Queda claro que Manuel Fernández de Santa Cruz, nacido en 1637, en Palencia, España, descendiente de la noble casa de Soria, viene a la Nueva España, con ese espíritu de dominador y si queremos, de perdonavidas que tienen todos aquellos que saben que a donde van es simplemente un lugar de ignorantes y esclavos al servicio de ellos. Es español, y se siente en el Nuevo Continente como dueño y dominador de tierras y pobladores sin hacer diferencias por representar la religión de un Cristo humilde ante los demás. No hay humildad, por encima de criollos, mestizos, mulatos, etcétera, los españoles son superiores; pero la vida le daría prueba de que iba a conocer al mayor prodigio de talento, inteligencia y cultura, que ni la propia España contaba en el siglo XVII con un personaje de tal envergadura: Sor Juana Inés es en ese siglo la mujer más brillante de todas las conocidas en Hispanoamérica.
Qué extraña es la envidia. Al revisar la vida de Manuel de Fernández de Santa Cruz, pues todo el trayecto de su vida es ejemplar, particularmente en su comportamiento y rigurosa vida monacal. Nada de lujos ni aspiraciones para tener mandos políticos o económicos. Creador de muchos colegios y bienes para su obispado, resulta mala noticia el que sea el editor de la Carta Atenagórica, y de la respuesta que da a la misma como prólogo a la respuesta de Sor Juana al Sermón del padre Vieyra. Una vida compleja, de sabio en el tema de las Sagradas Escrituras, es decir Juana Inés no es que tuvo por interlocutores a ignorantes en su existencia. Se dice que pudo ser Arzobispo de ciudad de México, y Virrey de la Nueva España. Sin embargo, la envidia, que la décima musa llega a señalar como la emoción más peligrosa y grande en el sentimiento, por aquellos que tienen talento e inteligencia superior, sobrepasando a la envidia por fortuna o por poder político. Tiene razón y la prueba de un estudioso de las Sagradas Escrituras que sabe es rebasado por los conocimientos y el talento de esta poeta no se deja de ocultar en las letras que en su Carta a Sor Juana Inés… deja a la posteridad es prueba de ello.
Por dónde no ha de ir la Monja de Nepantla, siempre con la regla del buen escribir defendiéndose en los otros. Los otros que son ejemplo de vida, sean hombres o sean mujeres. Lo mismo citó: Dice San Juan que si hubiera de escribir todas las maravillas que obró nuestro Redentor no cupieran en todo el mundo los libros; y dice Vieyra, sobre este lugar, que en sola esta cláusula dijo más el Evangelista que en todo cuanto escribió; y dice muy bien el Fénix Lusitano (pero, ¿cuándo no dice bien, aun cuando no dice bien?) porque, aquí dice San Juan todo lo que dejó de decir y expresó lo que dejó de expresar. Así yo, Señora mía, sólo responderé qué no sé qué responder; sólo agradeceré diciendo que no soy capaz de agradeceros; y diré por breve rótulo de lo que dejo al silencio, que sólo con la confianza favorecida y con los valimientos de honrada, me puedo atrever a hablar con vuestra grandeza. Si fuere necedad, perdonadla, pues es alhaja de la dicha, y en ella ministraré yo mi materia a vuestra benignidad y voz daréis mayor forma a mi reconocimiento. Los vericuetos cultos de aquellas cartas, que son un dechado de letras y palabras cultas.
Hablar o escribir de esa manera era muestra de la alta educación y cultura que se tenía: el barroquismo en la literatura y en el lenguaje oral de aquellos pobladores de las Cortes y del Alto Clero, que tenía ejemplares como el Obispo Manuel Fernández de Santa Cruz, que contaba con muchos blasones de sabiduría, según se decía a su alrededor.
La reprimenda por amar las letras está presente y Juana Inés le responde al Obispo, alias Sor Filotea de la Cruz: El escribir nunca ha sido dictamen propio, sino fuerza ajena; que les pudiera decir con verdad: Vos me coegistis. Lo que sí es verdad que no negaré (lo uno porque es notorio a todos, y lo otro porque, aunque sea contra mí, me ha hecho Dios la merced de darme grandísimo amor a la verdad) que desde que me rayó la primera luz de la razón, fue tan vehemente y poderosa la inclinación a las letras, que ni ajenas reprensiones —que las he tenido muchas—, ni propias ni reflejas —que he hecho no pocas—, han bastado a que deje de seguir este natural impulso que Dios puso en mí: Su majestad sabe por qué y para qué; y sabe que le he pedido que apague la luz de mi entendimiento dejando sólo lo que baste para guardar su Ley, pues lo demás sobra, según algunos, en una mujer; y aún hay quien diga que daña. Carta más bella no se puede leer en este siglo XXI, bien haría el magisterio de México en estudiarlo a profundidad, pues la sabiduría de Juana Inés que se hizo de leer y más leer, sin necesidad de escuelas de estudios superiores, ni universidades que le recibieran con las puertas abiertas.
No hay duda de que si viviera estos tiempos, sería como Jorge Luis Borges, una Doctor Honoris Causa por muchas universidades de América y Europa.
No era fácil escribir con el tinte del barroquismo imperante en ese siglo XVII, por lo que la belleza de la palabra hablada se convertía en todo un homenaje de grandilocuencia y sabiduría extrema. Dice la Monja de Nepantla: Empecé a deprender gramática, en que creo no llegaron a veinte las lecciones que tomé; y era tan intenso mi cuidado, que siendo así que en las mujeres —y más en tan florida juventud— es tan apreciable el adorno natural del cabello, yo me cortaba de él cuatro o seis dedos, midiendo hasta dónde llegaba antes, e imponiéndome ley de que si cuando volviese a crecer hasta allí no sabía tal o cual cosa que me había propuesto deprender en tanto que crecía, me lo había de volver a cortar en pena de la rudeza. Es sabido todo lo que hacía Juana Inés por avanzar en el estudio. Podemos pensar e imaginar cuántas mujeres, adolescentes o jovencitas hacían estas conjeturas y se ponían todo tipo de tareas sobre su persona para alcanzar el conocimiento, que en la medida que se alcanzan metas, se ve que el paisaje como el mar o el cielo crece más y más. Así la Décima Musa se planteó tales tareas que hoy nos resultan inimaginables aun para comprender cómo se debe educar a la juventud mexicana: la enorme mayoría no tiene el hábito de la lectura, pues cada vez más las fiestas de fin de semana o de cada tercer día ocupan su tiempos físico e intelectual. Si bien es cierto, que hay ejemplos que nos enorgullecen por ser participantes de matemáticas o de robótica a nivel mundial, en que muchas veces regresan con los primeros lugares, son en todo caso excepciones que hablan del país y sus posibilidades, pero la desgracia es que son excepciones y no la regla de una patria que necesita talentos, genios para que México sea capaz de dar muestra al mundo de qué clase estamos hechos.
Sor Juana es inigualable en el siglo XVII en toda América y Europa. Hoy lo sería de nueva cuenta. La lectura de su Carta de Respuesta… lleva por todo un itinerario de hechos por donde pasa lo mismo el Cristo: Cuando los soldados hicieron burla, entretenimiento y diversión de Nuestro Señor Jesucristo, trajeron una púrpura vieja y una caña hueca y una corona de espinas para coronarle por rey de burlas. Pues ahora, la caña y la púrpura eran afrentosas, pero no dolorosas; pues ¿Por qué sólo la corona es dolorosa? ¿No basta que, como las demás insignias, fuese de escarnio e ignominia, pues ese era el fin? No, porque la sagrada cabeza de Cristo y aquel divino cerebro era depósito de sabiduría; y cerebro sabio en el mundo no basta que esté escarnecido, ha de estar también lastimado y maltratado. La sabiduría y el humanismo que se vuelve algo divino reflejaba de qué cosa estaba hecha el alma de Juana Inés, y por eso la lectura de la Carta de Respuesta a Sor Filotea de la Cruz es obra pedagógica y a la vez, expresión del mundo de la teología, y con mucho de las fortalezas que el ser humano estudioso tiene para sí y para los demás: de corazón noble cierto.