Una sola frase ubica los tres documentos que, desde la filosofía, nos hablan del espíritu tan enorme que inspiraba el comportamiento de la Décima Musa. En las letras es un ejemplar perfecto, de lo que el leer y más leer como lo dice ella, puede llevar a genios de las letras: Luis de Góngora, Francisco Quevedo, Lope de Vega, Calderón de la Barca y varios más, así como en el caso de Sor Juana y Juan Ruiz de Alarcón lleva a pertenecer —tardíamente, o por negación del españolismo, que no puede aceptar allende el Atlántico, que hubiera letras de tan enorme calidad en criollos o mestizos—. Cierto, el Siglo de Oro de la lengua española alcanza su cenit en España; pero, para bien de esta lengua, la conquista que hicieron de enormes territorios trajo consigo este mestizaje.
Ello hace que en el siglo XXI el lenguaje que comenzó en Castilla hace mil años, sea en el presente potente promotor del idioma y su Literatura: en escritores que durante los siglos XIX, XX y el XXI hayan dejado, y dejan huella, por todas partes del mundo.
A través de los documentos que señalo, podemos entender lo cerca que estuvo de ser juzgada por la Santa Inquisición española, que no era para nada una institución respetable e imparcial, mucho menos cuando se trataba de asuntos que concernían sólo a los sabios dedicados a las Santas Escrituras. Pensamos que los hechos de la Santa Inquisición y leo en la revista Historia / National Geographic: La Inquisición los terribles procesos del Santo Oficio. Judíos, herejes, brujas y otras víctimas del Santo Oficio / En manos de la Inquisición / desde la Edad Moderna, miles de personas fueron juzgadas y condenadas por diversos delitos relacionados con la pureza de la fe católica. Aparece un óleo de 1860, el pintor Eugenio Lucas ofrece una visión siniestra de los condenados por la Inquisición, con carroza y sanbenito, atados a picotas a la vista de un pueblo fanatizado. Museo del Prado, Madrid, España. Pensemos que es dos siglos después de la etapa en que vivió Sor Juana Inés. Es deber nuestro pensar cómo es posible que una mujer cuyos estudios le acercaron más a la filosofía que a la teología, convertida en tema del dogma intocable.
Cómo pudo atreverse a revisar un Sermón por demás famosos, y no saber que de haber existido la atención de sus enemigos para acercarla a la Santa Inquisición, que dos siglos después seguía en Europa creando el terror a través de muertes por demás espantosas, como lo comprueban todos los museos dedicados a los instrumentos para ocasionar la muerte venidos de la Edad Media y hasta los siglos XVIII y XIX. Volvemos a la atmósfera que tan bien pinta Umberto Eco en su novela El nombre de la rosa.
La lectura me dice: Fundado por los Reyes Católicos en 1478, el Santo Oficio de la Inquisición fue una pieza esencial del engranaje de la monarquía española hasta su supresión por las Cortes de Cádiz en 1808, e incluso más allá, pues el régimen absolutista de Fernando VII la revivió unos años después y su abolición definitiva se produjo en 1834… La acción de la Inquisición a lo largo de la historia afectó a decenas de miles de personas; según el historiador Joseph Pérez, fueron 125,000 aunque la fase más dura fue el primer medio siglo, en el que se ejecutó al menos a dos mil herejes. Más allá de las cifras globales, el Santo Oficio tuvo un impacto dramático en muchas vidas individuales, miembros de minorías perseguidas, pero también aventureros, embaucadores y a veces simplemente personas desequilibradas. Desde su llegada a la Corte virreinal el peligro para Juana Inés estuvo ahí. Los estudiosos señalan que el hecho de haber sido protegida de las virreinas y sus esposos o altos prelados fue lo que le permitió escribir la obra literaria tan impresionante. Pues su papel de monja pone, sin duda, una buena cantidad de escritos, en particular los poemas amorosos ante una prueba de que sus pasiones fueron muchas, propias de una mujer de siglos adelante.
La lectura de los hechos que el Santo Oficio hacía sobre los acusados pertenece a los ejemplos peores de tortura y forma de matar a los herejes, judíos, hechiceros, enemigos de la religión y todos aquellos que caían en desgracia. Juana Inés sabía todo esto y por eso es que cuidaba en lo más posible no caer en desgracia ante los representantes del Santo Oficio en la capital de la Nueva España. Cierto, la protección que se le dio durante muchos años por los principales mandatarios de la Nueva España le permitió llegar a ser monja del Claustro de Santo Domingo de grande fama en el virreinato americano. En los relatos de Cinco procesos de la Inquisición se lee —en plena Edad Moderna—, en el siglo XVII los procesos estaban en su peor etapa: los castigos normalmente eran de dar cien, doscientos o hasta cuatrocientos azotes al juzgado por motivos de judería, por intentar atacar al Rey Felipe IV, pues En casa del conde de Zabellán, Liébana descubrió un escondrijo de libros de hechizos y artilugios en forma de planteas en torno a una estatuilla de Felipe IV. Sobre este caso se dice al final del texto: El fingido astrólogo salió en un auto de fe en Cuenca el 4 de julio de 1632 con vela en la mano, carroza en la cabeza, soga en la garganta e insignias de brujo. Se le hizo abjurar de herejía y se le dieron 400 latigazos. Luego fue llevado a Córdoba para ser encerrado de por vida.
No es extraño que las peores dictaduras del siglo XX hubieran tomado nota para aplicar en sus enemigos las peores torturas que han sido la herencia fatal de los mandatos de los reyes, la iglesia en su alto clero y los militares en sus altas esferas. Pensar cuán cerca estuvo Juana Inés de este tipo de juicios nos debe hacer comprender el siglo que vivió la Décima Musa, que logró batallar contra el sistema, primero para imponer su dignidad como mujer, al no permitir que fuera solo objeto para el uso de los integrantes de las Cortes, señores de horca y cuchillo, que veían en ella sólo a una mujer hermosa que podía ser parte de los bienes de sus propiedades sin tomar en cuenta su alta inteligencia, sino sólo su belleza para su uso y sus fines de demostrar a los demás cuán importantes eran al tener un ejemplo de belleza e inteligencia cosa rara en la Corte.
Textos de Juana Inés son prueba de belleza literaria y dan sentido a su fe católica y expresión del espíritu en la Monja de Nepantla. Bien sabe Sor Juana de los juicios que se llevan a cabo en la capital del Virreinato y en península española. Sabe de hechos de juicios como el de: La adivina toledana que alardeaba de su ascendencia judía / Se le acusaba de alardear de su estirpe judía y de prácticas mágicas. Tras afirmar su adhesión al catolicismo, fue castigada con cien azotes y salió en auto de fe. Seis años más tarde, Leonor fue acusada otra vez. Nuevos testigos declararon haberla oído alardear de sus poderes, que incluían hundir una casa o invocar las ánimas. Otra mujer dijo que le había dado una receta contra la infertilidad. Fue condenada de nuevo a azotes y encerrada en la cárcel, por supersticiosa y perjura. Sólo salió para marchar al destierro. Todo esto se sabía en los territorios del imperio español. Se difundían estos hechos para que la población viviera en el terror y así se portara bien; es decir, como querían los que tenían el poder político, económico y religioso. Sor Juana, amante de defender a la mujer, que reconocía en sus inditos y en sus tierras los que le habían dado infusiones tan buenas, que le hacían amar el lugar donde había nacido.
De tal manera que las cartas que descifran mucho de la vida que tuvo Sor Juana, se convierten en documentos fundamentales para ubicarla en el contexto de diaria peligrosidad, que mujer tan sabia llevaba a sus vecinos a preguntarse si su sabiduría le era heredada, o sí lo había logrado a base del mucho estudio o por artes mágicas. Sus enemigos querían señalarla de hechicera. Pues recibía esos saberes de manos del demonio y de nadie más.