de estos conceptos; la meditación, que es una práctica para relajar y calmar la mente y el cuerpo. El tema es trabajar la conexión entre la salud física de una persona y su espíritu. Hay una amplia gama de mecanismos, sin embargo todos ellos tienen que ver con la consciencia de la persona en el silencio y la quietud del momento presente para relajar y calmar el cuerpo y la mente. Útil para un proceso de adaptación a una nueva realidad.
Uno de los elementos que llama la atención tiene que ver con la conciencia del cuerpo y sus movimientos. Por ejemplo, en los sutras, el Buda nos habla de estar atentos al caminar, cuando estamos sentados, de pie o acostados. Uno tiene conciencia de la posición de las manos y de los pies, de la forma de moverse y de gesticular. Según esta enseñanza, si se es consciente de todo esto, no se puede actuar de forma precipitada, confusa o caótica. Esta poderosa herramienta tiene sus orígenes en Oriente, sin embargo la magia está en una adaptación en Occidente. Vale la pena un ejemplo, me refiero al que se puede observar en la ceremonia japonesa del té. No es como la concebimos en Occidente. Esto es ya que se hace allá de una manera que tiene una fuerte carga de atención consciente de llenar un cazo con agua y ponerlo sobre el fuego, con una conciencia del momento y su significado uno se sienta y simplemente observa cómo hierve el agua, mientras se escucha el burbujeo y, a la vez, se observa cómo flamea el fuego.
Después, con atención consciente se deposita el agua hirviendo en la tetera; con atención consciente se vierte el té, se ofrece la taza y se bebe, todo el tiempo guardando un absoluto silencio. Es decir, este proceso representa la atención consciente aplicada a los quehaceres cotidianos. Una actitud que sería deseable fuera aplicada a todas nuestras actividades. Esto es realizar todo con atención y, por lo tanto, con calma, serenidad y belleza, así como con dignidad, armonía y paz.
En suma, se trata de entrenar a la conciencia para la transformación. Así es que sería importante captar la primera cualidad de la conciencia que consiste en conocer, parece simple, sin embargo si podemos ver más allá de la turbulenta marea de pensamientos y emociones efímeras que atraviesan nuestro espíritu de la mañana a la noche, podremos constatar la presencia de ese aspecto fundamental de la conciencia, que hace posible y sirve de base a toda percepción, sea cual sea su naturaleza. Por ejemplo, en el budismo, ese aspecto cognoscitivo recibe la denominación de luminoso, esto es porque ilumina en un mismo tiempo el mundo exterior y el mundo interior de las sensaciones, las emociones, los razonamientos, los recuerdos, las esperanzas y los temores, haciendo que los percibamos. Ahora bien, esta propiedad del conocer sirve de base a cada acontecimiento mental, en sí misma no se halla afectada por tal acontecimiento.
Un rayo de luz puede alumbrar una cara que expresa rencor u otra que sonríe, y tanto una joya como un montón de basura, pero en sí misma la luz no es ni malvada ni amable ni limpia ni sucia. De esta manera podemos comprender que es posible transformar nuestro universo mental, así como el contenido de nuestro pensamiento, experiencias y vivencias. Esto nos lleva a que el fondo neutro y luminoso de la conciencia nos ofrece el espacio necesario para observar los acontecimientos mentales en vez de mantenernos a su merced, para después crear las condiciones de su transformación.
Entonces cuál es el objetivo de la meditación, ¿para qué meditar? Se cuenta en círculos psicoanalíticos una historia bien conocida acerca de un hombre que es atormentado por un sueño recurrente. Este hombre se encuentra atrapado en una habitación; es incapaz de abrir la puerta y escapar. Registra la habitación en busca de la llave, pero nunca puede encontrarla. Con todas sus fuerzas intenta abrir la puerta, pero ésta no se mueve en lo más mínimo. No hay ninguna manera de escapar de la habitación excepto a través de la puerta que él mismo no puede abrir. Está atrapado y tiene miedo. En una sesión con su analista el hombre se refiere a este sueño, el cual ha estado atormentándolo durante años. El analista atiende cuidadosamente al relato del sueño, prestando atención a todos los detalles, e indica que quizás la puerta se abre en la dirección opuesta. Cuando tiene este sueño de nuevo, el hombre recuerda dicha sugerencia y descubre que la puerta gira hacia dentro sin resistencia alguna. Así es que en estos tiempos, mucha gente tiene esta sensación de estar atrapada, de estar encerrada en una vida que ya no parece ser satisfactoria, con un sentimiento de callada desesperación y mantenido a distancia a través de una actividad constante o de remedios milagrosos. Como teniendo la necesidad de escapar hacia una nueva vida, sin embargo muchas personas pasan el tiempo fantaseando esperando a que pase algo que cambie.
Aun así, la lección más básica y obvia que la vida ofrece, aparentemente tan difícil de comprender, es la de que la felicidad es un estado mental, y no algo que pueda ser adquirido del mundo exterior o de otras personas. Sin duda hay una ambición por la felicidad, pero la mayoría de nosotros la hemos buscamos fuera de nosotros mismos; vamos convirtiéndonos en personas menos idealistas, más pragmáticas. Así es que nos conformamos con lo que tenemos y tratamos de ser filosóficos en relación a esos sueños que nunca se cumplieron, o que sí se cumplieron pero resultaron estar vacíos de una promesa. Se trata de tener ganas de mejorar. Esta aspiración dará sentido a nuestro espíritu. Pero sólo con desearlo no bastará: tendremos que ponernos manos a la obra.
Ahora bien, no vemos nada raro en el hecho de pasar años aprendiendo a andar, a leer, a escribir, y a seguir una formación profesional. Pasamos horas ejercitándonos físicamente para estar en forma; por ejemplo, pedaleando cada día sobre una bicicleta estática que no va a ninguna parte. Para emprender una tarea, sea cual sea, se necesita sentir un mínimo de interés o de entusiasmo que proviene del hecho de que somos conscientes de los beneficios que nos proporcionará. Así es que ¿por qué misteriosa razón el espíritu habría de librarse de seguir esta lógica y podría transformarse sin el menor esfuerzo, simplemente porque uno lo desee? Tendría tan poco sentido como ser capaz de interpretar un concierto de Mozart, limitándose a teclear el piano de vez en cuando. Podemos entonces observar que nos esforzamos mucho para mejorar las condiciones exteriores de nuestra existencia, pero quien termina luchando con las adversidades con las vivencias del mundo es nuestro espíritu, y lo traduce en forma de bienestar o de sufrimiento. Con todo esto llegamos a que al transformar nuestro modo de percibir las cosas, estamos transformando la calidad de nuestra vida. Y esto es el resultado de un entrenamiento del espíritu que aquí estamos llamando meditación.