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SIN FERIA

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SIN FERIA

La feria es la feria. El concepto tiene ese múltiple significado de vendimia, exhibición y descanso al que obligan los días del otoño. Ah, el reposo del jornalero después de las zafacocas en la parcela. Así cada año, llegado el último sábado de noviembre, es inaugurada la Feria Internacional del Libro de Guadalajara –la FIL legendaria–, es decir, la feria de ferias.

         Este año, en su edición especial, la feria ha optado por un carácter virtual, esto es, una feria del libro sin libros ni público. Circunstancias a las que obliga la pandemia del covid. Conferencias en línea, charlas con autores y especialistas, pero que no compensan la maravilla del encuentro directo del lector con el libro físico. ¿De qué trata? ¿Es interesante? ¿Cómo está escrito? ¿Tiene descuento, pasa de las 300 páginas, la tipografía es amable?

         Permítaseme ser, por un momento, odiosamente egocéntrico. Debo decir que buena parte de mi biblioteca personal ha sido adquirida en la famosa Fil de Guadalajara. Año con año, faltando quizás a uno o dos eventos, asistía yo con afanes diversos pero, fundamentalmente, para hacerme de libros. Regresaba a casa con una maleta destinada a ellos suspirando por la lectura imaginada para un año, quizá dos, porque encima eran libros conseguidos con buenos descuentos, del 20, 30 o 40 por ciento, lo cual de algún modo compensaba los gastos de hospedaje en la capital tapatía.

         Así que cabe la pregunta, ¿para qué sirve una feria del libro? Hasta donde recuerdo, las primeras ferias del libro en México eran las organizadas por la UNAM en el Palacio de Minería. Aquellos años de 1980, 81, en que la novedad no impedía la tentación de birlarse uno que otro ejemplar, claro, disculpando ello con nuestra excesiva juventud y la consiguiente restricción pecuniaria. Pero en 1987 se inventó la FIL de Guadalajara que, al poco tiempo, se convirtió en la principal feria librera en idioma castellano.

         Una feria del libro, respondiendo a la pregunta, sirve para muchas cosas pero, principalmente, para la promoción de la lectura. Aproximar al lector con un determinado libro, o dos, o un autor. O un tema, o decidir una vocación. En los libros descansa la aventura de la civilización (todas las artes, las ciencias, las disciplinas humanistas y las ingenierías), de modo que los libros están ahí en espera de encontrarse con su lector. Pero una feria sirve también para el desarrollo cultural de una ciudad (Toluca, Laredo, Comitán), para el crecimiento de esa industria (editorial), y para el intercambio y la contratación de autores y traducciones. Personajes itinerantes de la FIL Guadalajara eran José Emilio Pacheco y Gustavo Sáinz, que uno veía arrastrando materialmente las bolsas llenas de libros, porque eran lectores (y coleccionistas) compulsivos.

         Cada cual sus obsesiones. Existen las ferias vitivinícolas, las ferias de automotores, las ferias ganaderas, las muebleras y las aeronáuticas. Las ferias del libro son el deleite del espíritu humano. Lo que se busque está en los libros, desde “La historia de la fealdad”, de Humberto Eco, hasta “Cómo NO escribir una novela”, de Sandra Newman. Por ello la FIL Guadalajara se ha convertido en la meca de autores, pensadores y no pocos políticos. Las soflamas allí lanzadas hayan eco en muchos medios (Mario Vargas Llosa, Salman Rushdie, José Saramago), por lo que ahora se ha dicho que la FIL es tribuna adversaria del gobierno, pues ahí se dan cita los intelectuales “del bloque opositor”. Cosas veredes, amigo Sancho.

         Para fortuna nuestra los libros siempre estarán ahí. Antes y después de la pandemia, antes y después de las campañas electorales, antes y después de Mr. Trump y su no-muro. Recuerdo cuando en campaña el licenciado Enrique Peña asistió a la FIL para hacerse notar y visitar uno y otro stand, hasta que un reportero le hizo la pregunta obligada: “¿Cuál es el libro que más lo ha impactado?”, a lo que el candidato respondió no muy convencido: “La Biblia”, con lo cual se sintió salvado. Pero luego aclaró: “aunque no toda”. Qué diferentes hubieran sido las cosas si esa lectura hubiera sido, digamos, completa.