En la cultura mexica, el Mictlán era considerado el lugar de descanso de las almas, además de que no veían la muerte como el fin, sino como una transformación en la que el cuerpo se desvanece, pero el alma perdura.
Por eso, celebraban la muerte como un regreso al origen, un paso a la trascendencia; esta creencia dio origen a lo que actualmente conocemos como el Día de Muertos, una celebración en la que recordamos a nuestros seres queridos y celebramos su vida.
Se creía que el viaje duraba cuatro años y que, al llegar a Mictlán, luego de haber superado los obstáculos encontrados, el alma del difunto era recibida por Mictlantecuhtli (Señor de la Muerte) y Mictlancihuatl (Señora de la Muerte), quienes eran consideradas las deidades del inframundo por anunciar el final de sus pesares.
A dicho lugar todos pueden ingresar, fuesen nobles o plebeyes, no hay distinción de clases o riquezas, la muerte no discrimina a nadie, sin embargo, no debías haber muerto en sacrificios o guerra, pues estos llegaban a Tonatiuhichan o la “Casa del Sol”, para acompañar a la estrella desde su nacimiento hasta el mediodía y después, al atardecer; cuatro años después se convertían en aves de rico plumaje para regresar a la vida terrenal.
En las culturas prehispánicas, la muerte era abrazada con respeto y sin miedo, pues con ella se conjuntaba la cosmogonía, filosofía, mitos y festividades; además, su conocimiento giraba alrededor de la dualidad vida-muerte.