Por Luis Maldonado Venegas*
Hace décadas que al final de cada campaña electoral por la Presidencia de la República, los balances mediáticos consignan que perdura la existencia de dos Méxicos económica y socialmente distantes uno del otro: el México de la inequidad y la desigualdad, de la falta de oportunidades, del rezago educativo y social, y el México de la creciente prosperidad, por amplia o estrecha que sea, pero constreñida a una minoría cuyo nivel de vida suele ser no sólo superior, sino muy superior al de sus compatriotas.
Pero hay un elemento adicional que requiere atención: las clases medias, que aquí y en muchas partes del mundo suelen ser “el colchón del sándwich” social, esto es, el espacio amortiguador, actualmente bajo presión en el mundo global, porque ese colchón, al menos en México, tiende a reducirse peligrosamente.
Veamos más de cerca el caso de México.
Un estudio de la Secretaría de Economía ya enunció que en nuestro país hay seis tipos diferentes de clases sociales y que los integrantes de cada una de ellas “buscan alcanzar un status superior en virtud de sus posesiones”. Señala la definición citada que estas clases sociales están determinadas según sus “funciones, costumbres, situación económica y poder”. Esta aseveración fue incluida en el Programa Nacional de Protección a los Derechos del Consumidor, publicado en el Diario Oficial de la Federación.
Según la definición citada, el escalafón de las clases sociales mexicanas empieza con la clase “baja-baja”, en la que se halla el 35% de la población del país: unos 40 millones de mexicanos, si bien algunas estadísticas que miden el índice de pobreza nos señalan más del 50%. Se trata de trabajadores temporales e inmigrantes, comerciantes informales, desempleados y gente que vive de la asistencia social.
Le sigue la clase “baja-alta” representada por la fuerza física de la sociedad que realiza trabajos arduos a cambio de una paga apenas superior al salario mínimo y en ella están alrededor de 29 millones de compatriotas, sobre todo obreros y campesinos.
El tercer estrato social está formado por la clase “media-baja”: oficinistas, artesanos calificados y técnicos. La conforman cerca de 23 millones de personas con ingresos “no muy sustanciosos, pero estables”.
A continuación, está el cuarto estrato social, la clase “media-alta”, en donde se hallan encasillados cerca de 16 millones de mexicanos: la mayoría hombres de negocios y profesionistas triunfadores, con buenos y estables ingresos económicos.
En el quinto lugar de la pirámide calculada por la Secretaría de Economía se encuentra la clase “alta-baja”. Se trata de familias de riqueza reciente (tres o cuatro generaciones atrás) cuyos ingresos son “cuantiosos y muy estables”. ¿Cuántas? Aproximadamente el 5% de la población nacional: alrededor de 5.6 millones de personas.
Por último, en lo alto de la pirámide socioeconómica está la clase “alta-alta”, a la que pertenecen “antiguas familias ricas que durante varias generaciones han sido prominentes”. A este sector pertenece poco más del 1% de la población nacional.
Lo que a todas luces debe hacerse a fin de no frenar cualquier proyecto de bienestar para todos los sectores de la sociedad, es avanzar dándole la espalda a quienes aguardan una oportunidad para encontrar un sitio en la llamada “movilidad social”.
Hace poco más de un año, sin embargo, dos centros de estudios de la Universidad Iberoamericana señalaron que no ha existido movimiento sensible en la estructura social nacional y que, desde 1992 a 2014, México registró el mismo número de ricos, de pobres y de una clase media “cada vez más vulnerable”.
Precisa el informe que la clase media representa el 27 por ciento de la población total mexicana, el 63 por ciento a la población en situación de pobreza y vulnerabilidad y solamente alrededor del 10 por ciento la población rica.
¿Y la clase media? En medio del sándwich. No la descuidemos.
*Presidente de la Academia Nacional de Historia y Geografía de la UNAM.
Source: Excelsior